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Dicen
que la gente de Cabra es tan lista que a los más torpes los
mandan a Madrid y los hacen ministros. De Cabra era aquel Pepe
Solís, sonrisa del franquismo, ministro de los sindicatos
verticales, que quiso borrar la cultura clásica al grito de
«Menos latín y más deporte». De Cabra es esta Carmen Calvo que
sabíamos en Andalucía cómo era, pero que ahora ya se ha enterado
España entera. Quien proclamó en Rosario, en el III Congreso de
la Lengua Española, la siguiente solemne tontería: «Cuando voy a
América me esfuerzo en traerme vocabulario para mí misma». Otros
se traen de América abrigos de vicuña, Coco López para hacerse
piña colada, maritatas mayas labradas a navaja en un trozo de
caoba. Ella no. Ella se trae vocabulario. La estoy viendo en la
aduana:
-¿Algo que declarar?
-Sí, tres palabras de lunfardo que he aprendido en un tango y
cinco voces del «Martín Fierro»...
Y se le van las mejores a la dialectológica y lexicográfica
ministra. Por ejemplo, la resistencia del latín. Las legiones de
César nunca lucharon con el ardor con que la lengua latina,
sustrato nutricio del español, resiste los embates de los planes
de enseñanza y del entreguismo ante el inglés por un lado y ante
el árabe por el otro, aparte del peligro amarillo del chino que
solamente advierte Carmen Calvo; la de películas de kunfú que
habrá visto. Hay una palabra de moda en toda España que
demuestra la resistencia del latín: palestra. A las pilindinguis
de la televisión basura no se les cae de la boca:
-Hija, pues haces muy mal sacando a la palestra con quién te
estás acostando...
Palestra para arriba y palestra para abajo. Todos. En las
tertulias de la radio, discusiones a la palestra. En el debate
político, escándalos a la palestra. Grabaciones asturianas del
11-M a la palestra. Nadie sabe qué es la palestra, pero da lo
mismo. La «palaestra» era el gimnasio de la Roma clásica, donde
los atletas se adiestraban en la lucha; y, por extensión, el
espacio académico para ejercicios de elocuencia y retórica. En
los colegios jesuíticos tipo «Pequeñeces» del Padre Coloma, la
palestra era la tarima de la pizarra: «Señor Bono, salga a la
palestra y dígame el genitivo plural de...»
Es prodigioso cómo el latín, aun borrado de los planes de
enseñanza, resiste. ¿Han visto que cada vez hay más empresas y
sociedades con nombre latino? Urge que volvamos a la enseñanza
obligatoria del latín. No para leer a Cicerón, sino para
entender las cotizaciones de Bolsa: Localia, Argentaria,
Navegalia. Lees las cotizaciones y te dan ganas de echar mano
del diccionario de latín del Bachillerato. Y aprendes una
barbaridad de latín. Localia, como su mismo nombre indica, es la
cadena de televisiones locales de Polanco, que sabe latín.
Argentaria, maldito parné en latín, es la romanización de
Vasconia vía BBVA. Hay cientos de empresas puramente latinas:
Aceralia, Avancit, Veolia, Vivendi, Valeo, Aventis, Fortis,
Vincit, Accentur, Amena, Admira, Amadeus, Editis, Dexia,
Centrica, Ignis, Moneo, Acciona, Formica, Nivea, Lego, Acqualia.
Aceralia debe de ser cosa de acero inoxidable, pero ¿y Avancit?
¿A qué se dedicará Avancit? Parece que es un verbo en tiempo
pasado para Julio César, con el predicado de la conquista de las
Galias. ¿Y con qué ganará el dinero Fortis? ¿Con qué Centrica?
¿Y Acciona? ¿Qué accionarán las acciones de Acciona? ¿Y Amadeus?
¿Gestiona los derechos de autor de Mozart? No: las reserva de
hoteles y aviones. Los que coge Carmen Calvo para ampliar
vocabulario, mientras aquí se la va vivo el resistente tesoro de
la lengua latina con la que quería acabar su paisano Solís Ruiz,
aquella verdadera sonrisa vertical.
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