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Le
expliqué la otra tarde a Olga Viza en RNE que tengo un gato de
derechas, Remo, y otro de izquierdas, Rómulo. Mis gatos me han
salido litergatos. Hasta escriben libros, en los que llevan de
artistas invitados a otros gatos. Lo tienen muy claro. Remo y
Rómulo me han dicho muy serios:
-Como aquí escribe sus memorias hasta el gato, hasta Norma Duval,
los gatos no vamos ser menos, Burgos.
Es el nombre que me han puesto: Burgos. Como les he puesto Remo
y Rómulo, romanidad pura en este tiempo de morancanez
obligatoria, ellos a mí me han bautizado como Burgos, para
reivindicar a su modo la castellanidad de Al Andalus. Cuando por
las mañanas me meto en el escritorio, los dos se me sientan en
la mesa. Si observan en mi escritura cierta serenidad, cierta
elegancia, cierta armonía, el mérito no es mío. Es que los gatos
me transmiten sus señas de identidad a pie de escritorio. No
todas van a ser enfermedades transmitidas por los animales, que
también nos contagian muchos bienes, como sabe todo el que tenga
un perro. Más que la rabia, los perros transmiten lealtad. Y los
gatos, sus sentimientos. Mientras escribo, se me ponen
vigilantes ante la pantalla del ordenador. Remo el conservador
mira complacido mis críticas al Gobierno, porque él me dicta sus
dicterios. Que Rómulo corrige al punto, como gato políticamente
correctísimo, gato de Clinton, de Kerry y de Zapatero.
Y los dos gatunos, de consuno, me han dictado este artículo
cuando estaban aquí conmigo, mirando en la pantalla los
periódicos en Internet. Bajó la noticia de la reunión del
Patronato de Doñana, con la foto de la niña del escritor taurino
Paco Narbona. La que como el banderillero de Belmonte llegó a lo
que llegó como llegó, ha llegado a ministra de Medio Ambiente.
Remo leyó la noticia de lo decidido sobre el lince ibérico, y me
dijo:
-Burgos, ¿no me podías llevar a Doñana y hacerles creer que soy
un lince, para que me den muchos fondos europeos y me los gaste
todos en latitas de pastel de peces del océano?
A Rómulo, como es de izquierdas, le gusta un duro como a nadie.
Y si al conservador Remo se le pusieron los ojos golositos con
la protección a su coleguilla el lince de Doñana, Rómulo quedó
maravillado por la danza de millones de dinero público para el
águila real. Leyó que el Gobierno y la Junta de Andalucía van a
destinar veinte millones de euros, veinte, que se dice pronto, a
la protección del águila real. Y a Rómulo le salió el
igualitario y el revolucionario. Me dijo:
-¿Tú no crees que no hay derecho a que destinen veinte millones
de euros para el águila real, y que estos humanos que no saben
nada de animales no den ni un duro para protegernos a los perros
y a los gatos? ¿Es que no ven esas fotos de los galgos
abandonados cuando ya no pueden correr ni cazar? ¿Cuántos galgos
se podían salvar con veinte millones de euros? Y en los veranos,
cuando a los gatos y a los perros nos abandonan en las cunetas
como a los suegros en los hospitales, para irse todos tranquilos
de vacaciones, ¿cuántos de nosotros podrían ser salvados con
sólo el diez por ciento de esa millonada?
Se lo expliqué a los dos. Le dije al izquierdoso Rómulo que en
estos Reinos de los humanos la moda del culto reverencial a las
minorías llega hasta los animales. Que al lince y al águila los
cuidan porque, al cambio, son como el moro o el homosexual en
materia de animales. Para los animales corrientes, para la
mayoría silenciosa de perros y gatos, no hay un duro. Todo es
para los bichos raros, tanto en humanos como en animales.
Rómulo, como es de izquierdas, puso una cara de enorme
desagrado. Remo, en cambio, como es conservador y está alucinado
ante tanta locura, me estrechó la mano con los cuatro deditos y
la almohadilla de sus garras.
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