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Me
han llegado tres libros de coplas de Andalucía. El primero lo ha
escrito Dios. Los otros, los hombres. El libro que ha escrito el
Dios que creó la tierra andaluza tiene forma de botella. Lleva
dentro un trozo de Creación. Es el aceite nuevo. El primero que
en esta campaña ha molido la almazara de la villa ducal donde
nació quien encontró el alma de Andalucía en sus coplas:
Rodríguez Marín. Como un libro de versos que acabara de escribir
el mismo Dios, cada otoñal nacimiento del aceite tiene algo de
Creación. Dios creó la mar e hizo estos mares de olivos que dan
la verde espuma del aceite nuevo. La botella es un reloj de
aceite. No deja pasar el tiempo. Lo atrapa. Este aceite nuevo
que ha escrito Dios sobre un capacho de Osuna es el mismo que
cada noviembre me traía desde la sierra mi suegro, el bueno de
Daniel Herce, el del molino de la Calleja. Este es el libro que
ha escrito Dios: la copla del aceite nuevo.
Y los dos libros que han escrito los hombres vienen el uno del
Guadalquivir y el otro del Guadiamar. Uno de La Puebla y otro de
Aznalcázar. Lo han escrito dos hombres de pueblo, con palabra de
pueblo. Qué bien suena la poesía andaluza cuando retumba a
pueblo, a serón y empedrado, a trillo y troja: Mario López,
Julio Mariscal Montes, Muñoz Rojas.
Los dos libros son de coplas. ¿Quién dijo que con Rafael de León
murió la copla? Con Rafael de León murió el abuelo, el que amasó
la inmensa fortuna de nuestra memoria. Nos quedan otros
antepasados. Su galería de retratos está en un salón isabelino
de casa de riquito de pueblo: tío Fernando Villalón, tío Manolo
Machado, tío José María Pemán, tío Manolo Alcántara, tío Rafael
Montesinos. El libro de coplas que me llega desde Aznalcázar lo
ha escrito el dueño del andaluz más hermoso y sonoro que nunca
se habló con más orgullo en la radiodifusión española. Un
maestro. Lo ha escrito Antonio García Barbeito. Se titula
«Coplas apenas». Lleva dentro un Guadiamar de aciertos, pero con
más agua clara que el Guadiamar: «Mala cabeza la mía,/que cuando
voy a olvidarte/siempre al final se me olvida». Y sin dejar un
respiro, a continuación, otra: «Los besos que no te di/te tienen
que estar doliendo/como me duelen a mí». Es que si una es buena,
la otra es mejor. ¿Y ésta? «Como ya no puedo verla/salgo a la
calle buscando/una que se le parezca». ¿Y esta otra? «Qué poco
importa que pasen/las horitas del reloj/cuando no se espera a
nadie». Es que, como se me cae la baba leyéndolas, me ponía a
transcribir coplas de Barbeito y me llenaba el ABC enterito.
Y no me iba a quedar sitio para el libro de coplas que me llega
desde La Puebla del Río. Lo ha escrito el hijo de un señor de la
marisma. No es aún matador. Es novillero, pero con todos los
caballos del arte literario popular del encaste de su apellido,
de su tío Angel, de su padre. Lo ha escrito Rafael Peralta
Revuelta. Se titula «Río de amores». Lleva dentro un
Guadalquivir de dificilísima facilidad. Silencio de
espurgabueyes y esquilones en la marisma, ¡vamos a escuchar!
«Aunque me estés despreciando/yo sé que pasas las noches/en vela
por mí llorando». ¿Y esto, escrito con pluma de majagua de
garrocha? «Me desperté una mañana/y tuve este desvarío:/que no
hay en el mundo entero/un río como este río./Porque ni el Nilo,
ni el Sena,/que ya quisiera París/cambiar su torre y su río/por
el noble señorío/que tiene el Guadalquivir». ¿Y esto, escrito
con pluma de armao? «Las murallas de Sevilla/tienen escrito un
cartel:/mi mare es la Macarena/y mi pare el Gran Poder». Ole.
¿No dije que este niño viene pidiendo atriles? Otro ABC me haría
falta para poner las coplas del niño de Rafael y Mamen. Quien un
día no lejano, cuando otro otoño nos traiga el mismo aceite
nuevo, hará decir: «¿Pero tú no sabes que el poeta Rafael
Peralta tiene un padre que era rejoneador?».
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