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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS


¿Esto es Carnaval?

RESTAURADA con la Monarquía, la democracia nos devolvió los partidos políticos, el parlamentarismo, los sindicatos, el divorcio, la libertad de expresión, las urnas... y el Carnaval, prohibido por algo con tan poco sentido del humor como una dictadura. Y en aquellos lugares donde había resistido disfrazándose de Fiestas Típicas o Fiestas de Invierno, se puso de moda, a manera de prueba de limpieza de sangre del desorden de Carnestolendas, un grito que se exclamaba ante el ingenio de un disfraz, la gracia de la crítica en una comparsa, el lirismo de un tango o la intención atrevida del doble sentido de una chirigota o una murga

-¡Esto es Carnaval!

Por la radio acabo de oír enterito, en todas sus fases, el concurso de agrupaciones del Carnaval de Cádiz, que hoy disputan su final. Cientos y cientos de coplas. Dieciséis días de Teatro Falla, a una media de diez agrupaciones por función, cada una de ellas con una presentación, dos tangos o pasodobles, dos cuplés con su estribillo y un popurrí, son aproximadamente 60 coplas diferentes por noche. A lo largo de las sesiones clasificatorias y semifinales se han podido escuchar, pues, unas 1.100 letras carnavalescas. Críticas, líricas, irónicas, costumbristas, evocadoras, guasonas, orgullosas todas de cantar a la Cuna de la Libertad, con el mismo amor con que los aficionados las oímos, como si nos hablara una novia, una ciudad querida, con la que pelamos la pava cada noche, oyéndola en sus coplas de febrero.

En esas más de mil letras carnavalescas que he escuchado para aprender del ingenio popular, como quien va a clase, he advertido sorprendentemente repetido el mismo asfixiante discurso de la mentalidad dominante, aunque ciertamente con más sentido del humor con que lo reproducen diputados, tertulianos o intelectuales orgánicos. En el Carnaval está ocurriendo algo insólito: el pueblo no critica en sus coplas al Gobierno en el poder, sino al que fue democráticamente derrotado en las urnas. No he oído ninguna letra contundentemente directa y crítica contra Zapatero ni contra su Gobierno. Al parecer, ahora es cuando España va bien, porque las coplas alaban a Zapatero por nuestra retirada en la guerra de Irak, por la legalización del matrimonio entre homosexuales, por las leyes contra el maltrato a la mujer. El editorialista más adulador del poder en el periódico más cercano al Gobierno es políticamente incorrecto comparado con muchas complacientes coplas de un Carnaval que, partícipe de un general e inexplicable resentimiento, no se sabe por qué ni de qué, no deja de acordarse de Aznar, cuyos antepasados mientan cada vez que cantan el asunto de los atentados del 11-M. Tema en el que, sorprendentemente, las mahometanas castas de Ben Laden salen curiosamente indemnes incluso en las letras más lacrimógenas.

En estas noches de coplas me he acordado de aquel grito de alegría en la democracia recién estrenada, cuando las Fiestas Típicas o de Invierno se quitaron su disfraz en Cádiz o en Canarias, y lo he puesto entre interrogaciones:

-¿Es esto Carnaval?

El Carnaval, que resistió en algunos lugares de España durante la dictadura, está sucumbiendo ante la dictadura de lo políticamente correcto y el aparato de propaganda del poder, subvencionado además y protegido por el dirigismo cultural de los ayuntamientos. Si el Carnaval es transgresión y subversión del orden, debería rebelarse contra la dictadura de la mentalidad dominante, cuando no opresora. Lo más transgresor sería una copla de sal gorda popular sobre las claudicaciones de Zapatero ante el Tripartito, ante los separatistas, ante ETA, ante Francia, ante Alemania. O sería un cuplé sobre los desatinos de Moratinos con respecto a ese Peñón que siempre hace saltar el trasfondo patriótico reaccionario que subyace en el sentimiento del pueblo, por muy de izquierdas que se crea.

Si el Carnaval es transgresión, la subversión carnavalesca consistiría en llamar por su verdadero nombre a los subsaharianos o a quienes quieren contraer matrimonio con personas de su mismo sexo. No ocurre así. Aunque no hay censura de las coplas como en tiempos de Franco, cada letrista popular padece la peor de las censuras; la presión de lo políticamente correcto o mayoritariamente inquisitorial. La subversión entrega la cuchara ante la subvención en esta sociedad subsidiada, hasta el punto de que se ha inventado la transgresión políticamente correcta, a modo de Fiestas Típicas Democráticas.

¿Es esto Carnaval? Sus funciones como válvula de escape y transgresión quizá no sean ya necesarias en una sociedad permisiva, caracterizada precisamente por la subversión diaria de la pérdida de valores no desde una chirigota, sino desde los acuerdos del Consejo de Ministros. ¿Por qué sacar disfraces anticlericales de curas y monjas en una sociedad que se proclama laica a cada instante y coloca a religiones exóticas y minoritarias, como la mahometana, en el lugar que antes ocupaba la católica, sociológicamente mayoritaria en España? Cada fin de semana en las grandes ciudades se celebra durante todo el año un Carnaval callejero en el que las frustraciones acumuladas se liberan con alcohol, sexo, música a toda pastilla en los coches, y drogas de esa naturaleza pastillera o de mayor cuantía. Los tabúes que queden por romper caen derribados por el botellón callejero. ¿Para qué sirve ahora el Carnaval, si ya no supone ninguna subversión respecto a la transgresión cotidiana? Desacralizada la Cuaresma, convertidas la Navidad y la Semana Santa en periodos de vacaciones, el Carnaval ha perdido su sentido de catarsis, ha muerto como transgresión.

Debemos actualizarlo. Si es subversión, hora es de que por Carnestolendas puedas hablar en lenguaje políticamente no correcto sin que te llamen facha. Hora es de que, como excepción transgresora de las nuevas normas dictatoriales de comportamiento, el bien vuelva a ser el bien y el mal vuelva a ser el mal, y que la medida de todas las cosas no sean el dinero y la comodidad. Como transgresión del orden establecido, en Carnaval los padres deberían exigir a los hijos que estén en casa a las 11 de la noche; los profesores podrían castigar a los alumnos gamberros sin miedo a que las asociaciones de padres de alumnos los denuncien a ellos y los expedienten por autoritarios. Si el Carnaval es subversión del orden establecido, no deben ser días de pecado y desenfreno, como antaño, sino días de ley, de moral, de ética, de principios, de valores, de cuanto falta durante el resto del año. Si en Carnaval todo ha de ser distinto, ¿por qué ahora no ha de consistir la transgresión precisamente en volver a poner esas fronteras morales? Antes, por Carnaval, la gente se disfrazaba. Ya no hace falta. Todo el año van muchos como disfrazados, pelos teñidos de amarillo o verde, zarcillos en cejas y en labios. Si el Carnaval consiste en disfrazarse, su hija, señora, de momento tiene que quitarse esos pantalones cuyas perneras le arrastran y debe usted conseguir de una vez que le corten los bajos a su medida, cosa que hasta ahora no ha logrado. Si estamos en Carnaval y se hace lo contrario del resto del año, ahora, ahora es cuando la profesora de sus hijos va a conseguir, por fin, que los muchachos vayan a clase sin toda esa ferretería de pendientes y anillos que ahora lucen.

Y como se trata de subvertir lo establecido, hasta podríamos asistir al espectáculo carnavalesco de ver cómo los guardias de verdad, no de chirigota, detenían a Atucha por no haber querido cumplir la sentencia del Supremo sobre la ilegalización de Batasuna.





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