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Antes
del partido, la pancarta de la afición decía:
«Arbitro, guapetón».
No hay que aclarar qué equipo jugaba el partido. Qué afición
portaba la pancarta. Y esta otra: «Pase lo que pase, gracias
por hacernos soñar». Esas pancartas sólo las puede escribir
Cádiz. Gracia y lírica popular de Cádiz. Lo dije y repito.
José María Izquierdo se esnortó. La Ciudad de la Gracia no es
Sevilla. Sevilla es la Ciudad de la Guasa. La Ciudad de la
Gracia es Cádiz. A Cádiz le pueden cerrar el astillero, pero
nunca las atarazanas de la gracia. Pérez Reverte recogió en
una novela la gracia del corista Felipe Martín, que en su
mesón de La Viña muestra la plata quieta del pescado caletero
en un canasto enorme, gigantesco, como de Goliat vendiendo
camarones y bocas por la playa de la Victoria. Al canasto le
puso este letrero: «Casi tós estos pescaos han trabajado de
extras en las películas del Comandante Costró». Ole.
Sobra en Cádiz la gracia para sufrir y para gozar. Y se llama
Cádiz C.F. su depositario en la gloria y en el sufrimiento, en
el infierno de Segunda B o en el paraíso del ascenso a Primera
tras la victoria en Jerez. Se llama Cádiz C.F., pero en el
habla gaditana cuyo diccionario hizo Pedro Payán se pronuncia
de otra forma: «Ese Cádiz, oé».
Es el Cádiz de Cai: El Beni de Cai y el Cádiz de Cai, la misma
gracia. Y ese Cádiz, oé, el Cádiz de Cai, está en Primera. De
donde nunca debió salir. Y cuyo ascenso no ha sido festejado
suficientemente en la Andalucía a la que Cádiz le prestó el
escudo, sí, señor. Hércules con dos... leones: don José León
Carranza el del Puente y don José Joaquín León el del Diario.
Estamos cortitos con agua de hermandad entre las ciudades
andaluzas en asuntos de fútbol. De poco ha servido la cohesión
andaluza pregonada por la Junta: va el Sevilla a jugar en
Málaga y le pinchan el autobús. La unidad andaluza es siempre
un encuentro de alto riesgo. Que el Cádiz superó en Jerez con
arte y gracia, con Espárrago, con Oli y con la afición
amarilla.
Como gaditano adoptivo y como andaluz, me alegra que el Cádiz
esté donde debe estar: en Primera. Y en clase club porque no
hay, que ahí debían estar las dos grandes señas de identidad
pelotera andaluza, las dos grandes aficiones, el Betis y el
Cádiz. Clubes cuya filosofía es prima carnal, de carne de
sufrimiento. Si Cádiz y Sevilla son ciudades complementarias,
Cádiz y Betis tienen aficiones abnegadas y ejemplares, hijas
del mismo padre Hércules. Sentimiento alimentado en el
sufrimiento, crecido en la superación de la derrota. Sueños.
La frontera entre el Cádiz y el Betis es la gracia gaditana de
Joaquín, como si el Vaporcito del Puerto hubiera llegado río
arriba hasta Heliópolis. El «sentir, luchar, ganar, ¡podemos!»
de la pulsera de Serra Ferrer podría ser el lema del Cádiz. Lo
que pasa es que el Cádiz lo dice con mucha más gracia y le
mete música de chirigota. Ningún club del mundo tiene como
himno una copla de Carnaval, como el Cádiz hizo con el
pasodoble «Me han dicho que el amarillo» que Manolito
Santander sacó en su chirigota «La Familia Peperoni» y tó
Cádiz, la Catedral, la Viña y el Mentidero hizo suyo, como un
día me pagó mi habanera con el duro antiguo de hacerla suya.
Amarillos son sus corazones. Amarillo cada rincón, cada
escalón de mi Carranza. Cada piera de mi Caleta. Hay que oír
al Falla y al Carranza cantar, que lo canta ya un coro en la
plaza, ese pasodoble de Manolito Santander para emocionarse al
sentir lo que es pintar de amarillo los sueños. Sueños que se
han adelantado a la conmemoración del centenario de la batalla
de Trafalgar. Pascual Macarti me ha dicho con la gracia de
nuestro coro «Hecho en Cai»:
-Antonio, picha, lo del Cádiz en Primera es como tó esto que
celebran ahora de la batalla de Trafalgar... pero ganando.
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