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Como
todos los años, dicen que anoche tampoco llegó a tiempo el
cuarto Rey Mago. No llegó a tiempo al portal de Belén, a adorar
a ese Niño Dios que quieren quitar de la circulación los nuevos
Herodes que inventaron las Fiestas de Invierno. No llegó a
tiempo a las puertas de Sevilla, para salir en la Cabalgata del
Ateneo. Como cada año, aseguran que Artabán acudió tarde a su
cita con el resto de los Reyes en Babilonia. Hartos de
esperarlo, Melchor, Gaspar y Baltasar cogieron carretera y manta
y se fueron por el camino que les marcaba el GPS de la estrella.
Esto es lo oficial. La frialdad del rigor histórico frente a la
belleza encantada de la leyenda. No se lo digan a nadie, pero
Artabán, el cuarto Rey Mago, sí que ha llegado. Todos los años
llega. Ocurre que apenas hay ojos que lo vean llegar. Hay que
volver a ser niño para poder verlo. Tarde, pero llega. Los Reyes
Magos no son los padres. Los Reyes Magos no son más que Artabán,
uno y trino, el más mágico de los magos. Artabán es el que nunca
acaba de llegar, el que está llegando. El gozo de las vísperas.
El que siempre se echa en falta. Artabán, cuando llega con su
túnica de mangas verdes, a buenas horas, dice que mejor que lo
echen a uno de menos que de más. Por eso acude adrede tarde a la
cita de Babilonia y deja que se le adelanten los otros tres, los
oficiales, los que salen en los cuadros y en los nacimientos, en
los textos sagrados y en las cabalgatas.
Si he visto llegar a Artabán es porque Antonio Murciano me ha
emprestado con sus versos el catalejo que usan los poetas para
ver los barcos venir con hermosas leyendas: "¿Tres fueron los
Reyes?/No, que hubo uno más:/Baltasar, Melchor,/Gaspar y Artabán./¿Que
quién fue Artabán?/El que no llegó/a tiempo al Portal:/dicen que
este año/ por fin llegará./(Cuatro son los Reyes/ de mi
Navidad.)" Dicen que Artabán faltó a la cita de Babilonia porque
no iba en camello, sino a caballo. No le llevaba al Niño oro,
incienso o mirra, sino vino y aceite. Caballo, vino, aceite...
¿A qué les suena? ¿De dónde venía Artabán, despacito, que los
hombres no somos escopetas, que correr es de cobardes? ¿De
don-de va a ser? De Andalucía. Le cogía la estrella a contramano
de los otros reyes, por eso tardó en ver-la. Artabán era el Rey
Mago de Occidente. De Tarsis, de Hispalis. De tierra de
caballos, vino y aceite. Y fueraparte de eso, haciendo el camino
de Belén como hermandad filial de los Magos se entretuvo en
ayudar a un anciano que estaba pasando las duquelas negras.
Artabán adoró el hilo de vida de un anciano, por eso llegó tarde
para echar los Reyes al Niño.
Y con las mangas verdes de su túnica, a las buenas horas que
llegó al portal, San José y la Virgen ya se habían ido con el
Niño. Cuentan que fue a Egipto, que volvió, que estuvo media
vida buscando al Niño de un lado a otro, de Tiberíades a Canaá.
El vino se le remontó y el aceite de le enranció, pero siguió
buscando al Niño. Y andando, andando, treinta y tres años más
tarde le dijeron un día de primavera que estaba en Jerusalén,
donde lo habían visto llegar en una borriquita, entre palmas y
olivos. Le dijeron esto un domingo. Se puso en camino. Cuando
llegó a Jerusalén era ya jueves, primera luna de la primavera.
Encontró por fin al Niño. Hecho un Hombre. Clavado en una Cruz.
Se hincó de rodillas, junto a su Madre. Y allí le hizo al Niño
la mejor ofrenda de su tierra. Artabán le cantó al Niño una
nana. Terrible nana, para dormir al antiguo Niño de un Hombre en
la Cruz. Nana a la que llama-ron saeta los judíos, que se
partieron las camisas oyéndola.
Artabán era andaluz. Solamente la magia de un andaluz sabe que
cuando verdaderamente hay que adorar al Niño es en la primera
luna de la primavera, cuando ya está crecidito y se ha hecho un
Hombre. Todo un Señor de Sevilla.
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