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Morirse
en verano en Sevilla es una cierta forma de alcanzar la
inmortalidad. Estás fuera y no lees la esquela en el periódico.
Y luego, por la Cuaresma, hablas de alguien en términos de
presente y te dicen:
-Es no: era. ¿No sabes que ha muerto?
-¿Pero qué me estás diciendo? ¿Cuándo ha sido?
-Fue este verano.
Así le ha pasado a Bernardeta. Ahora que leen su nombre, supongo
que tal les ocurrirá a muchos que fueron militantes de la UCD en
los pueblos, rocieros con Triana, veraneantes de Vistahermosa o
monteros en casa de Landaluce:
-¿Que Bernardeta ha muerto? ¿Cuándo ha sido?
Este verano, tras el largo calvario de la diálisis. Digo
Bernardeta y cómo serían su personalidad y su alegría que ni
tengo que poner el apellido: Vázquez Parladé. Siendo tantos y
tantas, hermanos y hermanas (que diría Chaves), a la única
Vázquez Parladé que no había que ponerle apellido era a
Bernardeta. El monárquico Joaquín es Vázquez Parladé el
escritor, el navegante con Don Juan en el «Saltillo», el
cazador, el novelista de la Sevilla verde y rosa. Ignacio es el
Vázquez Parladé labrador, el precursor de la exportación de
nectarinas y de la figura del fijo discontinuo, el que hizo en
Mudapelo la revolución comunista con el dinero de sus hermanas:
así hago yo la Revolución de Octubre. Los Vázquez Parladé, como
el fandango, tenían un hermano en los rojos, Ignacio, y otro en
los nacionales, Bernardeta. En los nacionales democráticos que
apostaron por las libertades con la UCD. Cuando se habla de la
ausencia de una burguesía sevillana que hubiera hecho de esto
una Cataluña en plan simpático, pienso en Bernardeta. Fue de la
escasa y rara derecha que apoyó sin reservas y sin nostalgias
franquistas el modelo de libertades y de democracia que
representaba la UCD. Bernardeta era más de la UCD que el escudo
del donut verde y naranja. Creo que secretamente estaba
enamorada de Suárez. En la cabecera de su cama tenía un póster
de Suárez. Un día se lo dijo:
-Adolfo, todas las noches duermo debajo de ti...
Sanz Pastor la colocó en la Delegación del Gobierno. En la noche
del 23-F, Bernardeta estaba en la Plaza de España de este lado
de libertades de una pared con mono de dictadura que a punto
estuvo de sacar a la calle los tanques de Las Canteras. Era la
cara más simpática de aquella imposible aventura andaluza de la
UCD, cuando Clavero, en vísperas del 28-F, cogió las maletas y
dijo:
-¿Que «andaluz, este no es tu referéndum»? Pues ea, señores, ya
estoy yo en mi casa.
Bernardeta hablaba bernardetés, su idioma particular. Cuando
Sanz Pastor hacía cargar a los geos contra Paco Casero, decía
que había mandado a «los egeos». Segorbe rescató los Bibliófilos
Andaluces: para ella, los «Piplófilos». El moro amigo de Rojas
Marcos era «Jau Meni». El Rey se tiraba de risa con Bernardeta,
quien llevaba en la cartera, junto al retrato de Suárez, la foto
que nadie tenía: Ese Eme arrodillado ante ella, quitándole las
botas en una montería. Con Bernardeta se le ha muerto parte de
su vida a Mimi Medinaceli. En Pilatos ya no habrá quien espante
a los osos polares sentados en los salones del frío del
invierno. Bernardeta era a Medinaceli lo que Pepita Saltillo a
Alba. Menos mal que Bebelone murió antes. Bebelone era el perro
salchicha que le regaló Baviera. Qué aprecio no le tendría
Bernardeta a su Bebelone bonito, que dormía con él y lo quería
casi como al Suárez de la cabecera de la cama. Bebelone se fue
antes que su dueña. Con su recuerdo seguiremos evocando a
aquella derecha sevillana que abrazó las libertades. Que eran
cuatro gatos. Y el perro de Bernardeta.
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