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Si
excelente es lo que sobresale en bondad, mérito o estima, y
excelentísimo quien lo es en grado sumo, hace muy bien el
Gobierno apeando ese tratamiento a los altos cargos. Sobre todo
a algunos, para los que el excelentísimo, más que un
tratamiento, era una ironía. Proclamar a Moratinos como más que
sobresaliente en méritos era una contradicción; llamar a Carmen
Calvo dechado de estima, un chiste de leperos. Nada digo de
llamar a Pérez Rubalcaba «excelencia». Si excelencia es bondad,
grandeza, virtud, nos encontramos justamente con el antónimo de
Pérez Rubalcaba.
Es lógico que en este Gobierno de desatinadísimos señores, de
malvadísimos señores, de ineficacísimos señores, de
derrochonísimos, rencorosísimos, desastrosísimos, mendacísimos
señores, el nada excelentísimo señor ministro don Jorge Sevilla
Segura haya anunciado la habitual igualación por abajo y haya
mandado los tratamientos a lo que rima: «Pasó la época del
excelentísimo». Pasó cuando llegaron ustedes precisamente. Lo
mismo que se ha hecho una revisión no sexista del DRAE, han
debido de hacer una lectura lógica del Diccionario y se han
preguntado:
-¿Altos cargos y excelentísimos? Si no llegan a excelentes,
¿cómo vamos a llamarlos excelentísimos? Señor o señora, y van
que chutan...
Hasta lo de señor me parece excesivo en algunos casos. Por
señor, nobilísima palabra, entendemos algo muy distinto a lo que
son y hacen quienes son señores únicamente en el membrete de las
cartas. Han hecho como siempre. Mandan cada día más, pero
gobiernan cada día menos. Y la vicepresidente del Gobierno ha
presentado el «Código para el buen gobierno del Gobierno» como
Moisés mostró las tablas de la ley. No hay mejor Código para el
buen Gobierno que el Código Penal, donde recibir regalos es
cohecho, y estamos en tiempo de cohecho de Navidad en forma de
cesta con un par de cinco jotas. Anuncian esa nueva tabla de los
mandamientos progresistas y en la de toda la vida borran el «no
matarás» y el «no robarás», y ponen barra libre de aborto o
Rafael Vera. Con la misma alegría que si anunciaran que han dado
un puesto de trabajo al último parado que quedaba, o un piso al
último matrimonio joven que tenía que vivir con los padres,
hacen lo de siempre: anunciar las mayores tonterías con la
máxima solemnidad.
Cuando los usos de la lengua están por encima de toda norma,
académica o política, y en cuestión de tratamientos ponen a cada
uno en su sitio. Yo no he escuchado a nadie que le llamara
«excelentísimo señor» al presidente Rodríguez, y sí en cambio
estoy harto de escuchar que le digan cosas peores, pero más
ciertas. Toda España sabía que Pujol era «el honorable» y se lo
decían hasta en Madrid. Teniendo el mismo cargo catalán, creo
que regalan un fin de semana en Baqueira Beret, todo pagado, a
quien demuestre que ha oído a alguien llamar «honorable» a
Maragall. Porque no lo es, en la misma medida que los otros no
son en absoluto excelentísimos.
¿Qué vamos a hacer ahora con tanto jefe de protocolo pagado por
todos nosotros? Y quedan las Diputaciones, los Ayuntamientos, en
los que no han caído. ¿Les apearán también el tratamiento? A las
Excelentísimas Diputaciones que no lo son, ¿podremos llamarlas
Inútiles Diputaciones? A los Excelentísimos Ayuntamientos que
ponen las palabras «estupro» y «muerte» en las iluminaciones de
las Pascuas de Navidad, ¿podremos llamarlos Impresentables
Ayuntamientos? Por la vía del progreso habremos vuelto a los
tristes tiempos del Movimiento Nacional, donde los falangistas
llamaban a los altos cargos de camarada y de tú.
El excelentísimo quedará sólo a efectos de peloteo epistolar.
Como aquella madre que escribió al Rector Magnífico de la
Universidad recomendando a su hijo en los exámenes y puso en el
encabezamiento: «Estupendo Señor Rector».
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