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No
es necesaria la traducción. Cuando oímos la palabra Lele, a
media Sevilla se le pone en marcha automáticamente la traducción
simultánea y sabe que Lele significa Rafael Alvarez Colunga. Y
aunque no sea necesaria la traducción, hoy sí es necesaria y
justa la alegría. Arriba los corazones, Lele, que todos nos
hemos alegrado de que hayas vuelto a eso que está tan de moda,
que es latín puro: la palestra. Pero una jartá que nos hemos
alegrado, Lele. Lele para algunos, no es solamente Lele. Es Tito
Lele, por una razón o por otra. Por Confederación de Empresarios
de Andalucía, o por Club de Enganches, o por la antigua Adelpha
que tanta Sevilla salvó, o por el flamenco, o por los toros, o
por la iniciativa de un monumento, o por la casa del Rocío o por
los barquitos de la mar, Lele es Tito Lele para muchos. Los que
nos sentimos sobrinos honoríficos del Lele debemos de ser casi
tantos como los que salen de nazareno en Sevilla, quizá
únicamente para pasar con el capirote por la calle Sierpes bajo
el famoso balcón del Lele y oír cómo Manolo Mairena o José el de
la Tomasa le cantan desde allí una saeta a su Cristo o a su
Virgen. Lele hasta convida a las cofradías a saeta en la calle
Sierpes.
¿Que a qué viene tanta alegría? Pues a que ayer, en estas
páginas de ABC, reapareció Lele con caballos, después de una
cornada de ídem que recibió su salud. Lele ha estado regularcete,
que es como en Sevilla decimos del que, como él, ha sufrido una
enfermedad. No lo dudéis: si un sevillano os dice que está
regular en vez de lo habitual de superior, es que está malo.
Lele lo estuvo, lo pasó mal, de hospitales y operaciones. Pero
ya lo ha superado todo, y lo mismo que los toreros, tras la
cornada, van a probarse en lo de los Hermanos Astolfi toreando
una erala, Lele se probó ayer en las páginas de ABC respondiendo
a unas preguntas sobre el reportaje de la burbuja inmobiliaria
que hace que un metro cuadrado equivalga al millón de pesetas. A
Lele le dedicaban en el reportaje lo que en la jerga del oficio
se llama un apoyo. Tomo ese apoyo como causa de nuestra alegría,
porque allí, en ese complemento directo, estaba el mejor Lele,
el de siempre, el de la vista para los negocios y el corazón
para la amistad, hablando con el lenguaje de las páginas salmón
del sentido común: comprarse un piso, dijo, es la mejor
alcancía. No dijo inversión, dijo alcancía, Sevilla pura que
suena a cante, que suena a copla, que suena a su sombrero de ala
ancha en la seda acapitonada de su carretela por la Feria.
Si dicen que Andalucía es una tierra alegre, está bien que los
empresarios tengan como presidente al Lele, porque transmite una
imagen perfecta y perenne de felicidad. Si el presidente de los
empresarios tiene esa cara, esto tiene que ser económicamente
Jauja con burbuja inmobiliaria. La mejor propaganda de las
oportunidades de inversión en Andalucía ha sido siempre la
sonrisa del Lele. Hasta el punto de que habría que regalar un
viaje a Cancún para dos personas, todo pagado durante una semana
en un hotel de cinco estrellas, a quien demostrara
fehacientemente que le ha visto alguna vez poner una mala cara
al Lele. El Lele sonríe siempre, hasta en estas horas
chungaletas de estar regularcete oí su sonrisa por teléfono, una
mañana de este verano que llegué a su puerto deportivo de
Mazagón, vi los tres palos de su flamante velero que se llama
como su ilusión, «Andalucía», y lo llamé para decirle que me
acordaba mucho de él. Creo que le correspondí en lo que él
siempre tuvo como principal actividad: hacer la vida feliz y
agradable a la gente. Esto de que un empresario tenga la
felicidad del prójimo entre los objetivos de su cuenta de
resultados es algo que sólo ocurre en Andalucía. Que, tras la
cornada, ese empresario vuelva a la arena para seguir
haciéndonos felices es una absoluta prioridad económica de
Andalucía.
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