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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Hágase del comité de sabios

TIENE que estar pasando algo muy raro, porque hace ya tiempo que el Gobierno no nombra un comité de sabios para nada. La propia representación oficial del Reino de España en el entierro de Su Santidad el Papa...

-Ahí lleva razón.

-¿Cómo?

-Que ahí, en lo de llamar Su Santidad al Papa que se nos ha ido aclamado como santo lleva bastante razón el protocolo.

Al protocolo muchas veces, como a la noche de Ana Belén, se le va la mano. Hay excelentísimos señores que no son excelentísimos por la sencilla razón de que ni siquiera son señores.

-Como que ellos mismos quieren ahora apearse del tratamiento como quien se tira en marcha de un tranvía al comprobar que se han equivocado de línea...

Hay ilustrísimos señores que no son ilustres en nada. Pero en llamar Su Santidad al Papa, qué puntería de este protocolo que tendríamos muchas veces que representar con una venda en los ojos como pintan a la Fe o a la Justicia. Juan Pablo II era Santidad con seseo y con ceceo: Santidad en cantidad. Se ganó el tratamiento a pulso, como pudo comprobar en la Plaza de San Pedro la representación oficial del Reino de España. Si la proclamación de la santidad por parte de la Iglesia fuera como la concesión de orejas en las plazas de los toros, a petición del público, a Juan Pablo II tenían que darle las dos orejas, el rabo y hasta la pata del toro de San Lucas.

Esa representación española fue al funeral de Roma, qué raro, sin dictamen de ningún comité de sabios. Para la enseñanza, para la televisión, para la Constitución, para los archivos, para todo se nombra un comité de sabios. Sabios de los que se sepa de antemano que van a decir lo que quieren oír. Más que comités de sabios son Comités de Agradaores, como los aduladores en nómina que tenían los señoritos de Jerez para que les dijeran cositas agradables y regalos de oídos. Siempre hay un agradaor, experto en televisión, en archivística, en enseñanza, que previo pago de su importe está dispuesto a decir lo que el Gobierno quiere que le digan.

Los únicos comités de sabios auténticos que quedan son los que llenan las plazas. Insobornables comités, que no esperan la gran cruz de Alfonso Décimo el Ídem, el Sabio, ni estipendios de los fondos reservados. Los verdaderos comités de sabios están en las plazas. Las plazas de San Pedro emitiendo el dictamen irrefutable sobre el venturoso pleonasmo de la santidad de Su Santidad o las plazas de toros emitiendo su dictamen sobre las orejas. Por eso caminaron hacia Roma tantos peregrinitos y por eso tantos se colaron con un pase de favor, con una entrada de oficio, sin asiento, en la representación oficial: para formar parte del comité de sabios que iba a proclamar santo a Juan Pablo II a pie de obra berniniana.

Si no encontró billete para Roma, tiene todavía dos oportunidades de pertenecer a un comité de sabios, ¿será por billetes? En mayo, por San Isidro, bastará que se saque una andanada de sol de Las Ventas. Con su pañuelo blanco podrá pertenecer al comité de sabios de la primera plaza del mundo y emitir su dictamen para la gloria. Sin esperar a mayo, ahora y hasta el día 17, por los 20 euros de una grada de sol en la plaza de toros de Sevilla puede formar parte del doctísimo comité de expertos que dictamine quién puede abrir la Puerta del Príncipe. No le darán, claro, la Cruz de Alfonso X, puede que sólo disgustos. Pero dése el gustazo de ser del comité de sabios. No sea menos que Emilio Lledó. Hasta le puede usted poner musiquita de Carlos Puebla, de esa Cuba dictatorial que tanto gusta a los que alquilan sabios de peaje: «Yo también, yo también, yo también pertenezco al comité».




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