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RESTAURADA
con la Monarquía, la democracia nos devolvió los partidos
políticos, el parlamentarismo, los sindicatos, el divorcio, la
libertad de expresión, las urnas... y el Carnaval, prohibido por
algo con tan poco sentido del humor como una dictadura. Y en
aquellos lugares donde había resistido disfrazándose de Fiestas
Típicas o Fiestas de Invierno, se puso de moda, a manera de
prueba de limpieza de sangre del desorden de Carnestolendas, un
grito que se exclamaba ante el ingenio de un disfraz, la gracia
de la crítica en una comparsa, el lirismo de un tango o la
intención atrevida del doble sentido de una chirigota o una
murga
-¡Esto es Carnaval!
Por la radio acabo de oír enterito, en todas sus fases, el
concurso de agrupaciones del Carnaval de Cádiz, que hoy disputan
su final. Cientos y cientos de coplas. Dieciséis días de Teatro
Falla, a una media de diez agrupaciones por función, cada una de
ellas con una presentación, dos tangos o pasodobles, dos cuplés
con su estribillo y un popurrí, son aproximadamente 60 coplas
diferentes por noche. A lo largo de las sesiones clasificatorias
y semifinales se han podido escuchar, pues, unas 1.100 letras
carnavalescas. Críticas, líricas, irónicas, costumbristas,
evocadoras, guasonas, orgullosas todas de cantar a la Cuna de la
Libertad, con el mismo amor con que los aficionados las oímos,
como si nos hablara una novia, una ciudad querida, con la que
pelamos la pava cada noche, oyéndola en sus coplas de febrero.
En esas más de mil letras carnavalescas que he escuchado para
aprender del ingenio popular, como quien va a clase, he
advertido sorprendentemente repetido el mismo asfixiante
discurso de la mentalidad dominante, aunque ciertamente con más
sentido del humor con que lo reproducen diputados, tertulianos o
intelectuales orgánicos. En el Carnaval está ocurriendo algo
insólito: el pueblo no critica en sus coplas al Gobierno en el
poder, sino al que fue democráticamente derrotado en las urnas.
No he oído ninguna letra contundentemente directa y crítica
contra Zapatero ni contra su Gobierno. Al parecer, ahora es
cuando España va bien, porque las coplas alaban a Zapatero por
nuestra retirada en la guerra de Irak, por la legalización del
matrimonio entre homosexuales, por las leyes contra el maltrato
a la mujer. El editorialista más adulador del poder en el
periódico más cercano al Gobierno es políticamente incorrecto
comparado con muchas complacientes coplas de un Carnaval que,
partícipe de un general e inexplicable resentimiento, no se sabe
por qué ni de qué, no deja de acordarse de Aznar, cuyos
antepasados mientan cada vez que cantan el asunto de los
atentados del 11-M. Tema en el que, sorprendentemente, las
mahometanas castas de Ben Laden salen curiosamente indemnes
incluso en las letras más lacrimógenas.
En estas noches de coplas me he acordado de aquel grito de
alegría en la democracia recién estrenada, cuando las Fiestas
Típicas o de Invierno se quitaron su disfraz en Cádiz o en
Canarias, y lo he puesto entre interrogaciones:
-¿Es esto Carnaval?
El Carnaval, que resistió en algunos lugares de España durante
la dictadura, está sucumbiendo ante la dictadura de lo
políticamente correcto y el aparato de propaganda del poder,
subvencionado además y protegido por el dirigismo cultural de
los ayuntamientos. Si el Carnaval es transgresión y subversión
del orden, debería rebelarse contra la dictadura de la
mentalidad dominante, cuando no opresora. Lo más transgresor
sería una copla de sal gorda popular sobre las claudicaciones de
Zapatero ante el Tripartito, ante los separatistas, ante ETA,
ante Francia, ante Alemania. O sería un cuplé sobre los
desatinos de Moratinos con respecto a ese Peñón que siempre hace
saltar el trasfondo patriótico reaccionario que subyace en el
sentimiento del pueblo, por muy de izquierdas que se crea.
