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Sevilla
lleva una Inglaterra por dentro. Hay que saber verla. Sin
necesidad de entender inglés, como el que en el Instituto
Británico de la calle Federico Rubio me enseñó una gran señora,
como el título de una cervantina novela ejemplar: española
inglesa. O viceversa. Era la delicada Missis Friend, madre del
cirujano Rafael Baquerizo Friend. La que, con los rudimentos del
inglés, me transmitió su amor por la cultura y el refinamiento
británicos. En esta Sevilla más universal de lo que algunos
quieren y menos de los que otros desearían, la Inglaterra
interior está hoy más patente que antaño las influencias de
Génova. Es como si el Marqués de Tarifa siguiera de viaje y
hubiese pasado por el Reino Unido para traernos lo mejor de
aquella cultura. Si lo dudáis, entrad en un trozo de Bond Street
que hay en la calle Sierpes. No tiene pérdida: está en su puerta
el Carpe Diem de los relojes repetidos que le dicen a Sevilla
que aproveche la hora que es, la que nos ha tocado vivir, no las
grandezas del pasado ni los sueños del futuro. Se trata de El
Cronómetro. No hay en todo Bond Street, y me la he pateado de
arriba abajo buscándola, una relojería más inglesa. Ni en todo
el comercio londinense hay un caballero de los mostradores más
británico que el maestro relojero don Enrique Sanchís. Como no
hay club inglés más británico que la sala de lectura del Círculo
de Labradores con su silencio de gutapercha verde.
Id luego a los alrededores del Salvador: Cuesta del Rosario,
Blanca de los Ríos, Francos. Entrad en las refinadísimas tiendas
de ropa de niños chicos. Comparadlas con las que hay en la calle
Rioja. En Rioja está América, está Europa: esos niños vestidos
los pobres desde chiquetitos con chándal parcelero color malva y
zapatos deportivos. En las tiendas de niños del Salvador hay una
Inglaterra de mantillas de lana, punto de avispero, hilo, lazos
de seda, bordados, jaretas, bodoques. No hay en todo Londres
ropa infantil más inglesa que la que visten esos niños de
Sevilla a los que sus madres llevan de bien que llaman la
atención a los turistas.
Me he encontrado con esta muñeca rusa de la Inglaterra interior
de Sevilla al abrir la cédula de convite para la presentación,
mañana, de la nueva edición de las «Cartas de España» de Blanco
White que ha realizado el profesor Antonio Garnica. Más
Inglaterra sevillana. Garnica es de ese Oxford interior que hay
en la Universidad, al que pertenecen los profesores Cortines,
Romero de Solís, García Baquero, González Troyano, Díaz Recasens,
Pérez Escolano. O de esa prensa inglesa de aquí que escriben
Iwasaki, Colón o Gómez Marín. Es lástima que no presenten el
libro de Blanco White en la casa del Cardenal Wiseman de la
calle Fabiola . Hubiera sido el sitio, inglés por los cuatro
costados, frontero con el Reino Unido del Instituto Británico.
Si hoy conocemos y valoramos a Blanco White, si ha llegado a
convertirse en el topicazo de los moros villalonescos que no se
quisieron ir y de los cristianos cernudianos que no tuvieron más
remedio que irse, es gracias a Garnica. Desde sus sevillanísimas
notas a la edición de las «Cartas» por Vicente Llorens en
Alianza Editorial a la publicación de la Autobiografía, Garnica
sacó a Blanco White de los Heterodoxos Españoles de la calle
Menéndez Pelayo y lo apuntó en los Ortodoxos Sevillanos de la
calle... Iba de decir de la Verdad. Pero esa calle nos falta en
Sevilla. ¿Por qué será? No tenemos un Campo de la Verdad como
Córdoba, una Plaza de la Cruz de la Verdad como Cádiz. El Cádiz
donde, río abajo, Blanco White encontró la libertad que le había
sido negada por los absolutistas del «vivan las caenas» que se
olvidaron de la muchísima y liberal Inglaterra que Sevilla lleva
dentro. Como el enigmático taxi de Londres que en su parada del
Hotel Inglaterra parece esperar a Pepe el Escocés para llevarlo
otra vez a la Feria del Prado.
Sobre Pepe el
Escocés en El RedCuadro,
Verdadera biografía falsa de Pepe el Escocés
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anteriores
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