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Vio
las encuestas sobre el debate del estado de la nación... o de
lo que queda de ella. O de la nación catalana. O de la nación
vasca. O, puestos así, pues de la nación murciana, que tiene
como seña de identidad la lengua más seca que un esparto con
la paralización del Plan Hidrológico. (Inciso de disco
dedicado de Radio Andorra: esto último de huertana e
irrigatoria materia va por Jaime Campmany, hermano mayor de la
Cofradía de la Columna, en los ochenta primeros años de su
murciana nación).
Digo que el español de a pie, que suele ser el que no va
andando, sino en un pedazo de BMW, vio las encuestas del
debate de lo que queda de España y exclamó, perplejo:
-¿Pero cómo sólo el 45 dice que venció Zapatero, que estuvo
sobrado, que fue el ganador absoluto de esta vuelta a España
que le estamos dando, para que se fastidien los fachas?
Y el otro español de a pie, que tampoco va andando, que es de
la infantería motorizada del Audi, también negó la realidad:
-¿Pero cómo que sólo el 30 por ciento dice que ganó Rajoy, si
le dijo a Zapatero de todo y por su orden?
Y de ahí no saca nadie a ninguno. Estamos en la España de las
burbujas. No me refiero a las burbujas del cava que descorchan
en la cárcel los presos de la ETA cuando se enteran que los
suyos, o los de su calaña con chilaba, han vuelto a matar. No
me refiero a las burbujas del cava catalán boicoteado en las
compras de Navidad. Son las burbujas nada inmobiliarias del
pensamiento, los islotes sociológicos. Tan hosco y molesto se
está poniendo todo, que cada cual busca acomodo en su burbuja.
Lee los periódicos que no le suben el colesterol, oye las
radios que no le dan disgustos, no habla de política con
desconocidos. Cuanto más resucitan las dos Españas, más se
instalan los ciudadanos en cómodas burbujas herméticas. Los
círculos cada vez se cierran más, temerosos de una violencia
verbal en aumento y de un cada día más difícil ejercicio del
pensamiento en libertad. Es el acomodo de la burbuja. El
chaval de la antiglobalización se busca una burbuja con sus
coleguillas, donde todos piensan que el Papa es un talibán;
Bush, el demonio; y que a Manolete, en Linares, lo mató Aznar.
El progre Visa Oro que vive del carné se busca la burbuja de
sus correligionarios de la modernidad y del progreso, y con
los mejores reservas de la bodega del pedazo de chalé celebra
el desfile de la victoria de los rentabilísimos «nunca mais» y
«no a la guerra» y brinda por el Nobel de la Paz que la ETA le
dará a Zapatero en plan Rigoberta Menchú. Y el bicho raro que
sigue creyendo en España, en las garantías de la Corona, en la
Constitución de 1978, en la Ley Antiterrorista, en los
principios éticos de la familia, en la libertad y en otras
antiguallas que huelen a naftalina, pues también se recluye en
su burbuja, a modo de Doñana, de especie en trance de
extinción.
Cada cual cree que España entera es igual que su cómoda
burbuja de pensamiento único. En este desfile, todos llevan el
paso cambiado, menos los amiguetes de la burbuja cuando se
reúnen a cenar y a comentar. Hay mucho que comentar. Por
ejemplo, estas burbujas en que se ha transformado la famosa
burbuja inmobiliaria, gracias a la cual todo el mundo vive
feliz en la burbuja domiciliaria que le permite la burbuja
bancaria con su burbuja hipotecaria de interés bajísimo. El
Gobierno es una burbuja atrabiliaria que se presenta como la
burbuja solidaria gracias a la burbuja telediaria. Son felices
todos los que viven en la burbuja beneficiaria, y Zapatero
saca su medidor de sonrisas. Quien no sonría pertenece a la
burbuja reaccionaria. Mucho hablar de diálogo, y muros de
silencio y de descalificación rodean a cada burbuja,
Instálese, pues, cada cual en la comodidad de su burbuja, ante
la que se nos viene encima: sobre todo cuando el Gobierno
pacte con la burbuja bestiaria.
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