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Cuando
la otra noche daba su conferencia en Antares el muy ilustrísimo
señor don Miguel Castillejo Gorraiz, alias El Cura de Córdoba,
como si en Córdoba no hubiera más cura que él, con la cantidad
de C&C que hay en Córdoba...
-¿C&C en Córdoba? Eso, ¿qué es? ¿Unos nuevos almacenes
americanos?
No, es el acrónimo de lo que más hay en Córdoba; curas y
comunistas. Ciudad para Giovanni Guareschi: Don Camilo y Pepone.
Curas y comunistas en coexistencia pacífica y fructífera. El
antonomástico Cura de Córdoba va de Don Camilo y Rosa Aguilar va
de la sección femenina del alcalde Pepone. Los Pepones cambian:
Anguita, Herminio Trigo, Rosa Aguilar... Don Camilo, digo, Don
Miguel, permanece. Quien en esa conferencia de Antares se
refirió a los municipios emprendedores de Andalucía, excepción
de esta tierra subvencionada, en los que toda iniciativa tiene
su asiento y toda innovación su apoyo. Castillejo citó a Alcalá
de Guadaíra, Lepe, Antequera, Chiclana, El Ejido, Motril, Mancha
Real y Lucena.
De esos municipios emprendedores, me quedo con Antequera y con
Alcalá. Con la Antequera de los centros logísticos y aceiteros
más importantes de Andalucía, cuyas bases puso Paulino Plata
cuando fue alcalde. Y con la Alcalá de Gutiérrez Limones, un
alcalde raro, raro, raro, que a los empresarios que quieren
establecerse allí, en vez de darles por saco, como hacen otros,
les da toda clase de facilidades. Para lo que quiero considerar,
Alcalá es más de los Panaderos que de Guadaíra. Sevilla es el
campo de batalla de una guerra panadera: la guerra del mollete.
Mollete en la tierra del moyate. En Alcalá están que trinan con
Antequera, porque dicen que les han robado la paternidad del
mollete. Entras a cualquier bar de Sevilla a la hora de la
tostada del desayuno, ya de aceite, ya de manteca colorá, ya de
manteca colorá con tropezones, y ves el letrero: «Hay molletes
de Antequera». Los de Alcalá replican que esa supuesta Antequera
muchas veces no está ni a veinte kilómetros de Sevilla, que el
letrero debería poner: «Hay molletes de Alcalá». Porque Alcalá,
que por algo es de los Panaderos, reclama el honor y gloria de
ser la patria del mollete, esponjado, de poca cochura, como lo
es de la telera, del bollo blanco, de la viena calentita. La
India se rebeló contra la colonización inglesa y en Alcalá de
los Panaderos se levantan contra la colonización antequerana del
mollete que sufre Sevilla. Un día, en plan alcalde de Móstoles,
Antonio Gutiérrez Limones lanzará el grito de la Guerra de la
Independencia del Mollete:
-¡Alcalareños! ¡El mollete de Alcalá está en peligro! ¡Acudid a
salvarlo!
Dicen en Alcalá que el mollete para el que lo trabaja, y que
allí lo amasan desde el tiempo de los moros que Joaquín el de la
Paula alcanzó a encontrarse en el castillo, un día de invierno,
abrigado en su pelliza, «con más frío que un perro/más arrugas
que una pasa». Y si enfadados están en Alcalá con los molletes
de Antequera, no veas cómo tienen que estar en Jerez con los
picos de Antequera. Tan emprendedores son en Antequera que no
solamente arrasan en la guerra del mollete, sino que han vencido
a Jerez en la guerra del pico. Antes la moda en Sevilla era el
pico de Jerez, el pico pequeñito, duro. Sustituyó a los picos
sevillanos de toda la vida, en su modalidad mantequillosa y en
su modalidad dura. La gente pedía en los bares piquitos de
Jerez, minimalistas. Arrasan ahora los picos de Antequera, como
artesanales, cada uno de una forma, largos, retorcidos. Ahora,
que en cuestión de picos, ni Antequera ni Alcalá. Donde estén
los picos gaditanos del horno de La Gloria, con su ajonjolí, que
se quiten todos. Los picos gaditanos que cuece don José Ruiz
Merchante en su horno de La Gloria son exactamente lo que su
mismo nombre indica.
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