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A
lo lejos, en el florido mayo de las jacarandas y las acacias,
de los azulencos jazmines moriscos y las buganvillas moradas
como canónigos, ay, buganvillas de las tapias, compañeras de
las calles de la ciudad, cantan los ruiseñores, zurean las
colleras de tórtolas, dan saltitos de seise los gorriones. Un
airecillo leve mueve apenas las hojas. Con desgana. Con esta
pereza de primera hora de la mañana:
-Hoy va a hacer calor...
El río trae lentitud de olivares en flor por Gelves, como una
copla de Joselito el Gallo, como el anuncio por San Juan de
Aznalfarache de una noche de hogueras en el solsticio de este
verano que comenzó con un reloj de uva y de trigo, esfera de
plata del Ostensorio. Y la voz, con soñarrera de la mañana, de
calentitos fríos sobre el manchado papelón:
-Hoy va a hacer calor...
Vienen los autobuses rojos y esmaltados, circulantes armas
chicas de la ciudad, carmesíes quizá, y pasan por rondas de
recuerdos de murallas, inauguran por avenidas nuevas de
andamios y grúas el estirón que esta ciudad, siempre muchacha,
está dando sin que los que la vemos todos los días nos demos
cuenta, en la vieja cantinela de siempre:
-Hoy va a hacer calor.
En la Plaza están los palos de Corpus, y dan frescor a la
mañana las velas marineras de una ciudad que siempre vivió de
espaldas al muelle, aunque le prestara el trapo de todos sus
bergantines ultramarinos, de todas sus goletas antillanas, de
todos sus efectos navales, las garruchas, los cabos, los
calabrotes. Bajo esas velas, navegación por el puerto
camaronero de la memoria, la ciudad repite, mientras saca el
blanco pañuelo del adiós a la primavera para secarse una
primera gota de sudor:
-Hoy va a hacer calor...
Van los niños al colegio, a los últimos días de controles y
repasos, entran en la larga mañana sin tarde lectiva, a
rastras el carrito de los libros, en el bolsillo las chuches,
y las madres, al despedirlos con un beso, les quitan la
rebequita, y repiten en el rito de esta alta y honda primavera
de jacaranda y magnolio:
-Hoy va a hacer calor...
El Cid, en su caballo de bronce, hace el camino con la
hermandad del agua de las cuatro estaciones de la fuente de la
Pasarela, y rasga la mañana con su lanza, mientras el caballo
de San Fernando, en la Plaza Nueva, cabaaaaaaaallo, busca el
agua oculta de los tagaretes en las palabras que el Santo Rey,
sevillano de mayo, repite, mirando la hora que es en el reloj
del Ayuntamiento:
-Hoy va a hacer calor...
Por donde los cisnes de la Isleta del Parque, que son un
homenaje a Rubén Darío mejor que sus versos de las ínclitas
razas ubérrimas en el mármol cercano a los veladores de La
Raza, cae esta tibieza como de decimillas, de fiebre de la
primavera, que el aire trae, y el cochero les dice a los
turistas, señalando con el látigo amores de Bécquer o rosas de
Doña Sol:
-Hoy va a hacer calor...
Lo dicen sin ojú. No como en el «ojú, qué frío», con que por
enero nos quejamos de las mañanas de moquillo y bufanda. No
«vaya tela el frío que hace», como en esos amaneceres de
niebla y nube. No es un lamento. Ahora es un gozo. Conocemos
tanto a la calor, que en estas mañanas de mayo, en cuanto
sentimos el beso de su airecillo tibio en la cara, nos
convertimos en su heraldo:
-Hoy va a hacer calor...
La ciudad vuelve a encontrarse gozosamente consigo misma,
Venus renacida que nos da el beso del aire de la mañana.
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