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¿Se
me oye bien? Espérate, me voy a mover de sitio, a ver si se
oye mejor, ¿ahora? ¿Que quién soy? ¿Quién voy a ser, joé? Tu
amigo Miguel, Miguel Criado Barragán, hijo de legítimo
matrimonio, y no como otros, que no conocen a su padre. Que te
llamo para darles a muchos sevillanos la razón. ¿Pues no que
acaba de llegar aquí arriba el Padre Leonardo y no veas la que
le han formado? Yo he visto salir a muchos toreros a hombros,
valiendo y sin valer, con orejas regalás y con orejas de ley,
en Sevilla, en Madrid, en Pamplona. Pero lo que no había visto
nunca, joé, esto sí que es grande, es entrar a nadie a hombros
en un sitio. Y yo he visto que al Padre Leonardo, será mamón
el cura, lo han entrado aquí en el cielo a hombros. Y tú sabes
que aquí la puerta no se la abren a nadie así como así, esto
es mucho más difícil que la plaza de Sevilla. Ahí se sale con
tres orejas, pero aquí no se entra por la Puerta del Príncipe
de la Iglesia, vamos, por la Puerta de San Pedro, como no sea
habiendo cuajado el toro de una vida entera. Y este puñetero
cura lo ha debido de cuajar, porque no veas el cartel que
tenía aquí arriba antes de llegar, y cómo lo han entrado
ahora, la gente tocándole las palmas por la calle, ole, ole,
ole.
Mira cómo será la cosa, que yo entré precisamente por el
cartel que aquí tiene Leonardo. Llegué después de aquello de
la plazalostoros, y va y me dice San Pedro en la puerta de
contaduría, porque yo fui de puerta de contaduría, yo de
puerta grande, nada más que la del Morito, ni soñarlo, va y me
dice San Pedro:
- Ah, usted es el célebre Potra. Ya nos ha hablado mucho de
usted el Padre Leonardo: de las cajas que le mandaba usted
todos los años para sus presos y sus gitanos, y del dinero que
le soltaba usted así por debajo para Cáritas. Pase usted,
señor Potra, pase usted...
Entré por la puerta de contaduría, pero entré. Gracias a lo
que Leonardo le había largado de mí a San Pedro, como le
largaba de toda la gente del toro que lo ayudaba. Y nada más
entrar, todos, don Eduardo Miura, Manolo González, mi padrino
Juan Belmonte, todos venga a preguntarme por el cura, que si
el cura esto, que si lo otro, que si los costaleros de Cristo,
que si los presos, que si aunque es canónigo es un cura que no
pega el mangazo. No veas qué cartel tenía ya Leonardo aquí. Y
pensar que yo me lo tomaba a cachondeo, hasta la última vez
que lo vi, cuando fue a darme el oficio para que entrara aquí
de gañote. Se me presenta en el hospital con aquel seminarista
peruano, y voy y le digo:
-- A otros podrás engañar, pero a mí no, Leonardo: yo sé que
éste ni es seminarista ni es ná, que éste es un hijo tuyo. -
Y el cura: «¿será mamón este Potra, tus mulas toas, que ni en
la taquilla del verdadero sol alto dejas de tener tan poca
vergüenza, Miguel?» Ya sé, ya sé el cachondeíto que os traíais
los dos conmigo cuando yo me vine. Eso que decíais: que El
Potra era un santo, el santo de menos vergüenza de la Historia
Sagrada. Sí, santo... ¡Un mojón pá mí! Boquita de cangrejo.
Santo, Leonardo. Un pedazo de cura, de verdad, por derecho, y
no como tantos sinvergüenzas con sotana, dando la cara, dando
el callo, sin nada para él y todo para los demás. Pero, hijo,
la otra mañana, con la Macarena en la calle todavía, oigo ese
barullo tan grande, de taco armado, y voy y le pregunto a Paco
Gandía, que estaba en la barra de Becerra de aquí arriba: ¿qué
es eso, que es lo que viene ahí, Paco? Y me dice Paco: ¿qué va
a ser, Miguel? El Padre Leonardo, que como ha estado enorme,
lo traen a hombros los enfermos y los gitanos por el Paseo
Colón, y lo van a entrar por la puerta grande de los
verdaderos santos de Sevilla. Y yo creo que le van a tener que
echar un poquito de tres en uno a esa puerta, porque no se
abría desde lo de Sor Angela.
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