|
Cuando
salía de la barra del Bar Pinto, don Antonio Mairena siempre
llevaba una carterita. Más de una vez me pregunté qué secretos
de Andalucía, qué llaves del cante guardaba en la carterita.
Hasta que murió, y se dejaron de ver por Sevilla la carterita,
las gafas oscuras, el jipijapa del escaparate de Padilla Crespo
que llevaba Antonio Mairena. Un buen día volví a ver aquella
carterita de los misterios y del arte. La vi salir de la barra
del Bar Becerra de la Puerta Carmona. Era la misma. La llevaba
ahora Paco Gandía debajo del brazo. E igual que estuve años
preguntándome por el contenido de la carterita cuando la llevaba
Mairena, en cuanto pasó a manos de Gandía como heredero
universal supe al instante qué había dentro: nada más y nada
menos que la gracia del pueblo. La Ciudad de la Gracia, ¿no?,
pero no según José María Izquierdo, sino según la Sevilla
popular que va de San Juan de la Palma a la Puerta Carmona y a
Osario. La Sevilla de la cuadrilla de costaleros de Angelillo,
que paraba en la taberna El Colmo. La Sevilla de la murga de
Pavón, que vivía en la calle Valle. La Sevilla de la fábrica de
sombreros de la calle Arroyo. La Sevilla extramuros del arrabal
histórico. Llaman a cierta gracia, despectivamente, arrabalera.
De despectivo nada: la gracia de Paco Gandía era supremamente
arrabalera, por popularísima. Del arrabal de San Roque,
extramuros de la Puerta Carmona.
Esto es verídico. Opá, que voy a largar. Opá, que voy a largar
la memoria de la ciudad en el gorigori literario en memoria de
Paco Gandía, su narrador oral. Decían que era humorista. Esto no
es verídico. Lo verídico es que ponía la voz en off al sonido
ambiental de la gracia de Sevilla. Ni de Triana ni de la
Macarena. De ahí, de la Puerta Carmona. De ahí, de la barra de
Becerra, donde se mea la perra y el perro de San Roque no tiene
rabo porque Paco Gandía se lo ha cortado, tirándose de risa los
animalitos con sus chistes.
Conectaba con una tradición sevillana olvidada, la Sevilla
humorística del poeta Antúnez, que se quedó con la Generación
del 27 en pleno largándoles un discurso en perfecto camelo
cuando el centenario de Góngora en el Ateneo. Con las sevillanas
de Pepe el Limpio. Con la murga de Regaera y de Los Medinas
Sevillanos. La gracia para el que la trabaja. La gracia, del
pueblo y para el pueblo. Paco Gandía, serio y honrado como
nadie, trabajador, supo llevarla desde el mostrador de Becerra a
TVE. Engrandeció y ennobleció lo que podía haberse quedado en
guasa, tela de guasa, para uso de señoritos con la colla de
Joseliqui, El Gran Simón y Garbancito. A base de trabajo. Paco
Gandía era él solo todo su espectáculo. La infraestructura de su
espectáculo se componía, a saber, de Paco Gandía y de su
Mercedes color verdecito. Cogía ese Mercedes y, puuuuuuuum, a
Albacete. Actuación, y, puuuuuuuum, ya estoy yo en la Puerta
Carmona.
Proclamaba que su narrativa popular sevillana era verídica
porque ciertamente lo era. Lo que no sabe la gente es que
Sevilla le contaba sus chistes a Paco Gandía como le llevan los
rosarios al Papa, para que los bendijera y los incorporase a su
repertorio, engarzándolos como cuentas en su narrativa popular.
Hasta que Paco Gandía no proclamaba que era verídica no tomaba
carta de naturaleza esa gracia de la Ciudad de la Gracia, el
lance de humor sevillano que le habían contado.
A lo mejor lo había escuchado en el rinconcito de la puerta del
arrastre de la plaza de toros, donde tantas tardes lo vi antes
de la corrida, cumpliendo con su rito reírse en amor y compaña
con areneros, porteros, mulilleros. ¿Quién le contaba la
historia verídica a quién? ¿Sevilla a Paco Gandía o Paco Gandía
a Sevilla? Este Domingo de Resurrección lo buscaré en su tercera
fila de barrera del tendido 7, junto a Dolores Aguirre. Su
ausencia me contará el último chiste de Paco Gandía. Esto de la
muerte, Paco, sí que es verídico.
Recuadros de días
anteriores
Correo
Biografía de Antonio Burgos
Libros
de Antonio Burgos en la libreria Online de El Corte Inglés
|