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Hasta
hace poco, cuando Sevilla le dedicaba una calle a alguien, iban
sus herederos, sus allegados, los concejales y el alcalde.
Quien, con un sobrino-nieto del ilustre recordado, descubría
solemnemente los azulejos con su nombre, mientras la Banda
Municipal tocaba el pasodoble «La Giralda», himno oficioso de
Sevilla.
-Es verdad, usted: Sevilla no tiene himno. Lo tiene el Betis, lo
tiene el Sevilla, pero no la ciudad.
-Tiene «Sevilla» de Albéniz y tiene «La Giralda» de Jiménez,
pero lo que se dice himno, no tiene.
Será que la Banda Municipal cuando no está en huelga no le
apetece tocar. Será que sus profesores no soplan ni en un
control de alcoholemia, pero la verdad es que Sevilla ha perdido
ese rito solemne del tatachín al rotular las calles. Dedica
calles a cencerros tapados, sin anuncio previo y sin información
posterior. Pasas por una esquina de San Bernardo y ves en
azulejos: «Periodista Emilio Segura». ¿Y le han puesto una calle
también a Agustín Embuena, el Mago Tranlarán? Nada, no hay forma
de saberlo. Los honores de callejero se anuncian cuando los
piden, pero no cuando los aprueba el pleno. Lo digo por el
doctor don Pedro Albert Lasierra. ¿Le han puesto la calle ya a
Albert o sólo se la han pedido? ¿Hay un azulejo en una esquina o
sólo unas líneas de papel pidiéndola? Llamo al magnifico y
eficaz teléfono 010 y salgo de dudas: no, no existe la Calle
Doctor Pedro Albert.
-¿Pues sabes tú que escrito así el Doctor Albert tiene ya nombre
de calle?
Se la merece este aragonés de Huesca que hizo de Sevilla su
tierra querida y de Tarifa su paraíso del buceo. Se la merece
como eminencia en la cirugía de cabeza o como se llame lo suyo
en Medicina. Pero mucho más por su contribución a la democracia.
No cuando fue teniente de alcalde del PP, de 1983 a 1985.
Entonces estaba tirado ser demócrata. Albert lo era mucho antes,
cuando estaba prohibido, en los tiempos difíciles de la
dictadura. Cuando había que jugársela y que dar la cara por la
libertad. Entonces, como presidente del Colegio Médico, Albert
contribuyó con valentía y honestidad a la lucha por la
democracia. Cuando no la había. Los viejos comunistas, a los que
tanto ayudó sin ser del Partido, con los que viajó por curvas
peligrosas hacia la libertad, no me dejarán por embustero. Este
es el mayor mérito civil de Pedro Albert. Mérito civil que por
cierto ignoró olímpicamente Javier Arenas cuando le impuso la
Gran Cruz de esa Orden en El Mojoso, en el mismo acto en que
hizo Excelentísimos del Currelo al Maestro Araujo y a Rogelio el
de Trifón.
Le pasa a Albert como a los ex alcaldes sin calle, que se la
merecen todos, en la concordia y tolerancia de que tanto
presumimos. Si Luis Uruñuela y Manuel del Valle tienen avenida,
¿por qué no tienen por lo menos una callecita Soledad Becerril o
Rojas Marcos, tan ex alcaldes como ellos? Y si la tiene el
Alcalde Juan Fernández (saludos, don Juan), ¿por qué no la tiene
Félix Moreno de la Cova, el alcalde que tuvo el sueño precursor
de la Expo y de lo que Sevilla es hoy? Monteseirín le puso con
toda justicia una glorieta de su barrio de Heliópolis a Fernando
Parias, el alcalde de la difícil transición. Le dije aquel día:
-Fernando, se te ha puesto cara de nomenclátor...
O nombre de altavoz de Tele Taxi o de Radio Taxi. El honor de la
calle tiene el complemento de que pidan desde allí un taxi por
teléfono: «Luis Uruñuela, ¿quién rinde?», «Primero en parada de
Fernando Parias...» Así que me pido primero en parada para
rendir alegría en la calle del Doctor Albert. Y para poder
decirle cuando lo vea salir de la Clínica del Sagrado Corazón:
-Don Pedro, se le ha puesto a usted cara de nomenclátor...
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