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Quien
no vea hoy Sevilla, no verá maravilla. Maravilla de Sábado de
Tenis. Como un Sábado de Feria, pero con raqueta y con el
público que más le gusta a Curro Romero. Lo que preguntaron en
una entrevista, refiriéndose el del alcaucil microfónico a los
tendidos de las plazas de toros:
-Curro, ¿a ti qué público te gusta más?
Y el Faraón, con el Séneca de guardia que los grandes toreros
llevan dentro, respondió:
-A mí el que me gusta más es el del tenis. ¡Qué calladito! Y si
alguien da una voz más alta que otra, salta el árbitro:
«¡Silencio!».
Den, pues, por levantada esta voz, más alta quizá que otras, en
unas consideraciones sobre estos días de raqueta. Estamos en una
fiesta de ombliguismo puro. Exaltación de lo propio. Pero nadie
dice que el orgullo de sí misma que Sevilla está viviendo con la
Copa Davis sea ombliguismo. Como no era ombliguismo el fervor
por la Exposición Universal. ¿A qué llaman ombliguismo? Pues a
lo clásico, pienso. Y de lo contemporáneo, a lo relacionado con
las fiestas, con las tradiciones. Todo lo que esté hecho de
fibra óptica, como la Expo, o de fibra de raqueta de tenis, como
la Copa Davis, no entra en la parte condenable de esa moralina
cívica, que en esta sociedad donde han desaparecido las
fronteras entre el bien y el mal sigue diciendo que el
ombliguismo es pecado.
La Exposición del 92 las salvamos los sevillanos, que pusimos a
reventar los marcadores de visitas. Y la Copa Davis la hemos
hecho los sevillanos, con nuestro entusiasmo novelero. La Copa
Davis se ha hecho tan sevillana que ha tenido hasta madrugada.
Madrugada de colas, con paraguas, mantas y sillas de campimplaya,
esperando que abrieran las taquillas para coger las entradas
puestas a la venta a última hora. Porque es otra invariante
castiza de estos vuelcos triunfales y entusiastas de la Muy
Novelera Ciudad de Sevilla para aplaudir lo que viene de fuera:
la cola para entrar. En las tradiciones y en el mantenimiento de
sus señas de identidad, Sevilla es cofradía de capa: de capa
caída. En las novelerías varias de las modernidades que toman a
la ciudad simplemente como escenario y a sus vecinos como los
más seguros palmeros del mundo, de Jugador Número 12, Sevilla es
cofradía de cola: de hacer cola para entrar y romperse las manos
aplaudiendo. Y encima, pagando. Somos una clac que paga para
serlo.
Dicen que en la Copa Davis se va a batir el récord mundial de
asistencia a la cuestión de la ensaladera. Que si en 1954, en el
White City Stadium de Sydney, hubo 25.578 espectadores para ver
a unos tíos en calzones cortos pegando raquetazos, aquí
llegaremos a los 26.000. La aritmética del Jugador Número 12
llega ya hasta los 26.000. ¿Quiénes son el grueso de los 26.000?
¿Gente venida de fuera para dejarse los dinerales que espera el
Gremio de Hostelería? No. Más bien sevillanos, de los que
hicieron cola o de los colados, con palcos VIP o grada de
apoquine. Récord que, por otra parte, no hay que batir. Ya está
batido. José Luis Manzanares hizo un puente antes de poner el
río, el del Cachorro, vulgo de los leperos. E hicimos un Estadio
Olímpico sin tener Olimpiada ni ya posibilidad de lograrla, ¿hay
arte o no hay arte? Los sevillanos salvamos la Expo y los
sevillanos seremos los autores del éxito de la Copa Davis.
Siempre de Jugador Número 12, el feliz hallazgo de José Antonio
Blázquez en un partido de la selección de fútbol contra Irlanda
en el Pizjuán. Me encantaría que también supiéramos ser, día a
día, sin fiestas ni novelerías, jugadores Número 12 de la
defensa de Sevilla y de Andalucía. Comparen este 4-D de la Davis
con aquel ya olvidado 4-D del clamor por la autonomía. Hasta
pensarlo es ombliguismo, en este tiempo en que no hay ya más
pecado que el gravísimo de amar a Sevilla y a Andalucía sin
pedir nada a cambio. Ni una triste entrada para ir de válvula a
la Copa Davis.
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