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EXISTE
la Inquisición. El Santo Oficio de lo Políticamente Correcto.
La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe Progre. Este
Santo Oficio tiene su Indice de Libros Prohibidos. Para que se
hable de un libro en los suplementos literarios de la pomada
ha de tener el «nihil obstat» del Santo Oficio de la Mangoleta
Cultural. Para que una obra sea impresa en las editoriales del
polanquerío, el «imprimatur» del ordinario del lugar. Y, por
el contrario, todos los autores y obras que no gozan de este «nihil
obstat» ni obtuvieron ese «imprimatur», merecen la reprobación
de estar incluidos en el Indice. El Index Librorum
Prohibitorum existe. Lo manejan, paradójicamente, los que sin
creer en Dios y muchos menos en la Iglesia acusan de Gran
Inquisidor a Benedicto XVI.
En ese Indice, por ejemplo, están incluidas todas las
recientes obras de Pío Moa sobre la guerra civil, y las de
otros autores sobre la II República. Ni te cuento del reciente
libro en que Otero Novas, al modo de Fray Bartolomé de las
Casas, hace la «Brevísima relación de la destruición de
España». Anatema sit quien compre esos libros, quien los lea,
quien los comente o incluya en la lista de los más vendidos.
Los más vendidos, en puridad, no son esos libros: los más
vendidos son los críticos que los silencian, los manijeros de
los suplementos culturales que los ignoran. Hay autores
enteros en el Indice. Autores que han dejado de existir. En
las Vascongadas han dejado de existir dos autores de la
tierra: Unamuno y Baroja. ¿Cosas de los vascos? No. También en
Madrid dejó de existir hace muchos años Agustín de Foxá. Y en
la Andalucía de Chaves no existen ni Pemán ni más Quinteros
que el singular Jesús.
La censura de la Inquisición vigila y quieren meter en el
Indice hasta las canciones políticamente incorrectas. Las
Organizaciones Feministas contra la Violencia de Género
quieren anatematizar la canción con que España concurrirá al
festival de Eurovisión, «Brujería», de Alfredo Pianebianco,
cantada por tres copias ecijanas de la egabrense de Carmen
Calvo llamadas «Son de Sol». Dicen que la canción atenta
contra la dignidad de la mujer y «alaba el comportamiento
dominado y subordinado», cuando afirma: «Tú me dominas con
sólo mirarme, / y no hacen falta cuerdas para atarme».
Ojú, cuando las feministas se pongan a escuchar a Rafael de
León... Pedirán que sea prohibido entero, de patitas al
infierno Quintero, León y Quiroga. Anatema sit «Dime que me
quieres» por comportamiento dominado y subordinado: «Si tú me
pidieras que al fuego me echase / igual que madera me
consumiría, / que yo soy tu esclava y tú el absoluto / señor
de mi cuerpo, mi sangre y mi vida». Condenación eterna para
«La Lirio», por lesa dignidad femenina: «Un hombre vino de
Cuba / y a La Bizcocha ha pagao / cincuenta moneas de oro /
por aquel lirio morao». Prohibición absoluta de «Yo no me
quiero enterar», por apología de la sumisión ante el varón:
«Que no me quiero enterar / del hierro que estoy cautiva, / no
ves que lo sé de más / y estoy más muerta que viva». Ni «La
Salvaora» se va a salvar: «Quien te puso Salvaora / qué poco
te conocía, / el que de ti se enamora / se pierde pá toa la
vía». Nada digo de la fama de alcohólica de «La Parrala»: «Que
sí, que sí, que sí / que a La Parrala le gusta el vino». ¿Y lo
lejos que llega el comportamiento dominado y sumiso en «La
otra»? Es una indignidad que una mujer reconozca: «Yo soy la
otra, / la otra, / y a nada tengo derecho, / porque no tengo
un anillo / con una fecha por dentro». Y la sublimación de la
sumisión: «Con tal que vivas tranquilo, / qué importa que yo
me muera. / te quiero siendo la otra, / como la que más te
quiera».
No quiero ni pensar cuando le llegue el turno de la lectura no
sexista ni racista a García Lorca. De momento el «Romancero
gitano» lo transformarán en «Romancero de etnia gitana», y
aquí nadie se llevará al río a nadie creyendo que era nada de
nada.
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