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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Un anónimo de Romero Murube

He hablado ya de los papeles que desde Madrid me envía regularmente un sevillano que, al modo de Rafael Montesinos, nunca se ha ido de aquí, aunque viva allí. Es don Antonio Lopera López de Priego, el senador americano de la calle Varflora, el lord inglés de la Puerta Larená, el que con toda la gracia de esta Sevilla nuestra se ha hecho unas tarjetas de visita en las que pone: «Antonio Lopera. Nada que ver con el del Betis».

Lopera me envía ahora unos versos anónimos que entiendo como parte de la obra apócrifa, humorística, satírica, epigramática, de Joaquín Romero Murube. Versos que circularon mucho en la Sevilla de los derribos de la Plaza del Duque que tantos disgustos costaron a Joaquín. Son unos versos burlescos, como una sátira a lo Quevedo. Nadie supo nunca quién los escribió. Les pasó como a otra anónima crónica sobre las primeras apariciones del Palmar de Troya, divertidísimo pasillo de comedias en el que el desconocido autor metía en el lentiscar de los milagros a los personajes sevillanos de la época.

Los versos satíricos que atribuyo a Romero Murube son la parodia de un poema que fue muy conocido, aprendido por todos los escolares de España y recitado en multitud de ocasiones: la «Oda al Dos de Mayo» del romántico Bernardo López. Los conocidísimos versos de «Oigo, patria tu aflicción», que publicó por vez primera Bernardo López en 1866, en «El Eco del País». No había maestro nacional que no se supiera estos versos y que no se los enseñara de memoria a sus alumnos.

Su anónimo autor titula la parodia, al modo de Bernardo López, «Sevilla u otro Dos de Mayo». Dice así:

«Veo, Sevilla, tu aflicción/y observo el triste concierto/que forma, tocando a muerto/ el ramo de Construcción./No te queda un callejón/que tu tipismo pregones;/tus calles y tus rincones/en estrofas funerarias/van entonando plegarias/temiendo demoliciones.

Lloras, porque te insultaron/los que pisos construyeron;/y los que antaño vinieron/porque tu gracia admiraron,/observan que te quitaron/tus callejas y casonas/y hoy te ven de zona a zona/cerrada en extraño yugo/a expensas de algún verdugo/que derribos te pregona.

Do quiera la mente mía/sus alas rápida lleva,/un solar allí se eleva/cual símbolo de ironía./Lo que fue palacio un día/causante de admiración,/tras metálico armazón/se convierte en una «cosa»/elevada y caprichosa,/nacida del hormigón.

«¡Guerra!» gritaste al mirar/los estropicios con ira;/ «¡Guerra!» repitió la lira/con idéntico cantar./La ciudad al contemplar/las grúas y excavadoras,/se levanta retadora/con bandera roja y gualda/y les grita: "A la Giralda/dejen en paz...por ahora!" »

Hasta aquí, los versos del memorial anónimo de los agravios a los cielos que perdimos. ¿Y saben ustedes por qué creo que son de Romero Murube? Por la clave Pavón. Romero Murube llamó en un artículo «El Verdugo de Sevilla» al derribista don Enrique Pavón, título del que aún se siente orgulloso el ilustre macareno de la calle Parra, que en las armas nobiliarias de su empresa ha puesto dos piquetas cruzadas sobre campo de solar... de Tejada.

La aflicción murubiana es más triste todavía si pensamos en la vigencia actual de la parodia de la oda al 2 de Mayo. Calculo que fue escrita hacia 1965. Cuarenta años más tarde, sigue plenamente en vigor. Y con una triste premonición: ni a la Giralda han dejado en paz. Joaquín Romero quizá hubiera rematado hoy así su parodia anónima: «La Academia, toma y arsa,/ se alía con el demonio/y le dice a Patrimonio,/ y el poema aquí termina:/¡viva la Giralda falsa,/ que siga de plastilina!»



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