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A
un escolar de Coria que ha decidido el hombre lo que ha tenido
por conveniente con una opción personal, sus compañeros, vaya
por Dios, le han montado una inquisición, con desprecios y
vejaciones de palabra y obra. Bien que lo siento, como debemos
sentir todo ataque a la libertad. Como siento que a este acoso
en las aulas lo llamen de una forma que, al menos en Sevilla, es
totalmente equívoca: «bulling». Según leo a especialistas en
Pedagogía, bulling en inglés significa maltrato e intimidación
entre iguales, especialmente entre alumnos que humillan a otros
compañeros más débiles.
En Sevilla el propio uso del término bulling es humillante nada
menos que para una seña de identidad local: la bulla. No tengo
que exaltar, por venerada, la cultura de la bulla, forma
autóctona de vertebración social; ni la soberanía de la bulla,
ni su carácter normativo. La bulla es nuestra ordenación del
caos. Cierto que la cultura de la bulla ha perdido mucho, desde
que en la Expo aprendimos a guardar cola. La bulla es la
tradición; la cola, la modernidad. Ahora se desconfía de la
bulla, cuya cultura hizo crisis en la famosa Madrugada del 2000,
terror del milenio en forma de nazareno con guión sacramental
tajelando tela. A la bulla últimamente le ponen demasiadas
vallas, demasiados tíos del gualquitalqui, demasiados centros
operativos.
A pesar de todo, la bulla sigue siendo soberana. «Bulla Sublime»
podría titularse una de las setecientas mil nuevas marchas de
tambores y cornetas. En la bulla estamos en la gloria. Por eso
la voz bulling es confusa para expresar el condenable acoso
escolar entre condiscípulos. Bulling aquí en Sevilla suena a
deporte sanísimo y conveniente. Suena a «footing», suena a «jogging»:
-¿Qué te ha dicho el cardiólogo, Pepe?
-Pues que todos los días haga un poco de footing y que esta
Semana Santa no deje de hacer bulling.
Hasta ese otro deporte del «puenting» suena a venerable devoción
viario-cofradiera. Empezamos la Semana Santa haciendo puenting
con La Estrella y no paramos hasta la noche del Viernes, con el
puenting del Cachorro, pasando por el sambernarding del
Miércoles Santo. Tendría que escribirse un «Manual del Bulling
Sevillano», a modo de Pograma. No es lo mismo ver las cofradías
haciendo bulling que haciendo silling (en sus modalidades de
campaning, sierping o aveniding). O que haciendo palking en la
Plaza. O balconing (de leling o de lopering) con sus dos
modalidades de saetering: sacring y perejiling. Cada sevillano
tiene su propia teoría del bulling y domina sus técnicas. No se
puede ir contra la corriente en el bulling. Donde no hay nada
peor que toparse con una mancha de catetos apalancados en una
bocacalle, atajándola. Muy sabidos, cuando vas a avanzar hacia
el palio, sacan los codos y te dicen:
-No se puede cruzar, porque está pasando una procesión.
-Mire usted: no es una procesión, sino una cofradía; y se puede
y se debe cruzar para no taponar la calle como usted... ¡so
pedazo de cateto!
El experto en bulling evitará hacer alfalfing, con sus
cochecitos de niño chico. Es peor que cuando había salvadoring
con La Borriquita. Tendrá sus técnicas para el andening del
Museo. Estará siempre dispuesto al crabing ante los palios (en
sevillano, cangrejing). Alguna vez hará calleparring, modalidad
del macarening. Y este año, callejoning, como antes hizo
jardining con La Candelaria. Y se gozará con los popularísimos
sangonzaling, tirodelining y cerring en el entrading, así como
con San Esteban en el saliding.
Y, hablando de saliding, si es mujer, desde mocita dominará como
nadie las técnicas que impiden la variedad menos santa del
bulling: el ejercicio de calentamiento que practican los
satirones, conocido como el clásico rabing en el bulling.
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