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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La vuelta de Lele

No es necesaria la traducción. Cuando oímos la palabra Lele, a media Sevilla se le pone en marcha automáticamente la traducción simultánea y sabe que Lele significa Rafael Alvarez Colunga. Y aunque no sea necesaria la traducción, hoy sí es necesaria y justa la alegría. Arriba los corazones, Lele, que todos nos hemos alegrado de que hayas vuelto a eso que está tan de moda, que es latín puro: la palestra. Pero una jartá que nos hemos alegrado, Lele. Lele para algunos, no es solamente Lele. Es Tito Lele, por una razón o por otra. Por Confederación de Empresarios de Andalucía, o por Club de Enganches, o por la antigua Adelpha que tanta Sevilla salvó, o por el flamenco, o por los toros, o por la iniciativa de un monumento, o por la casa del Rocío o por los barquitos de la mar, Lele es Tito Lele para muchos. Los que nos sentimos sobrinos honoríficos del Lele debemos de ser casi tantos como los que salen de nazareno en Sevilla, quizá únicamente para pasar con el capirote por la calle Sierpes bajo el famoso balcón del Lele y oír cómo Manolo Mairena o José el de la Tomasa le cantan desde allí una saeta a su Cristo o a su Virgen. Lele hasta convida a las cofradías a saeta en la calle Sierpes.

¿Que a qué viene tanta alegría? Pues a que ayer, en estas páginas de ABC, reapareció Lele con caballos, después de una cornada de ídem que recibió su salud. Lele ha estado regularcete, que es como en Sevilla decimos del que, como él, ha sufrido una enfermedad. No lo dudéis: si un sevillano os dice que está regular en vez de lo habitual de superior, es que está malo. Lele lo estuvo, lo pasó mal, de hospitales y operaciones. Pero ya lo ha superado todo, y lo mismo que los toreros, tras la cornada, van a probarse en lo de los Hermanos Astolfi toreando una erala, Lele se probó ayer en las páginas de ABC respondiendo a unas preguntas sobre el reportaje de la burbuja inmobiliaria que hace que un metro cuadrado equivalga al millón de pesetas. A Lele le dedicaban en el reportaje lo que en la jerga del oficio se llama un apoyo. Tomo ese apoyo como causa de nuestra alegría, porque allí, en ese complemento directo, estaba el mejor Lele, el de siempre, el de la vista para los negocios y el corazón para la amistad, hablando con el lenguaje de las páginas salmón del sentido común: comprarse un piso, dijo, es la mejor alcancía. No dijo inversión, dijo alcancía, Sevilla pura que suena a cante, que suena a copla, que suena a su sombrero de ala ancha en la seda acapitonada de su carretela por la Feria.

Si dicen que Andalucía es una tierra alegre, está bien que los empresarios tengan como presidente al Lele, porque transmite una imagen perfecta y perenne de felicidad. Si el presidente de los empresarios tiene esa cara, esto tiene que ser económicamente Jauja con burbuja inmobiliaria. La mejor propaganda de las oportunidades de inversión en Andalucía ha sido siempre la sonrisa del Lele. Hasta el punto de que habría que regalar un viaje a Cancún para dos personas, todo pagado durante una semana en un hotel de cinco estrellas, a quien demostrara fehacientemente que le ha visto alguna vez poner una mala cara al Lele. El Lele sonríe siempre, hasta en estas horas chungaletas de estar regularcete oí su sonrisa por teléfono, una mañana de este verano que llegué a su puerto deportivo de Mazagón, vi los tres palos de su flamante velero que se llama como su ilusión, «Andalucía», y lo llamé para decirle que me acordaba mucho de él. Creo que le correspondí en lo que él siempre tuvo como principal actividad: hacer la vida feliz y agradable a la gente. Esto de que un empresario tenga la felicidad del prójimo entre los objetivos de su cuenta de resultados es algo que sólo ocurre en Andalucía. Que, tras la cornada, ese empresario vuelva a la arena para seguir haciéndonos felices es una absoluta prioridad económica de Andalucía.




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