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Las
tonterías, tropelías, chuminadas de La Carlota, ideas
descabelladas y meteduras de pinrel en nombre de la modernidad,
del progreso, del diálogo y del talante no se quedan en Madrid,
que es la Corte, acordadas por el Gobierno de la nación.
Mirándose en el espejo de Madrid, los ayuntamientos se aprestan
a no ser menos, para que en cuestión de disparates no haya una
España asimétrica. Así, el Ayuntamiento de Almonte quiere ser
más moderno que nadie y considerar al lince como el vecino más
importante del término municipal, para el que toda protección es
poca y corta toda dotación presupuestaria. En los pueblos,
cuando la Restauración, había caciques, casi con derecho de
pernada. El cacique actual de Almonte no es un señor particular
por el que no dan dos reales, sino un animal, dicho sea lo de
animal con todos los respetos, porque se trata del lince. No
seré yo quien le tosa al lince.
Igual que en los cuarteles de la Guardia Civil está ese letrero
cada vez más políticamente incorrecto de «Todo por la Patria», a
la entrada de Almonte, el alcalde socialista y la Junta de
Andalucía colocaron de hecho hace mucho tiempo un cartel que
pone: «Todo por el Lince». Y por el lince, para que esté
tranquilito el lince, para que nadie moleste al lince, Almonte
quiere ni más ni menos que privar a los ciudadanos del derecho
constitucional a la libre circulación, clausurando la actual
carretera A-483 que une al pueblo con El Rocío y la playa de
Matalascañas, lindando con el Coto de Doñana, y sustituyéndola
por un tren. Quieren reescribir aquella sevillana antigua de los
Hermanos Reyes: «El que quiera ir al Rocío/a la Renfe de
cabeza,/que Paco Bella no quiere/que vaya por carretera».
Aplaudo hasta encallecerme las manos la idea del alcalde de
Almonte, porque no hay derecho a que los romeros de la Virgen
del Rocío o los veraneantes de Matalascañas no dejen al lince
dormir tranquilito la siesta. «Pantoja, ven en tren», es la
máxima rociera que lanza el alcalde almonteño. Quien se salta la
reja del sentido común como sus votantes la de las impaciencias
de la procesión de Pentecostés. Hay que ponerlo todo a la altura
de los tiempos y el Rocío no puede tener extraterritorialidad
marismeña. Nada, nada, en vez de caballos, motos todo terreno,
de cuatro ruedas, con las flamencas a la grupa, que serán
embarcadas en el tren entre cantes y guitarras. Un tren para
Triana, a todo lujo, un Ave rociero, con todos los famosos a
bordo, y trenes más modestos, ferrobuses, para las hermandades
de pueblo, para el cajón de Umbrete y los tamborileros de
Villamanrique. Y en cada tren, el vagón del Simpecado divino,
adornado no con flores del campo, como ahora, sino con Fondos
Feder y subvenciones de la Junta. En El Rocío, la estación
central competirá en grandeza arquitectónica con la ermita. Las
campanas serán enmudecidas por la megafonía: «Tren rociero
procedente de Écija con la hermandad a bordo va a efectuar su
entrada por vía del Eucaliptal...». La presentación de
hermandades se hará no por orden de antigüedad, como ahora, sino
por el protocolo de la Guía de Ferrocarriles. Habrá hermandades
de cercanías, como La Palma y Moguer, y hermandades de largo
recorrido, como Bruselas y Madrid. Las hermandades, en vez de la
medalla, impondrán solemnemente a sus romeros el clásico
kilométrico rociero, que llevarán al cuello con un cordón de
seda.
Y el mundo entero enmudecerá, sorprendido. En la época de los
trenes ultraligeros, la tecnología punta de ese alcalde de
Almonte que se gasta en el pueblo donde están sus votantes los
dinerales que recauda en una playa y un Rocío a los que no echa
ni cuenta, habrá inventado el verdadero tren carreta. El
tren-carreta del Rocío. Carlos Herrera, que hizo la mili en el
Regimiento de Ferrocarriles, sí que va a ser buen rociero. Más
que Goro Medina.
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