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El
día 7 de junio ni el Betis había ganado la Copa del Rey ni la
Conferencia Episcopal se había pronunciado sobre la
manifestación a favor de la Familia convocada el 18 a las 18
en Madrid. Ese día, el arzobispo y cardenal de todos los
sevillanos, a preguntas de los periodistas, se apresuró a
desmarcarse de la manifestación. El cardenal verdadero no
quiere mirar al Giraldillo falso cuando lo bajan de la torre
mayor, al ladito mismo del adosado franciscano donde vive, de
su fórmula habitacional arzobispal. Y tampoco quiere mirar a
los españoles que se manifiestan para decir que a la familia
le pasa como a la madre de Pepe Pinto. Que familia no hay más
que una y a ti, unión de personas del mismo sexo que quieren
hacer pasar de matute como matrimonio, te encontré en la
calle. En la calle Ferraz o en la Carrera de San Jerónimo, en
esa parte del PSOE que preside Chaves, amigo de Amigo.
El cardenal no quiere mirar el Giraldillo falso ni la
manifestación verdedera por la familia auténtica. Y el día 7,
preguntado por los periodistas, se hizo un retrato. El que no
se mueve sale perfectamente en la foto, y su eminencia no se
inmutó. Explicó, y cito textualmente, que «tradicionalmente
sólo asiste a manifestaciones religiosas, como procesiones».
-Bueno, procesiones y presentaciones de Copas del Betis al
Gran Poder, ¿no?
Eso es lo raro. No quiere prestar su apoyo a la manifestación
a favor de la familia y corre que se las pela a San Lorenzo,
donde está el Hijo de la Madre de Dios (¿será por sentido
cristiano y sevillano de la familia?), a unirse a la
manifestación de la familia.
... De la familia bética, claro.
Dijo el día 7 el señor arzobispo que desde que llegó a Sevilla
sólo ha acudido a un acto «laico»: la manifestación tras los
atentados del 11-M. El 11-M era exactamente tres días antes
que el 14-M, cuando ganó las elecciones el partido de su amigo
Chaves. Y añadió el franciscano cardenal que no pediría a los
católicos sevillanos que asistieran a esta manifestación del
18 a las 18. Que no nos metamos en carretera, vamos. «Los
fieles --dijo-- son perfectamente conscientes de su libertad y
de su formación, y saben que el matrimonio admitido por la
Iglesia católica es hombre y mujer de manera indisoluble».
Pero héte aquí que dos días después la Conferencia Episcopal
expresó pública y oficialmente su apoyo y aliento a la
manifestación del Foro de la Familia. Y convocó a los
católicos de toda España, incluida Sevilla, a mostrarse en
contra del impropiamente llamado «matrimonio homosexual»; así,
con todas sus letras.
No hay que ser mal pensado para comprobar que sus colegas
obispos de la Conferencia Episcopal (con la excepción quizá de
otro «progre», un tal Blázquez que ha aprendido vascuence para
dar «goras») han dejado al cardenal con el capelo al aire.
¿Qué hizo entonces nuestro cardenal, al que queríamos de Papa,
y menos mal que no lo eligieron y salió el que quiso la Blanca
Paloma? ¿Sumarse al llamamiento de la Conferencia Episcopal,
al rebujón, dónde va Vicente, donde va la gente? No. ¿Usted ha
oído algo al arzobispo de esta Sevilla donde el sentido de la
familia está tan arraigado que a la Virgen la llama Madre de
Dios? Me gustaría comerme enterito este papel, y que hoy el
señor cardenal dijera que Sevilla no puede estar ausente
oficialmente, y sus católicos menos, de la defensa de la
familia. Quizá me quede con las ganas. Al presentar su libro
de memorias dialogadas le dije al señor cardenal que su
púrpura era rosa socialista. El me aclaró que no, que era arco
iris. No quiero ni pensar que la demagogia oportunista del
arco iris de cierta bandera pueda más que la bandera blanca y
celeste que ondea en la Giralda cuando celebramos la fiesta de
la Pura y Limpia como Madre de Dios en la sagrada familia de
Nazaret.
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