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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los oles de la Madrugada

La saeta cambia el tercio con el ole de la plaza. Ningún director de orquesta sabe dar mejor la entrada. Nadie tiene partitura, nadie sabe quién la canta, ni nadie afina los tonos, ni da la clave ni nada. Y Sevilla en ese ole, señores, es que lo clava. El hoyo de las agujas es la plaza que se calla cuando tiene que callarse, arte del silencio llaman. El ole que cambia el tercio le gritaban a una Marta de balcón de capiller despidiendo a la Esperanza. La Marta de su Vecina se despedía y cantaba con nuestra exageración, tal como marca la tabla: «Adiós, Gitana bonita, que no cabe más de Guapa». Y luego la recibía en el hueco la mañana. Le daba la bienvenida a La que vuelve a su casa, en aquel balcón colgado que estaba en la calle Parras. Cada verso de su copla, cada tercio de su alma, con un ole exacto y fijo Sevilla lo subrayaba. Voz del pueblo, voz del cielo; y el ole, bulla que habla; ese senatus del pueblo hecho bulla soberana. Los directores de orquesta y el mismísimo Von Kárajan guardarían su batuta sin ni siquiera estrenarla, porque aquí sin director, sin atril, sin pentagrama, Sevilla sabe decir el ole cuando hace falta.

¿Qué significa ese ole? Lo traduzco, así se aclaran. Ese ole es el amén que aquí nos sale del alma. Como sabemos latín y árabe en jámala, jámala, dicen que cuando los moros el ole significaba exactamente «por Dios», y que en árabe era «wallah», según aquellos primeros morancos que hubo en Triana. ¡Toma mezcla de culturas, diálogos y alianzas! Sabe coger mi Sevilla lo mejor de cada casa: de Roma coge un armao y a Mahoma pide el «wallah» para poderlo gritar a la Centuria que pasa: ¡Ole los armaos guapos!, ¡Ole Hidalgo, el cabobanda! Ole el pájaro de Roma que nunca el vuelo levanta y que tiene en el Senatus la más imperial alcándara, que cuando llega a la puerta hasta le tocan la Marcha: gandinga de Anchalaferia, reina de pluma y coraza. ¡Ole y ole la recova y la gente de la plaza!

Y nada digo, señores, si el ole suena en Triana, la calle que antiguamente le decían calle Larga, y que ahora llaman Pureza por La que allí tiene casa. Una casa marinera de sábalos y cucañas. En cada saeta nueva el ole se desparrama del Zurraque al Altozano, desde Santa Ana a la Cava. Aquí Triana descorcha, qué noche buena, su Cava: la Cava de los Gitanos con el Caballo cabalga; la Cava de los Civiles trae flores de sus ventanas a ponerlas en el paso que igual que una barca avanza. ¡Ole, ole esa cuadrilla! ¡Ole, ole, así se anda! Que vengan aquí a aprenderlo, del río lo dice el agua: que no hay que mamar en Cádiz... ¡hay que mamar en Triana! Y en llegando al Altozano ole le dice la estatua del mismo Juan, y la noche la para, la templa y manda. El izquierdo por delante lleva el Caballo en su carga, carga de caballería que va a tomar La Campana. Y allí en la confitería, así somos en Triana, cuando lo ven los pestiños de almíbar le caen dos lágrimas.

Y hablando de los gitanos, y hablando de aquella Cava, en cuestión de geografía, loca la brújula acaba conforme avanza la noche de cofradías de capa. Porque un ole bien gitano suena junto a la muralla. Es que ha sonado un martillo, es que lo ha tocado Juanma, y el Señor de la Salud en su paso se levanta. Ya empieza a vender la cal que blanquea la mañana. Vestido de casamiento, con pasadores de plata, se va romper la camisa con la gente de su raza. Y por eso dicen ole con compás que nadie iguala cuando le canta Mairena la saeta más amarga que sabe a menta y canela a las más ilustres casas: la Casa de los Ortega y la Casa de los Alba. Cuya Casa de las Dueñas los que venden cal encalan. Pinta sus armas la sombra del Señor en la fachada y dice que sus Gitanos son también grandes de España.

Así que si en esta noche oyen el ole del alma, ese que aprendió Sevilla sin que nadie lo enseñara, ya saben qué es lo que escuchan. Dice «Dios» esa palabra. La dice quizás el Mismo que creó la Madrugada con su ole de silencio, de crujido y de zancada.




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