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El
habla andaluza se nos está llenando de términos flamenquitos. Se
le dice ya mayormente ojana a la falsía con la que el Angelillo
de «Chiclanera» puso la banda sonora sentimental a la guerra
civil. Un oído tan fino como el virreinal y limeño de Fernando
Iwasaki se ha quedado con la copla de este ojana, sinónimo de
hipocresía, y nos ha dado una etimología popular preciosa. La
ojana viene directamente de Jerusalén. Del primer Domingo de
Ramos con Borriquita propiamente dicha de la Historia Sagrada.
Los judíos, al recibir al Señor con ramos de olivo y palmas
rizadas, se pusieron a gritarle:
-¡Hosanna, hosanna!
Este hosanna, sostiene Iwasaki, chamullado allí en Jerusalén,
sonaba «ojana». O sea, que lo que le gritaron a Jesús fue:
-¡Ojana, ojana!
Como se comprobó días más tarde. Cuando Cristo, después que lo
pusieran literalmente hecho un Ecce Homo, agonizaba en el
Calvario (de la Magdalena), un jerosolimitano que había ido allí
a darle al ojo y a novelerear, le preguntó a su compadre:
-¿Pero este crucificado no es El que recibimos el domingo con
hosannas? ¿De qué eran entonces aquellos gritos?
-¿De qué iban a ser? De ojana total. ¡De ojaneta!
He pensado en la etimología de Iwasaki leyendo ayer a Alvaro
Ybarra en su carta sobre «Las cofradías laicas». ¡Cuánta ojaneta!
Comentando la nutrida cofradía de silencios tras las palabras
del alcalde en Montensión, escribía: «Todo esto le ha parecido
muy bien a la Iglesia de Sevilla y al Consejo de Hermandades y
Cofradías, que ha resaltado la actitud respetuosa que siempre
caracterizan los discursos cofradieros del alcalde». Alvaro dice
que no quiere ser más papista que el Papa. Ni yo más capillita
que Pepe el Católico. Pero me sorprende que sobre esta cuestión
se hayan pronunciado exclusivamente y con toda valentía los
periódicos, sus articulistas, sus lectores, y que las cofradías
guarden ese silencio de calle Francos. Sin refugiarse en el
Arquillo de la hipocresía, aquí se han mojado Paco Robles en «El
Mundo», José Joaquín León, Carlos Colón y El Fiscal en «Diario
de Sevilla», y, aquí en ABC, se ha mojado el director (a quien a
estas alturas de curso no voy a hacer la pelota), se han mojado
Félix Machuca, Manuel Ramírez, Fran López de Paz, los lectores
con sus cartas. Todos, menos quienes debieran dar la cara. Que
siguen tras el antifaz, como en la última estación de
penitencia, mirando quizá por el rabillo del ojo la explotación
de los palcos y de la carrera oficial, los honores municipales
al próximo fasto de la hermandad. En esta fía y porfía, la
cuestión que está en juego es algo tan sustancial a las
cofradías como la propia esencia de eso con lo que se les llena
la boquita de la ojaneta: el «testimonio cristiano» y el
«compromiso cofrade». Y en lugar de sacar una espada desnuda y
el cirio de la luz de la fe, para hacerse simpáticos ante el
poder civil hasta disfrazan el ejercicio de la caridad,
inventando la coartada solidaria de Las Tres Mil, en plan oenegé
progre.
Me sorprendía este silencio, en que la tolerancia quizá sea el
antifaz de la cobardía. Pero me he acordado de aquel ojana a
Jesús en el primer Domingo de Ramos y he pensado que debo
ampliar mi repertorio de sevillanas falsías. En la Muy Mariana,
Muy Hipócrita y Muy Corbarde Ciudad de Sevilla, más importante
que la ojaneta de la Barqueta y la ojaneta de la calle Goyeneta
es la clásica ojaneta de manigueta. Esto sí que es tela de
sevillano: la ojaneta de manigueta. No se olvide que quien le
cede su vara dorada al político de turno es el hermano mayor, y
que quien para el Simpecado ante el Ayuntamiento es el alcalde
de carretas. De carros y carretas de ojaneta de manigueta.
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