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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Un cantaor y un capataz

El cantaor, qué cantaor, es Juanito Valderrama. El capataz, qué capataz, es Javier Fal Conde.

Se cumple un año de la muerte de Juanito Valderrama. Esta tarde dirán ante el Señor de Sevilla una misa por el alma de aquel gran señor de todos los cantes, trovador de su España querida que dentro del alma llevaba metía, con olivares de Torredelcampo, vaya nombre y apellío, y con una niña de primera comunión en el disco dedicado de Radio Sevilla.

Y de la Torredelcampo jaenera, a la Torredelrío sevillana. La Torre del Oro. Al pie de la que verdaderamente es Turris Fortissima, tan humilde que no lo pregona en sus fachadas, al capataz Javier Fal Conde le sacó su corazón billete para un paseíto por el río eterno a bordo de la barca de Caronte. Javier Fal estará ya oyendo el verdadero crujido del Cristo del Calvario. Alegrándose con las Tristezas de su Virgen, a la vera, verita de la Vera Cruz. Se nos ha ido este gran sevillano, este gran capataz que tantas veces sacó los pasos del Santontierro, como en una levantá de La Canina, a pulso aliviao, en un silencio de yedra y lirio.

Dos señores, cada cual de lo suyo. Juanito, un señor del cante, de todos los cantes. De la copla, de todas las coplas. Un adelantado a su tiempo. Hizo flamenco de fusión cuando era pecado de lesa seguiriya. Escribió sus propias coplas mucho antes que los cantautores. «El emigrante» es Serrat con la guitarra de Niño Ricardo, pero cincuenta años antes. Al contrario que otros, nunca se avergonzó Juanito de sus maestros, a los que honró. No se le caían los anillos de su inmensa popularidad por decir que las primeras letras del cante las aprendió de Pepe Marchena y que hizo su bachillerato flamenco en la Alameda, en casa de La Niña de los Peines, con Tomás Pavón y con Pepe Pinto.

Le pasaba al cantaor como al capataz Javier Fal Conde: que se honraba honrando a su maestro. Javier Fal Conde fue el gran discípulo de Rafael Franco. Heredó su armonía, su serenidad, su señorío mandando pasos. Tenía su voluntad de clasicismo. En la primera leva de las cuadrillas hermanos costaleros, formó parte de la Delantera Stuka del llamador: Luis León, Fernando Moreno, Alejandro Ollero, Pepe Andreu y Javier Fal. ¡Ahí queó! Unos venían de Ariza, otros del Penitente; Javier Fal venía de aquel Maestro Rafael cuya memoria honraba en cada paso que mandaba y que gracias a su iniciativa quedó perpetuada en los azulejos de una esquina de La Campana, muy cerca del palquillo: «Capataz Rafael Franco». Si el padre de Rafael Franco impuso en los capataces la seriedad del terno negro, Javier Fal vistió al martillo de chaqué. Un señor como Javier Fal tenía que mandar los pasos de chaqué, como al Cachas, al hermano de Alfonso Borrero, lo vestían a la federica, con casaca y peluca de tufos, para sacar el Santontierro.

Ahora que se nos ha ido, siempre recordaré a Javier Fal en los albores del Viernes Santo, junto al Alcázar. Ha parado el paso del Calvario y está de espaldas al respiradero, como montando guardia ante la responsabilidad del llamador. Lleva un traje negro de cuya solapa, si será respetuoso, hasta se ha quitado el rojo esmalte de la Cruz de Borgoña de su fidelidad al Rey de los carlistas. Y lo recuerdo una mañana de domingo de junio. Corpus Chico en Triana y Corpus Mínimo, íntimo, en la Magdalena. Javier Fal va de chaqué. En esta Sevilla tan clásica sólo puede tocar el martillo el chaqué señorial de Javier Fal. El hermano de Alfonso Carlos, aquel que se metía de costalero con los profesionales, en tiempos de Rafaelito Salvatella. Entonces se decía que a don Manuel Fal Conde, el gran valedor del tradicionalismo carlista en Sevilla, le habían salido dos niños con afición por el costal y el llamador. Ahora digo que el padre del gran capataz señorial Javier Fal era no sé qué de los carlistas en Sevilla.



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