|
-
Cerca,
un azulejo del vía crucis cervantino dice que por allí pasó
Don Miguel buscando a Sevilla en Sevilla misma. La halló, al
contrario que Quevedo en Roma. Tras lo cual se echó la pluma a
la izquierda para escribir del natural sobre el patio de
Monipodio. De ese mismísimo patio cervantino salen en estas
tardes de toros los reventas de la Acera del Negro:
-Sol alto barato...
Son las secretas puertas del sol en la plaza del Arenal por la
calle Adriano. La cancela como cortijera de la calle Circo.
Esta calle se llama Adriano porque por una de estas puertas
entraba siempre el emperador cuando iba a los toros. A Adriano
no le gustaba pintar la mona entrando por la Puerta del
Príncipe para que lo retrataran. Si la Yourcenar lo sacó fue
porque lo cogió descuidado, Adriano no era hombre de esas
cosas.
A esa calle Adriano, en estas tardes de toros, se abre
ritualmente uno de los secretos Vaticanos de mi barrio: la
capilla del Baratillo. La hermandad deja montados los pasos
hasta que arrastran el último toro de Miura, para que los
camborios que llegan a Sevilla a ver los toros saboreen el
paladar de una cofradía torera, con los ángeles que bajan las
manos para coger el capote de plata del llamador de la Caridad
y con el San José que regaló Pepe Hillo en persona. Todos los
años estaba la Virgen de la Caridad en esta primera fila de
barrera de la calle Adriano y La Piedad detrás, como en sillón
de tendido. Como el Miércoles Santo se metió en agua, los
pasos están este año como esperando aún esa salida que no puso
la cruz de guía en el Pópulo. Allí están los dos pasos de
Virgen de la cofradía. Sí, El Baratillo es la única cofradía
que saca dos pasos de Virgen: la Piedad y la Caridad.
Están los dos pasos metidos en un suspiro. Todas las capillas
de mi barrio son un suspiro. Suspiros de Sevilla en los que
cabe el aire entero del ancho mundo al que la ciudad se abría
desde los muelles virreinales de un Arenal de Flota de la
Carrera de Indias. Si mínima y dulce es la capilla del
Baratillo, menor es la capilla de los Toneleros, en cuya
puerta la geometría rompe la baraja para que zarpe el barco
del Cristo de la Salud y salga el palio de la Virgen del Mayor
Dolor. Es como si todas las capillas de la feligresía del
Sagrario rindieran el tributo de sus mínimas dimensiones en
honor de la Catedral. Como si no quisieran presumir de nada
ante la magna hermana mayor. En la Plaza Nueva la capilla de
San Onofre se abre secreta, como para no molestar a la capilla
de Molviedro. Valdés Leal apaga las luces de la iglesia del
Señor San Jorge para que no desafíe al San Antonio murillesco
de la Catedral. La Puerta Jerez le pone el diminutivo de lo
íntimo a Santa María de Jesús: la capillita. Diminutivo que
carga el sevillano demonio Pedro Botero: la capillita de los
capillitas del Consejo. Y las dos capillas del Rosario: el
Rosario de Dos de Mayo, donde el Arenal linda directamente con
la Guadalupana de la Nueva España, y la capilla del Rosario de
los Maestrantes.
Y en el Arco del Postigo, los cien gramos de Catedral mejor
despachados del mundo: la capilla de la Pura y Limpia. ¿Me
queda alguna? Sí, la capilla de la Universidad. Son de
pequeñas las capillas del barrio como la casa de Juana la
Calentera en la calle Nazareno. Ocurre con ellas como a la
gente del Postigo: que cuando quieren celebrar algo, como en
la casa no caben, tienen que irse a la calle: el Cristo de la
Buena Muerte, al paraninfo; los nazarenos del Baratillo, a la
calle Gracia Fernández Palacios; la Pura y Limpia, al convento
de Santa Marta. O al campo de feria, con Juan Pablo II
rezándole arrodillado, como la sacó el otro día Álvaro Ybarra
en su artículo. Hoy el barrio, en esas mínimas capillas, reza
por un Papa que fue uno más del Postigo, arrodillado ante la
Pura y Limpia. Y no es menor la solemnidad que en Roma cuando
el Arenal reza en sus Vaticanos en miniatura.
Recuadros de días
anteriores
Correo
Biografía de Antonio Burgos
Libros
de Antonio Burgos en la libreria Online de El Corte Inglés
|