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La
saeta cambia el tercio con el ole de la plaza. Ningún director
de orquesta sabe dar mejor la entrada. Nadie tiene partitura,
nadie sabe quién la canta, ni nadie afina los tonos, ni da la
clave ni nada. Y Sevilla en ese ole, señores, es que lo clava.
El hoyo de las agujas es la plaza que se calla cuando tiene
que callarse, arte del silencio llaman. El ole que cambia el
tercio le gritaban a una Marta de balcón de capiller
despidiendo a la Esperanza. La Marta de su Vecina se despedía
y cantaba con nuestra exageración, tal como marca la tabla:
«Adiós, Gitana bonita, que no cabe más de Guapa». Y luego la
recibía en el hueco la mañana. Le daba la bienvenida a La que
vuelve a su casa, en aquel balcón colgado que estaba en la
calle Parras. Cada verso de su copla, cada tercio de su alma,
con un ole exacto y fijo Sevilla lo subrayaba. Voz del pueblo,
voz del cielo; y el ole, bulla que habla; ese senatus del
pueblo hecho bulla soberana. Los directores de orquesta y el
mismísimo Von Kárajan guardarían su batuta sin ni siquiera
estrenarla, porque aquí sin director, sin atril, sin
pentagrama, Sevilla sabe decir el ole cuando hace falta.
¿Qué significa ese ole? Lo traduzco, así se aclaran. Ese ole
es el amén que aquí nos sale del alma. Como sabemos latín y
árabe en jámala, jámala, dicen que cuando los moros el ole
significaba exactamente «por Dios», y que en árabe era «wallah»,
según aquellos primeros morancos que hubo en Triana. ¡Toma
mezcla de culturas, diálogos y alianzas! Sabe coger mi Sevilla
lo mejor de cada casa: de Roma coge un armao y a Mahoma pide
el «wallah» para poderlo gritar a la Centuria que pasa: ¡Ole
los armaos guapos!, ¡Ole Hidalgo, el cabobanda! Ole el pájaro
de Roma que nunca el vuelo levanta y que tiene en el Senatus
la más imperial alcándara, que cuando llega a la puerta hasta
le tocan la Marcha: gandinga de Anchalaferia, reina de pluma y
coraza. ¡Ole y ole la recova y la gente de la plaza!
Y nada digo, señores, si el ole suena en Triana, la calle que
antiguamente le decían calle Larga, y que ahora llaman Pureza
por La que allí tiene casa. Una casa marinera de sábalos y
cucañas. En cada saeta nueva el ole se desparrama del Zurraque
al Altozano, desde Santa Ana a la Cava. Aquí Triana descorcha,
qué noche buena, su Cava: la Cava de los Gitanos con el
Caballo cabalga; la Cava de los Civiles trae flores de sus
ventanas a ponerlas en el paso que igual que una barca avanza.
¡Ole, ole esa cuadrilla! ¡Ole, ole, así se anda! Que vengan
aquí a aprenderlo, del río lo dice el agua: que no hay que
mamar en Cádiz... ¡hay que mamar en Triana! Y en llegando al
Altozano ole le dice la estatua del mismo Juan, y la noche la
para, la templa y manda. El izquierdo por delante lleva el
Caballo en su carga, carga de caballería que va a tomar La
Campana. Y allí en la confitería, así somos en Triana, cuando
lo ven los pestiños de almíbar le caen dos lágrimas.
Y hablando de los gitanos, y hablando de aquella Cava, en
cuestión de geografía, loca la brújula acaba conforme avanza
la noche de cofradías de capa. Porque un ole bien gitano suena
junto a la muralla. Es que ha sonado un martillo, es que lo ha
tocado Juanma, y el Señor de la Salud en su paso se levanta.
Ya empieza a vender la cal que blanquea la mañana. Vestido de
casamiento, con pasadores de plata, se va romper la camisa con
la gente de su raza. Y por eso dicen ole con compás que nadie
iguala cuando le canta Mairena la saeta más amarga que sabe a
menta y canela a las más ilustres casas: la Casa de los Ortega
y la Casa de los Alba. Cuya Casa de las Dueñas los que venden
cal encalan. Pinta sus armas la sombra del Señor en la fachada
y dice que sus Gitanos son también grandes de España.
Así que si en esta noche oyen el ole del alma, ese que
aprendió Sevilla sin que nadie lo enseñara, ya saben qué es lo
que escuchan. Dice «Dios» esa palabra. La dice quizás el Mismo
que creó la Madrugada con su ole de silencio, de crujido y de
zancada.
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