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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Hoy va a hacer calor

A lo lejos, en el florido mayo de las jacarandas y las acacias, de los azulencos jazmines moriscos y las buganvillas moradas como canónigos, ay, buganvillas de las tapias, compañeras de las calles de la ciudad, cantan los ruiseñores, zurean las colleras de tórtolas, dan saltitos de seise los gorriones. Un airecillo leve mueve apenas las hojas. Con desgana. Con esta pereza de primera hora de la mañana:

-Hoy va a hacer calor...

El río trae lentitud de olivares en flor por Gelves, como una copla de Joselito el Gallo, como el anuncio por San Juan de Aznalfarache de una noche de hogueras en el solsticio de este verano que comenzó con un reloj de uva y de trigo, esfera de plata del Ostensorio. Y la voz, con soñarrera de la mañana, de calentitos fríos sobre el manchado papelón:

-Hoy va a hacer calor...

Vienen los autobuses rojos y esmaltados, circulantes armas chicas de la ciudad, carmesíes quizá, y pasan por rondas de recuerdos de murallas, inauguran por avenidas nuevas de andamios y grúas el estirón que esta ciudad, siempre muchacha, está dando sin que los que la vemos todos los días nos demos cuenta, en la vieja cantinela de siempre:

-Hoy va a hacer calor.

En la Plaza están los palos de Corpus, y dan frescor a la mañana las velas marineras de una ciudad que siempre vivió de espaldas al muelle, aunque le prestara el trapo de todos sus bergantines ultramarinos, de todas sus goletas antillanas, de todos sus efectos navales, las garruchas, los cabos, los calabrotes. Bajo esas velas, navegación por el puerto camaronero de la memoria, la ciudad repite, mientras saca el blanco pañuelo del adiós a la primavera para secarse una primera gota de sudor:

-Hoy va a hacer calor...

Van los niños al colegio, a los últimos días de controles y repasos, entran en la larga mañana sin tarde lectiva, a rastras el carrito de los libros, en el bolsillo las chuches, y las madres, al despedirlos con un beso, les quitan la rebequita, y repiten en el rito de esta alta y honda primavera de jacaranda y magnolio:

-Hoy va a hacer calor...

El Cid, en su caballo de bronce, hace el camino con la hermandad del agua de las cuatro estaciones de la fuente de la Pasarela, y rasga la mañana con su lanza, mientras el caballo de San Fernando, en la Plaza Nueva, cabaaaaaaaallo, busca el agua oculta de los tagaretes en las palabras que el Santo Rey, sevillano de mayo, repite, mirando la hora que es en el reloj del Ayuntamiento:

-Hoy va a hacer calor...

Por donde los cisnes de la Isleta del Parque, que son un homenaje a Rubén Darío mejor que sus versos de las ínclitas razas ubérrimas en el mármol cercano a los veladores de La Raza, cae esta tibieza como de decimillas, de fiebre de la primavera, que el aire trae, y el cochero les dice a los turistas, señalando con el látigo amores de Bécquer o rosas de Doña Sol:

-Hoy va a hacer calor...

Lo dicen sin ojú. No como en el «ojú, qué frío», con que por enero nos quejamos de las mañanas de moquillo y bufanda. No «vaya tela el frío que hace», como en esos amaneceres de niebla y nube. No es un lamento. Ahora es un gozo. Conocemos tanto a la calor, que en estas mañanas de mayo, en cuanto sentimos el beso de su airecillo tibio en la cara, nos convertimos en su heraldo:

-Hoy va a hacer calor...

La ciudad vuelve a encontrarse gozosamente consigo misma, Venus renacida que nos da el beso del aire de la mañana.





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