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En
la antigüedad había tanto paro, casi como ahora, porque todo
el trabajo lo tenía Hércules. Inventor del pluriempleo, hasta
doce trabajos simultaneó, porque la vida en el Olimpo estaba
mú achuchá y había que sacar a la familia adelante, que no
vean ustedes lo que pedía por esa boca su hija Macaria. Y como
Zeus le pagaba dietas y kilometraje en el negocio familiar, no
dudó en meterse en carretera, como un comercial. Donde mejor
clientela tenía era por aquí. Tanto, que hasta fundó tres
delegaciones: Cádiz, Sevilla y La Coruña. Aficionadete al
flamenco, fundó La Coruña como cantando un tango por La Niña
de los Peines: «El faro de La Coruña/lo voy a poner mú alto/pá
que alumbre a los vapores/y no se pierdan los barcos». Porque
era espantosa la cantidad de trirremes que se hundían en
aquella Costa de la Muerte, a la que dio vida alzando en La
Coruña la torre de su nombre y, una vez puesta, colocando a su
lado la ciudad marinera más hermosa y el campo del Depor.
Hércules se enteró luego que Nemea tenía en su circo unos
leones que daban mucho por saco, nadie podía hacer carrera de
ellos. El circo tenía de empresario a un tal Eolo. Donde
quiera que llegaba el circo de Nemea, saltaba el levante.
Hércules fue y de dos latigazos domeñó a los leones de Nemea,
que quedaron de categoría: dos funciones diarias. Y viendo que
hacía allí aquel levante tan guapo, decidió fundar una ciudad
para que no naciera cunera, sin apellido, la Constitución de
1812. Así fue como fundó Cádiz, cuyo escudo es precisamente el
cartel del circo de Nemea, con Hércules en plan Angel Cristo,
pero sin Bárbara Rey.
Y luego, sin un duro ni antiguo ni moderno a pesar de estar
deslomado de tantos trabajos, porque Megara su parienta y la
niña Macaria se las traían, se enteró Hércules que por estas
tierras los chavales de los cortijos de las Hespérides se
hacían de oro con el toro. Y tras hacer la luna en lo de
Gerión, logró que lo pusieran con caballos de Diomedes. De
novillero estuvo enorme. De alternativa. Por lo que se doctoró
en el ruedo sin fronteras de la marisma. Fue cuando cuajó un
toro de Gerión y regaló el sobrero, el toro de San Lucas, al
que le cortó el rabo. Lo cogió luego la Casa Camará, y se hizo
tan rico que se compró un cortijo de hermosura, al que le puso
de nombre Sevilla.
Las tres ciudades hijas de Hércules se parecen como hermanas
que son. En La Coruña, Rafael el Gallo dijo que Sevilla está
donde tiene que estar, que lo que está lejos es La Coruña. En
los freidores de Cádiz hay muchos más gallegos que en toda La
Coruña, dónde va a parar, y con toda la cara de Lendoiro,
además. En la sevillana Alameda llaman los Hércules a sus
columnas: son las Torres de Hércules que han adelgazado con la
dieta mediterránea de papelones de chocos de las Pescaderías
Coruñesas. Las tres ciudades tienen muelle, alegría, música,
una luz única. Cádiz y La Coruña, por Patrona a la Virgen del
Rosario, y en Sevilla los rosarios de plata de Montensión
tintinean como homenaje gaditano y coruñés cuando pasan ante
los Hércules de una Alameda como de Apodaca.
Hijas ambas de un dios menor que para nosotros es mayor que su
padre Zeus, porque aquí se ganó sus habichuelas y se hizo
famoso, mañana se hermanan oficialmente Cádiz y La Coruña. Las
dos ciudades herecleas de la mar se olvidan de su hermana la
del río, Sevilla, cuya Puerta de Jerez, mirando a Cádiz,
enseñaba orgullosa su partida de nacimiento: «Hércules me
fundó». Sevilla quizá hace muchos lustros que se hermanó por
su cuenta con los gallegos de La Coruña, antes del Teresa
Herrera de Helenio. De no ser por los gallegos, como se les
decía a los costaleros, aquí nadie hubiera sacado un paso.
Punto en el cual los gallegos están casi a la altura de
Pilatos, que por poco nos deja sin Semana Santa. Si no llegan
a venir los gallegos desde La Coruña, mandados por el capataz
Hércules, nos quedamos sin «¡Al cielo con Ella!».
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