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Imaginen
que el Ayuntamiento, por voluntad popular, está gobernado por el
Partido Capitalista Empresario Español. Y que para hacer gala de
su nombre y de la historia de su ideología, decide derribar en
la Huerta de la Salud el Edificio Lusitania, ese bloque que es
como una sucursal de Pineda, del Aero, de la Maestranza, de la
Caridad y de la Quinta Angustia, todo en una pieza. Bueno, pues
se va a dar en Sevilla un caso semejante sin que los
profesionales de la memoria histórica abran la boca. El
Ayuntamiento, por voluntad popular, está gobernado por el
Partido Socialista Obrero Español. Y para hacer gala de su
nombre y de la historia de su ideología, quiere derribar las
casitas bajas que forman parte del conjunto histórico único de
la barriada del Retiro Obrero.
-¿Los socialistas obreros derribando el Retiro Obrero?
Derribando parte de su memoria, de la nobilísima historia de la
Sevilla obrera. Lo digo porque un piso del Cuarto Grupo del
Retiro Obrero fue mi Solar de Tejada, del que me siento
orgullosísimo. Allí, en el principal, vivía mi abuela Tomasa,
obrera municipal. Me conozco el Retiro Obrero como la palma de
la mano de mi memoria. Esa mano, jugando en el patio, se
estrecha con la del pintor troskista Paco Cuadrado, que vivía en
el segundo, donde su familia tenía una miguilla, y era mi
compañero de piola y fútbol con los platillos de cerveza. En el
piso bajo vivía un tranviario. Evoco con esto que era una
Sevilla de Vasco Pratolini, de Vittorio de Sica, de Arturo Barea.
El barrio respondía y responde a los ideales benéficos e
higienistas de las grandes obras sociales de la dictadura de
Primo de Rivera (con la que se pringó por cierto la UGT). De la
Sevilla intramuros de corrales, tuberculosis y riadas salieron
antes de la guerra civil estas utopias urbanísticas de agua
corriente y nueva planta: la Ciudad Jardín, el Barrio León, las
tiras de casas obreras de Ramón y Cajal, que fueron las primeras
adosadas antes que se acuñara esta palabra. O el Retiro Obrero,
un paraíso de calidad de vida para mi abuela, que venía de un
corral de la Puerta Osario. La barriada tenía casas
unifamiliares con jardín, casitas con dos pisos y cuatro bloques
de viviendas en tres plantas. Sobre la antigua Huerta de la
Pintada y a lo largo de una avenida de Miraflores industrial,
con las galeras de Aramburu, los vidrios de La Trinidad y el
corcho de Armstrong, sobre un fondo oloroso de las esencias de
Bordas en la carretera de Carmona.
Obra del arquitecto José Gómez Millán, promovida por la Caja de
Seguros Sociales y construida entre 1927 y 1935 (esto es, de
Primo de Rivera a la República), el conjunto del Retiro Obrero
tiene un enorme valor histórico. Es un ejemplo del urbanismo
utópico de aquella Sevilla que pudo haber sido Europa, sueño que
quebraron la crisis mundial del 29, la guerra civil y la ceguera
histórica de nuestra burguesía. Construida como una pequeña
ciudad obrera, la ciudad ideal tenía en su Calle Central
escuela, iglesia, biblioteca, dispensario y baños públicos. Y en
cada vivienda, dignidad en el trabajo, sobriedad sin miseria, en
una arquitectura muy nuestra, hasta con tejaroces en los
balcones. Las calles, orladas de azulejos didácticos sobre la
protección a los trabajadores, llevaban los nombres de
precursores de la previsión y el seguro social: José Maluquer,
Amante Laffón, Francisco Moragas, General Marvá o Gumersindo
Azcárate, krausista y presidente de la Institución Libre de
Enseñanza.
Si se derriba la unidad urbanística de este homenaje a la
memoria de la clase trabajadora, dentro de cien años no nos
perdonarán que hayamos destruido un trozo de la Historia de la
Sevilla que pudo haber sido y no fue. ¿No quereis honrar la
memoria histórica? Pues ahí la tenéis, hijos míos: no la
derribéis.
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