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A
mí, como a cualquier sevillano, me han convidado a muchas cosas.
¡Con lo que gusta aquí una convidá! Me han convidado a caseta de
Feria, a balcón para ver entrar una cofradía, cientos de veces a
café, algunas a calentitos. Hasta a betunero. El no escrito
manual de cortesías del sevillano convida a barrera de los
toros, a almohadilla antes de entrar en la plaza, a tribuna del
campo del Betis, a pictolines del Mani para tomárselos en ella.
Pero en el acto de homenaje a la Constitución en la Delegación
del Gobierno, el general don José Antonio Segura Fernández, jefe
interino de la Región Militar Sur, vulgo Capitanía, me convidó a
algo a lo que no me habían invitado nunca: a Patrona de la
Infantería. Me dijo:
-Va usted a recibir invitación para los actos de la Inmaculada,
y tengo mucho interés en que nos acompañe, porque en esta
Sevilla tan del Dogma olvidan que la Purísima es también la
Patrona de la Infantería.
Acudí gustoso antier a esta celebración militar de la Purísima.
Siempre es emocionante asistir a una ceremonia militar en
Capitanía, como en el Día de las Fuerzas Armadas, con el toque
de oración, «La muerte no es el final» y el recuerdo a los
caídos. La ladrillería del patio de columnas de Aníbal González
está acostumbrada a la vibrante sencillez de estos ritos, pero a
los paisanos siempre nos impresionan. Y más en los tiempos que
corren.
Me sorprendió lo que para la fiel Infantería está clarísimo, y
que los paisanos, aun concepcionistas por sevillanos,
desconocemos. Que ya los Tercios de Flandes, igual que la Madre
y Maestra hizo el voto de sangre para defender el Dogma de la
Purísima, decidieron proclamar Patrona a la Inmaculada en 1585,
ayer por la mañana. Hablaba el páter en su homilía de la
protección de la Purísima sobre el Tercio de Bobadilla en la
guerra de Flandes y uno, con orgullo de la ciudad, pensaba que
el sevillanísimo Soria 9, tercio que entonces era El Sangriento,
y que probablemente ya tendría un López Farfán y un Gámez
Laserna en su música, no debió de andar lejos de donde un
infante, cavando una trinchera, halló la tabla de la Inmaculada
que nos dio la victoria de la isla de Bommel. Los sevillanos
solemos olvidar que la Infantería es más de la Purísima que la
Hermandad del Silencio o la capillita del Arco del Postigo.
Y me sorprendió sobre todo, escuchando el discurso del general
Segura, cómo estos caballeros de la Infantería siguen
manteniendo con toda dignidad y honor un código de valores y
principios que nuestra sociedad niega y cuya destrucción el
Gobierno muchas veces instiga y acelera. Ya va sonando a reserva
ecológica o a espacio protegido que haya un lugar donde a España
se le llame España sin avergonzarse; donde se hable como valores
a defender de conceptos tan políticamente incorrectos como el
deber, el honor, la disciplina. Y nada digo de la Patria,
palabra mucho más en riesgo de extinción que el lince de Doñana.
-Pero eso es el Himno de la Infantería, usted...
Aún estoy oyendo su repeluco allí en Capitanía, como de niño se
lo escuchaba cantármelo a un alfayate que había sido soldado en
la compañía de ametralladoras del Regimiento de Ceriñola. El
deber, la Patria y el honor de ese himno sacrosanto que sonó en
Capitanía me hizo recapacitar en uno de los más hermosos versos
de su letra: «El esplendor de gloria de otros días». En esta
sociedad del «no a la guerra», donde se quiere hacer de la fiel
Infantería una ONG que reparta chocolatinas en el Tercer Mundo,
los militares comprueban no sin dolor que su código de valores,
al que han entregado vocacionalmente su vida, es justamente eso:
el esplendor de gloria de otros días. Por eso le dije al general
Segura al despedirme:
-Mi general: felicidades en la fiesta de la Patrona y muchas
gracias por haberme convidado a echar este ratito tan bueno de
Patria...
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