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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Las niñas navajeras

Hay algo peor que el miedo: no tenerlo, temerariamente. Hay algo peor que la violencia: tomarla como algo habitual, aceptarla como quien se resigna a la cíclica rebelión de la Naturaleza, los terremotos o los ríos desbordadados. He visto esta resignación sideral en muchachas de Secundaria, cuando sus padres comentan la violencia que las pobres tienen que padecer. Cuando van con las amigas los fines de semana y pandillas de otras chavalas las asaltan, les quitan los móviles y el dinero que llevan para el cine o la discoteca, o les roban las prendas de marca que visten. La que viste de Tommy Hilfiger va diciendo atracadme.

-¿Asaltos a niñas por niñas? ¿Pandillas de niñas navajeras?

-Pues sí, pandis de niñas canis que asaltan a las pijas. Esperan que salgan de la discoteca para cercarlas y decirles: «Tía, dame el móvil, y ese bolso tan chulo también me lo vas a dar, con todo lo que lleves»...

La violencia de niños contra niños, los pandilleros de las barriadas marginales asaltando chavales de los barrios residenciales, no es nada nuevo. Juan Manuel Serrano, el jefe de fotografía de ABC de Sevilla, es para mí Serranito. Casi lo vi nacer. En los pisos de la Prensa en Nervión era íntimo amigo de Fernando mi hijo. Un día, cuando tenía como unos ocho o nueve años, llegó Fernando llorando.

-¿Qué te pasa, hijo?

-Que iba con Serranito, han llegado unos niños choris y nos han atracado...

-¿Y a ti qué te han quitado?

-No, a mí no me han quitado nada...

-¿Por qué lloras entonces?

-Porque Serranito tenía una chupa de cuero taco chula y se la han robado, y a mí, como no me queréis comprar una cazadora porque decís que es muy cara, no me han querido robar nada.

Fernando lloraba no porque los hubieran asaltado, sino por no haber merecido el atraco de los navajeritos. Él y Serranito aceptaban aquello del robo con violencia de la bicicleta o de la chupa como lo más normal. Como ahora las chavalas. En la escalada de la violencia, será quizá por la igualdad de sexos, ahora son niñas choris, niñas navajeras, las que atacan a las colegialas de las Irlandesas, de los Legionarios, de la Compañía de María. Y lo aceptan con igual resignación. Los padres se indignan, se alarman, piensan en la denuncia, en la protesta. Ellas, nacidas en este ambiente callejero de agresividad, expuestas a todos los peligros, se han hecho las pobres su caparazón. Aceptan como normal lo inaceptable y delictivo. Contaba una madre a una muchacha de catorce años las cuitas de su hija. La asaltaron al salir de una discoteca juvenil. Unas navajeras le quitaron el móvil y el dinero. Y lo que se le ocurrió decir a la chavala que oía la terrible historia fue:

-¿Y por qué salió de la discoteca sola con la otra amiga? Nosotras esperamos a salir todas juntas, porque sabemos que están allí las canis esperándonos...

Lo decía con toda naturalidad. Aceptando con resignación esta violencia juvenil inaceptable. Y, a su vez, la muchacha narraba otra historia como normal:

-Pues unos niños amigos nuestros fueron el otro día al cine, y cuando tenían sacadas las entradas, se les acercaron unos canis con navaja, y les dijeron que les dieran las entradas, y el dinero de la vuelta.

-¿Y qué hicieron?

-¿Pues qué iban a hacer? ¡Dárselas! ¿Tú no ves que, si no, los pueden herir con las navajas y encima los roban?

Y todo esto, contado con la mayor frialdad, sin alterarse. Como si fuera con otros, no con ellos. Es lo que más me inquieta. Hay toda una generación para la que la violencia es un hecho natural que todo lo más hay que aceptar con resignación.




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