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Si
usted cree que un icono es una tabla bizantina con una Virgen
así como del Perpetuo Socorro pintada, con filigranas de plata
silueteándola a modo de marco y, sobre todo, sacada de
contrabando por una aduana de la antigua Unión Soviética,
quíteselo de la cabeza. No es esto, no es esto. Un icono ahora
es lo que antes un mito, un ídolo, un símbolo viviente. Beckham
es el icono de los galácticos. Javier Bardem, icono de los
artistas de PP (Pegatina y Pancarta). Javier Sardá, icono de la
telebasura. Ibarreche, icono de la ruptura que se nos viene
encima. Carod, icono de la dictadura de los partidos bisagra que
nos parten por el eje. Y así pueden ir poniendo iconos de
cantantes, empresarios, pintores, escritores, toreros. Hay
iconos de todo. Cualquier periódico o revista es una tesis
doctoral sobre iconografía de nuestro tiempo. De la iconografía
de la casulla a San Ildefonso hemos pasado a la iconografía de
la gabardina de Humphrey Bogart en «Casablanca».
A la moda de venerar iconos se añade otra: la expresión «de
culto». Ya nada es de antología, de época, de referencia: es de
culto. No contentos con los iconos, la religión del laicismo se
nos llena de objetos de culto. ¿Santos, Vírgenes, imágenes de
Cristo? En absoluto. Los objetos de culto no se encuentran ya en
las tiendas de artículos religiosos, establecimientos «kitsch»
donde lo mismo te venden una casulla de guitarra que un San
Pancracio. Los objetos de culto se encuentran ahora en los
suplementos. Por ejemplo, «Casablanca» es una película de culto.
- ¿Pero «Casablanca» no era un icono?
- No, el icono es Humphrey Bogart.
- O sea, que Bogart recibe culto como icono en la iglesia de
«Casablanca».
Más o menos. Todo ciclo cultural tiene algo de triduo. Cuando en
una televisión dedican un ciclo a un director de cine es como si
le hicieran una novena. Esa película que ponen urgentemente como
homenaje cuando se ha muerto un icono (una cinta de culto,
naturalmente) viene a ser como su funeral de corpore insepulto
por lo civil.
Tengo mi teoría sobre esta moda del icono y de las creaciones de
culto. Todo es resultado del nacional-laicismo que nos rodea. El
de los años 40 y 50 del siglo XX fue el nacional-catolicismo,
como lo sacó de pila el difunto teólogo José María González
Ruiz. El de estos inicios del siglo XXI es el nacional-laicismo.
El Gobierno era la pareja de hecho de la Iglesia. Se han
separado, por lo civil. O los han anulado, por lo canónico. Y el
Gobierno larga ahora pestes de la Iglesia, como de su ex hacen
todos los separados. Oyendo las formulaciones laicas de los
gobernantes, es como si dijeran de la Iglesia igual que los
divorciados de sus ex:
-¿Pero cómo he podido yo estar tanto tiempo viviendo con esa
señora?
El nacional-laicismo se impone con la misma presión
inquisitorial que antaño el nacional-catolicismo. Anatema sit
toda idea de fe y de religión. El nacional-laicismo ha inventado
la excomunión por lo civil. Y como hay una cierta orfandad de
religión, se inventan iconos para considerarlos de culto. Se nos
aparecen los iconos en un Fátima por lo civil. Javier Bardem se
nos ha aparecido en carne mortal en los Goya. Y ahora vamos a
Hollywood, a la romería de Javier Bardem, como antes a la ermita
de San Antonio. Lo que más gracia me hace es que los
nacional-laicistas a los que les deberían traer sin cuidado la
religión y la fe, son los que más se mosquean con cuanto dicen
el Papa y los obispos. A los dictadores del nacional-catolicismo
les importaba una higa lo que dijera el Gran Maestre de la
Masonería. Pero estos tíos... ¡cogen unos cabreos con lo que
dice el Papa! Si son agnósticos, ¿qué demonios les tiene que
importar lo que diga el Papa, que no es icono de la modernidad
ni nada?
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