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Conste
de entrada que le tengo al alcalde el respeto debido y un
poquito más. Sobre todo cuando pienso en la simpática figura
sevillana de su madre, doña María Teresa Monteseirín, querida
lectora mía, cuya mano beso. Me pasa con el alcalde como a
Unamuno con la procesión que se encontró un día por las calles
de Salamanca. A su paso, el aparentemente descreído Unamuno (que
tenía un sentido de la fe mucho más profundo que aquellas beatas
de vela y velillo) se quitó el sombrero. Y uno que lo quincó le
largó con guasa:
-¿Qué, don Miguel? ¿Se ha convertido usted y ahora respeta a los
curas y se descubre ante las procesiones?
-No, mi querido amigo: me quito el sombrero por el respeto que
me merece la fe de los que van en la procesión. Yo creo en que
ellos creen.
Al alcalde le tengo ese poquito más de respeto muy bien
despachaíto por esta unamuniana razón. Porque representa a la
ciudad y por el respeto que me merece la libertad de quienes lo
han elegido. El alcalde estuvo totalmente unamunesco en el acto
cofradiero del Rosario de Montensión. Más que unamunesco. A
Unamuno le preguntaron por qué se quitaba el sombrero. Por la
ojaneta de la Barqueta tan abundosa las cofradías, al alcalde
nadie le preguntó en la Plaza de los Carros (y carretas) qué
hace un chico como tú, de un partido que hace protestación de
laicismo y la puñeta a la Iglesia y a la religión, en un acto de
protestación de fe como éste. El alcalde dio las explicaciones
que nadie le había pedido. Por allí jumea, se dice en Las Cuatro
Esquinas de San José cuando tal ocurre. Dijo eso tan resultón de
que acude a fías, porfías y cuestiones de cofradías por «el
carácter cívico y popular de las hermandades». Sabemos gracias a
la información de Fernando Carrasco que se le fue viva la mejor,
la más viva: la fe. Sí, las cofradías son una manifestación
cívica, nuestra forma mayoritaria de vertebración social. Tienen
carácter popular, anda que no: la suprema soberanía de la bulla.
El alcalde podría haber quedado como lo que es, como un señor,
si llega a decir lo que estaba en el papel: «Las cofradías son
una celebración esencialmente de fe». Es lo que son. Tú le
quitas a las cofradías la fe y te quedas en un Munarco con
capiroteros, tíos haciendo vídeo y la banda del Carmen de
Salteras. La fe es lo que ponía el papel. No se atrevió a tanto,
quizá por el comprensible miedo al qué dirán mis votantes de
Bellavista, donde no hay cofradías. Dijo lo que dijo: «Las
cofradías son una celebración esencialmente de emociones».
Hombre, para emociones, un bolero de la Pradera o una copla de
la Jurado. Pero las cofradías son algo más que un catálogo de
emociones. No sacan los pasos a la calle para que a la gente se
les pongan los vellos de punta, que se nos ponen, sino para
cumplir con unas reglas que les mandan el culto público en la fe
en ese Dios que está crucificado en un sitio donde tanto se vota
al PSOE como El Cerro y en esa Madre que reparte mercedes en El
Tiro de Línea, entre otras las de los votos del barrio al
partido del alcalde.
Chaves dijo a los obispos y católicos en general que
tienen que
acostumbrarse al laicismo, pero no les dijo a los suyos que
se aplicaran el cuento. Ellos, ellos son los que no se acaban de
acostumbrar al laicismo. En cuanto oyen un tambor, corren que se
las pelan a coger la vara dorada para hacerse la foto y echar el
discurso. Lo cual estaría muy bien, si no fuesen del partido que
niega la propia esencia de fe de las cofradías, quita la
religión de las escuelas, le da en todo el bebe al matrimonio
católico y va a poner barra libre de aborto, entre otras
degradaciones morales. Lo que convierte la presencia del alcalde
en las cofradías en una celebración esencialmente de
contradicciones. Por ambas partes, que conste.
Sobre este tema, en El Recuadro,
"Acostúmbrense
ellos al laicismo"
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