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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Nuestro deporte del medalleo

Las placas y las medallas las carga el diablo. O las recibe. Tan arraigado está en nuestra tierra el ejercicio del medalleo, que hasta le iban a dar una placa a una representación del mismo diablo, cual un grapo emberrechinado, que no se ha arrepentido para nada del asesinato en 1984 de Rafael Padura, recordado presidente de los empresarios sevillanos.

La Diputación de Cádiz, en el deporte andaluz del medalleo, suele conceder su placa de oro a hijos ilustres de la provincia. No se trataba esta vez de Rocío Jurado, ni de Carlos Edmundo de Ory, ni de Paco de Lucía, ni de Alejandro Sanz. Era un mal nacido en la provincia de Cádiz, que en esta España sin memoria y sin cumplimiento de penas pasó directamente de condenado a héroe paralímpico, más condecorado que Millán Astray en Marruecos. Tras lo cual, tachín, tarará, la Diputación de Cai, primito hermano, decidió que un héroe paralímpico no podía quedarse sin placa de la provincia. Menos mal que los empresarios descubrieron la tostá: era el asesino de Padura. La Diputación, bien, le ha retirado la placa. Pero con el habitual cumplimiento de consigna. ¿Saben ustedes quién tiene la culpa del triste episodio? ¿Quién va a ser? ¡Aznar! El presidente de la Diputación, con la manipulación habitual en el obligado cumplimiento de las consignas de su partido, lo ha dicho: «Que nadie se rasgue las vestiduras porque fue el Gobierno del popular José María Aznar el que permitió que desfilara con el equipo paralímpico español». (¡Toma del frasco del piano de Carrasco! No, si Cabañas va a descubrir que de la explosión de 1947 también tuvo la culpa Aznar...)

Todo esto ocurre porque en nuestra tierra el medalleo es un deporte. A poco que te descuides, te dan un banquete y te entregan una placa. El medalleo es un deporte popularísimo y rentable. Igual que los vascos tienen su deporte de cortar troncos y arrastrar piedras, en Andalucía la Baja damos homenajes y entregamos placas y medallas. Los metales de unos Juegos Olímpicos son quincalla al lado del medallero de Sevilla, de Cádiz, de Jerez, de Sanlúcar. Hasta una manzanilla con nombre de medalla hay. Medallas van y medallas vienen. Pero no una medalla muy vieja con un cordón renegrío que apenas se ve la cara de la Virgen del Rocío: una medalla nuevecita, acabadita de acuñar y de inventar, que se le ocurrido darla a una peña de amiguetes para complacer el ego de uno que les interesa y al que van a sacarle la morterá. Tela.

Y de las placas, ni te cuento. Hay toda una industria andaluza de fabricación y grabado de placas. Aquí al cabo de una semana cualquiera se graban más placas de homenaje que discos en los estudios de la Sony. Emilio López, que es un periodista con muchísima gracia, cuando el Ayuntamiento lanzó el lemas turístico de «Cádiz, la mar de plata», hizo inmediatamente la corrección de tiro, tipo Polígono Janer, reflejando este deporte local nuestro de los homenajes: «Cádiz, la mar de placas». Y no sé si también es suya la aclaración de que no es Tacita de Plata, sino Tacita de Placas.

-Hombre, como que en Sevilla o en Cádiz te compras un coche nuevo y cuando vas a pagarlo, como homenaje te dan una placa, la placa de la matrícula, por tu contribución al auge de la industria automovilística nacional...

Como la mancha de la mora con otra verde se quita, los empresarios sevillanos, tan dados también a conceder medallas, han evitado que la Provincia de la Libertad entregue su placa a quien sólo merecía ver la placa del policía que lo detuvo tras el asesinato de un honrado comerciante. Así que de aquí en adelante, vamos a tener mucho cuidadito con las medallas y las placas que demos. Ya no vamos a estar tranquilos ni aunque se trate de entregar una placa de pizarra con la voz monumental de La Niña de los Peines.





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