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Cuanto
más veo la Cabalgata más me acuerdo de Pepito Caramelos. De José
Jesús García Díaz, aquel otro cuarto Rey Mago, heredero directo
de José María Izquierdo, que durante años y años, con cuatro
perras gordas, pegando sablazos a la gente y poniendo a toda su
propia familia a trabajar en un cobertizo del Parque llamado
pomposamente Pabellón de México, sacaba una Cabalgata modesta y
sin pretensiones, que daba gloria verla, donde toda niña era
convertida en princesa y todo papel de plata del chocolate, en
palanquín verde de las sirenas azules. Aquel Pepito que repetía:
«La Cabalgata son los niños y los caramelos».
Que la Cabalgata son los niños y los caramelos (y que la Divina
Providencia y el bolsillo ajeno corran con el resto) estaba muy
bien como modelo para la Sevilla de Pepito. Una Sevilla con
tapia en la calle Torneo, sin polígonos industriales, sin
matrimonios jóvenes viviendo en el Aljarafe, con el tren en San
Bernardo y su vía cortando a la ciudad en dos. Por decirlo en
corto y por derecho: una Sevilla pre Expo, a la que aún no había
llegado el profundo cambio de 1992 y de su mentalidad.
En Sevilla han cambiado muchas cosas, y más que deberían
cambiar. Ya no hay tapia en la calle Torneo, hay puentes nuevos,
rondas a porrillo. Toda una ciudad nueva en La Cartuja, Ave con
Madrid, nuevo centro comercial en Nervión, grandes superficies
comerciales. Pero la Cabalgata sigue siendo la misma que en
tiempos de Pepito Caramelos, cuando la ciudad estaba en torno a
la ronda histórica. Los mismos esquemas de organización, de
itinerario, de financiación. La Cabalgata se paga todavía con
sablazos a la vanidad de los que quieren salir de Reyes, en una
ciudad con un presupuesto municipal de miles de millones,
capital de una autonomía que apalea los billones de pesetas. La
Cabalgata la organizan cuatro beneméritos compadres del Ateneo
con muy buena voluntad y con mucho esfuerzo personal, robando
horas al sueño. Pero, eso, cuatro compadres. Como los que
evocaba Luis Cernuda en torno a José María Izquierdo en el
Ateneo. Un Ateneo que ha cambiado de sede, pero no de mentalidad
con respecto a la Cabalgata. Y en una ciudad donde, como siempre
queremos que el hombro lo meta otro, le largamos el mochuelo de
la Cabalgata al Ateneo. Es como si la Feria la pusiera el Club
Náutico, y que el Ayuntamiento no soltara ni un duro ni un ápice
de responsabilidad en su organización.
Casi todo ha cambiado en Sevilla desde 1992, menos la Cabalgata.
Que sólo cambió los mulos por tractores. O los caballos del
Ejército por los siete mil millones de beduinos. Por lo demás,
todo sigue como cuando el bueno de Pepito Caramelos, quizá con
más pretensiones. Demasiadas. Muy buena voluntad y punto, en una
ciudad donde hasta para que salgan las cofradías a la calle el
Ayuntamiento organiza el Cecop y donde la Feria es un complejo
operativo en manos de los técnicos.
La mentalidad de la Expo y del 1992 que cambiaron a Sevilla no
ha llegado a la Cabalgata, que se mueve en los esquemas de la
Expo...sición Iberoamericana de 1929. De Pepito Caramelos acá,
la Cabalgata ha ido cada vez a menos, a más decepcionante.
Triana casi la gana ya en Cabalgata a Sevilla. Ni un torero
famoso saca el Ateneo de Rey Mago. Salen los nuevos ricos a los
que les pegan el sablazo. Cabalgatas de barrio hay mejores que
la del Ateneo. Y que no mosquean tanto a la gente. ¿Soluciones?
Doctores habrá que se las den a la Docta Casa. ¿Municipalización
de la Cabalgata? En el aire lo dejo. Lo que sí digo es que este
2004 ha sido a la Cabalgata lo que las carreritas de la
Madrugada del 2000 a la Semana Santa. Ha hecho crisis. Como se
expropian las fincas manifiestamente mejorables, quizá al Ateneo
le deban expropiar el monopolio de la Ilusión. Por
manifiestamente mejorable en una Sevilla que ya no es la de
Rodríguez Gautier ni la de Pepito Caramelos, y que a la vista
está cómo ha sido con Zambrana y Barrero.
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