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Daban
las dos menos cuarto de la tarde en el reloj de la torre de
Guadalcanal cuando por los Mesones venía el chiquillo de López
con la carretilla de los periódicos. Los acababa de recoger en
el Coche Correos de Carmelo. Para tan pocos periódicos sobraba
media carretilla, pero era el rito. Como el nuestro esperarlos
en la mercería de López, en la plaza. Más que lectores, los
periódicos tenían devotos. Había que insistir a López que nos
los guardara a los veraneantes. Venían contados. Allí, esperando
el ABC cada tarde en la mercería, me inoculé de este bendito
veneno de los papeles del paquete cuyas guitas desataba López
con las tijeras de despachar cortes de cintas. Era como si
inaugurara el pantano del ancho mundo, cuando sacaba los ABC de
su paquete y nos los iba dando a los chiquillos que los
recogíamos para casa, al tiempo que entregaba a un monaguillo
«El Correo de Andalucía» de Don Félix el cura. Veranos y
veranos, uní la idea del ABC a López, a Manuel López Blandez y a
su mercería. Para mí el ABC era López. Contaban que cuando en la
torre sonaba el toque de difuntos, López ponía una conferencia
al ABC para que al día siguiente viniera la esquela de Don
Manuel el de La Florida. Recoger el periódico era un rito y al
ABC le ponía la cara de su corresponsal administrativo. Luego,
redactor en prácticas recomendado por don José Acedo a López
Lozano, conocí a otros López: los verdaderos hombres de ABC que
cada madrugada hacían aquel periódico que me daba López para mi
tía María Belinchón, que era monárquica y tenía en su cuarto un
retrato de la Reina Victoria.
Esta noche los convoca Catalina Luca de Tena y me los volveré a
encontrar, no sé si en La Cartuja, en La Enramadilla o en
Cardenal Ilundain: en esta Casa que fundó su abuelo Don Juan
Ignacio y que cumple 75 años. Veré de nuevo a los que se dejaron
aquí la vida haciendo el periódico o haciéndolo llegar a los
lectores y no firmaban en su papel, sino en plomo de linotipia,
en cartón de estereotipia, en cilindros de cobre, en bobinas de
la rotativa Campeona, en el embuchado, en los madrugones del
reparto, en las prisas del correo de Ronda. Veré en las nobles
manos trabajadoras de los veteranos y los actuales de las Tres
Letras el recuerdo de los que, junto con los lectores, eran tan
ABC como la Redacción o más:
-So literatos, que todo eso que escribís viene en el Espasa...
Aunque algunos ya no estén, los seguiré viendo con su babi azul
o blanco, tres letras bordadas en rojo sobre el pecho. Veré a
Urquía y a Mario en el huecograbado; a Aragón en corrección; a
Peñaranda en administración; a Valle en la caja; a Romero en las
nóminas; a Lancharro, Cousinou y Vela en la platina; a Carmona
en estereotipia; a Béjar, Carpintero y Montero en las
linotipias; a Parfonry en imposición; a Hacha llevando galeradas
a la censura, en el coche que conduce Alcántara. Veré a los
regentes: Arévalo, Selas, Carrillo, Carretero, el segoviano
Frutos con su Recorteca de erratas, cotos de Doñana con eñe. Los
que salieron de la Escuela de Aprendices que fundó Don Guillermo
con Joaquín Pellón. Los sindicalistas que embucharon la tripa de
las libertades en el hueco del verticalismo: Narváez, Guerra,
Flores, Valenzuela. Dinastías de Padillas y Manzorros. El Talega
seguirá en publicidad y El Chupa en la centralita, echando todos
aquí, como este genial bético decía, más horas que el busto de
Don Torcuato. Tantas horas como una vida. Cuando López me daba
el ABC de mi tía María en el veraneo de Guadalcanal, no sabía la
cantidad de vidas que van cosidas con la grapa. El lector debe
conocer que va mucha vida de muchas generaciones cada día en una
grapa. Tanta, que ahora el ABC lleva dos grapas.
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