Si el Carnaval es transgresión, la subversión carnavalesca
consistiría en llamar por su verdadero nombre a los
subsaharianos o a quienes quieren contraer matrimonio con
personas de su mismo sexo. No ocurre así. Aunque no hay censura
de las coplas como en tiempos de Franco, cada letrista popular
padece la peor de las censuras; la presión de lo políticamente
correcto o mayoritariamente inquisitorial. La subversión entrega
la cuchara ante la subvención en esta sociedad subsidiada, hasta
el punto de que se ha inventado la transgresión políticamente
correcta, a modo de Fiestas Típicas Democráticas.
¿Es esto Carnaval? Sus funciones como válvula de escape y
transgresión quizá no sean ya necesarias en una sociedad
permisiva, caracterizada precisamente por la subversión diaria
de la pérdida de valores no desde una chirigota, sino desde los
acuerdos del Consejo de Ministros. ¿Por qué sacar disfraces
anticlericales de curas y monjas en una sociedad que se proclama
laica a cada instante y coloca a religiones exóticas y
minoritarias, como la mahometana, en el lugar que antes ocupaba
la católica, sociológicamente mayoritaria en España? Cada fin de
semana en las grandes ciudades se celebra durante todo el año un
Carnaval callejero en el que las frustraciones acumuladas se
liberan con alcohol, sexo, música a toda pastilla en los coches,
y drogas de esa naturaleza pastillera o de mayor cuantía. Los
tabúes que queden por romper caen derribados por el botellón
callejero. ¿Para qué sirve ahora el Carnaval, si ya no supone
ninguna subversión respecto a la transgresión cotidiana?
Desacralizada la Cuaresma, convertidas la Navidad y la Semana
Santa en periodos de vacaciones, el Carnaval ha perdido su
sentido de catarsis, ha muerto como transgresión.
Debemos actualizarlo. Si es subversión, hora es de que por
Carnestolendas puedas hablar en lenguaje políticamente no
correcto sin que te llamen facha. Hora es de que, como excepción
transgresora de las nuevas normas dictatoriales de
comportamiento, el bien vuelva a ser el bien y el mal vuelva a
ser el mal, y que la medida de todas las cosas no sean el dinero
y la comodidad. Como transgresión del orden establecido, en
Carnaval los padres deberían exigir a los hijos que estén en
casa a las 11 de la noche; los profesores podrían castigar a los
alumnos gamberros sin miedo a que las asociaciones de padres de
alumnos los denuncien a ellos y los expedienten por
autoritarios. Si el Carnaval es subversión del orden
establecido, no deben ser días de pecado y desenfreno, como
antaño, sino días de ley, de moral, de ética, de principios, de
valores, de cuanto falta durante el resto del año. Si en
Carnaval todo ha de ser distinto, ¿por qué ahora no ha de
consistir la transgresión precisamente en volver a poner esas
fronteras morales? Antes, por Carnaval, la gente se disfrazaba.
Ya no hace falta. Todo el año van muchos como disfrazados, pelos
teñidos de amarillo o verde, zarcillos en cejas y en labios. Si
el Carnaval consiste en disfrazarse, su hija, señora, de momento
tiene que quitarse esos pantalones cuyas perneras le arrastran y
debe usted conseguir de una vez que le corten los bajos a su
medida, cosa que hasta ahora no ha logrado. Si estamos en
Carnaval y se hace lo contrario del resto del año, ahora, ahora
es cuando la profesora de sus hijos va a conseguir, por fin, que
los muchachos vayan a clase sin toda esa ferretería de
pendientes y anillos que ahora lucen.
Y como se trata de subvertir lo establecido, hasta podríamos
asistir al espectáculo carnavalesco de ver cómo los guardias de
verdad, no de chirigota, detenían a Atucha por no haber querido
cumplir la sentencia del Supremo sobre la ilegalización de
Batasuna.
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