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TIENE
que estar pasando algo muy raro, porque hace ya tiempo que el
Gobierno no nombra un comité de sabios para nada. La propia
representación oficial del Reino de España en el entierro de
Su Santidad el Papa...
-Ahí lleva razón.
-¿Cómo?
-Que ahí, en lo de llamar Su Santidad al Papa que se nos ha
ido aclamado como santo lleva bastante razón el protocolo.
Al protocolo muchas veces, como a la noche de Ana Belén, se le
va la mano. Hay excelentísimos señores que no son
excelentísimos por la sencilla razón de que ni siquiera son
señores.
-Como que ellos mismos quieren ahora apearse del tratamiento
como quien se tira en marcha de un tranvía al comprobar que se
han equivocado de línea...
Hay ilustrísimos señores que no son ilustres en nada. Pero en
llamar Su Santidad al Papa, qué puntería de este protocolo que
tendríamos muchas veces que representar con una venda en los
ojos como pintan a la Fe o a la Justicia. Juan Pablo II era
Santidad con seseo y con ceceo: Santidad en cantidad. Se ganó
el tratamiento a pulso, como pudo comprobar en la Plaza de San
Pedro la representación oficial del Reino de España. Si la
proclamación de la santidad por parte de la Iglesia fuera como
la concesión de orejas en las plazas de los toros, a petición
del público, a Juan Pablo II tenían que darle las dos orejas,
el rabo y hasta la pata del toro de San Lucas.
Esa representación española fue al funeral de Roma, qué raro,
sin dictamen de ningún comité de sabios. Para la enseñanza,
para la televisión, para la Constitución, para los archivos,
para todo se nombra un comité de sabios. Sabios de los que se
sepa de antemano que van a decir lo que quieren oír. Más que
comités de sabios son Comités de Agradaores, como los
aduladores en nómina que tenían los señoritos de Jerez para
que les dijeran cositas agradables y regalos de oídos. Siempre
hay un agradaor, experto en televisión, en archivística, en
enseñanza, que previo pago de su importe está dispuesto a
decir lo que el Gobierno quiere que le digan.
Los únicos comités de sabios auténticos que quedan son los que
llenan las plazas. Insobornables comités, que no esperan la
gran cruz de Alfonso Décimo el Ídem, el Sabio, ni estipendios
de los fondos reservados. Los verdaderos comités de sabios
están en las plazas. Las plazas de San Pedro emitiendo el
dictamen irrefutable sobre el venturoso pleonasmo de la
santidad de Su Santidad o las plazas de toros emitiendo su
dictamen sobre las orejas. Por eso caminaron hacia Roma tantos
peregrinitos y por eso tantos se colaron con un pase de favor,
con una entrada de oficio, sin asiento, en la representación
oficial: para formar parte del comité de sabios que iba a
proclamar santo a Juan Pablo II a pie de obra berniniana.
Si no encontró billete para Roma, tiene todavía dos
oportunidades de pertenecer a un comité de sabios, ¿será por
billetes? En mayo, por San Isidro, bastará que se saque una
andanada de sol de Las Ventas. Con su pañuelo blanco podrá
pertenecer al comité de sabios de la primera plaza del mundo y
emitir su dictamen para la gloria. Sin esperar a mayo, ahora y
hasta el día 17, por los 20 euros de una grada de sol en la
plaza de toros de Sevilla puede formar parte del doctísimo
comité de expertos que dictamine quién puede abrir la Puerta
del Príncipe. No le darán, claro, la Cruz de Alfonso X, puede
que sólo disgustos. Pero dése el gustazo de ser del comité de
sabios. No sea menos que Emilio Lledó. Hasta le puede usted
poner musiquita de Carlos Puebla, de esa Cuba dictatorial que
tanto gusta a los que alquilan sabios de peaje: «Yo también,
yo también, yo también pertenezco al comité».
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