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COMO
un homenaje a Miguel Mihura, hay palabras que parece que usan
sombrero. Por ejemplo, la que más hemos oído en estos días:
ciudadanía. Ciudadanía es una palabra modelo 1789, que lleva
gorro frigio. Y que ha cobrado un significado nuevo en estas
europeas calendas de febrero. Aparte del conjunto de los
ciudadanos de un pueblo o nación, hay una nueva acepción para la
voz ciudadanía, cuya papeleta redactaría así para su entrada
triunfal en el DRAE: «Apócope del igualitario tópico de
«ciudadanos y ciudadanas». Usase comúnmente por socialistas en
sus discursos». Si por cada vez que se ha pronunciado la voz
ciudadanía en la última semana se hubiera reducido en un euro la
deuda de RTVE, no hubiera sido necesario el informe del Comité
de Sabios, ese librito papel de fumar que han presentado dentro
de un lujosísimo estuche como para guardar el manuscrito del
Poema del Cid.
-Mucho jipío pá tan poco cante, usted...
Evidentemente. Y mucha palabra ciudadanía para arriba y para
abajo, para no tener que repetir cien mil veces lo del
ciudadanos y ciudadanas. No me extrañaría que Ruiz-Gallardón
invente pronto «madrileñía» para referirse del tirón a los
madrileños y madrileñas; que Ibarreche diga «vasquía» por vascos
y vascas; y que Carod rompa en llamar «catalanía» a los
catalanes y catalanas. En cuanto a mi ciudad, no hay que
inventar «sevillanía» para referirse a los sevillanos y
sevillanas. Esa voz ya la inventaron Los del Río, precursores
del sí, buana, a una Constitución Europea que nadie ha leído.
Iba a decir que los que han ganado el referéndum han sido Los
del Río, pero no me atrevo sin consultar antes con el sexador de
noes. Igual que en las granjas avícolas hay sexadores de pollos,
a la hora de traer las gallinas de la aprobación de la
Constitución Europea nos ha salido un sexador de noes. Como la
misma palabra indica, no es lo mismo todo no. En la Real
Academia van a tener que echar horas extraordinarias para
reformar la Gramática, pues el sexador de noes ha descubierto
que hay un no progresista y un no facha. Un no de secano y un no
de regadío. Un no privado y un no público. Un no de derechas y
un no de izquierdas. Este sexador ha dejado en pañales a don
Leandro Fernández de Moratín, quien se quedó en «El sí de las
niñas». Este sexador ha escrito «El no de los señores de la
calle Serrano», «El no de las señoras del barrio de Los
Remedios» y «El no va por barrios». Es más bien especialista en
noes de un determinado signo, pajas del ojo ajeno. De las vigas
del no de sus socios de Gobierno, del no de Carod o de
Llamazares, no sexa nada. Como el colesterol bueno y el
colesterol malo, hay un no bueno y un no malo. El no separatista
de Cataluna, el no castrista-leninista de Marinaleda, no es lo
mismo que el no de La Moraleja (Alcobendas), donde por cierto
viven como marqueses en sus casoplones los progres
latisueldistas de la pegatina del otro no, del no a la guerra,
que es el no bueno.
El sexador de noes se llama José Blanco. Le dicen Pepiño o Pepe
Blanco. Para mí no hay más Pepe Blanco que aquel Pepe el
taxista, que cantaba con Carmen Morell la oda al cocidito
madrileño re...picando en la buhardilla. Cada vez que oigo lo de
Pepe Blanco creo que María Antonia Trujillo es Carmen Morell, y
que el cocidito madrileño está re...picando en la buhardilla
como solución habitacional. Pienso en el cantante Pepe Blanco y
en su cocidito madrileño porque miro la cara de este Pepe Blanco
con el dedo tieso, sexando noes. O garbanzos del cocidito
madrileño del sí de las niñas de la portada del Vogue. No es que
yo tenga una imaginación calenturienta si al ver la cara de José
Blanco pienso en los garbanzos. ¿En qué cocidito madrileño he
visto yo antes un garbanzo con esta misma cara? Somos tan
afortunados como el machadiano hombre del casino provinciano que
vio a Carancha recibir un día: hemos visto a Caragarbanzo sexar
los noes de la ciudadanía.
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