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El
empresario Fernando Solís Atienza, marqués de la Motilla, era
lo que ahora llamaríamos un emprendedor. Creó en San Jerónimo
la fábrica de ISA, luego Renault. Nunca supe si ISA era
acrónimo de Industrias Subsidiarias de Aviación o un homenaje
a Isa Martínez de Campos, su mujer. Fundó el Banco de
Andalucía sobre el solar de Los Previsores del Porvenir en la
calle Fernández y González, junto a Banesto. La sede del Banco
de Andalucía era toda una metáfora. Frente al Banco de España
y junto al entonces gigantesco Español de Crédito, Andalucía y
el banquito de Fernando Solís. Y coronándolo todo, el
pajarraco de La Unión y El Fénix, que no tiene en Sevilla el
anecdotario de Cádiz, donde hay otro igual, en San Juan de
Dios. El pájaro que citó un flamenco que le sacaba, adulador,
el dinero a un señorito cazador y montero. El flamenco le
pegaba unos sablazos importantes a Don Eugenio, halagándole en
sus dotes cinegéticas: "Qué buena puntería tiene usted, don
Eugenio; escopeta como la suya no hay otra en todo Cádiz."
Hasta que un día Don Eugenio, harto de soltar la tela, dijo a
su agradador:
-- A partir de hoy aquí no hay más un duro,
así que búscate a otro para hacerle la rosca...
Y el flamenco, encampanado, le dio el cante
de la verdad a Don Eugenio. En la misma esquina del Café
Español, frente a La Unión y el Fénix, le soltó:
-- ¿Pues sabe usted lo que le digo? Que ni
puntería, ni buena escopeta, ni ná, don Eugenio. ¡Vamos, que
usted no es capaz de darle ni al pájaro de La Unión y el
Fénix!
Desde el consejo del Banco de Andalucía,
Fernando Solís le daba todos los días al pájaro de La Unión y
el Fénix con su trabajo. Sobrio, anti figuroneo, era lo menos
señorito que se despachaba en Sevilla. En el Casinillo le
gastaban bromas por lo encorbatado que llegaba en pleno
verano. Y les decía:
-- Señores, es que yo vengo de trabajar y no
como ustedes, que no dan golpe...
A Fernando Solís le encantaba la prosperidad
ajena. En el mismo Casinillo, protestaban de lo mal que estaba
el tráfico, de los embotellamientos. Y el culto y liberal
empresario, licenciado en Letras, con la letrada filosofía de
su timidez decía:
-- Pues a mí los embotellamientos, señores,
¿qué quieren ustedes que les diga?, me dan mucha alegría.
Después de la guerra no había ni un solo embotellamiento en
Sevilla, porque había mucha necesidad y nadie tenía coche. Si
ahora hay embotellamientos es para alegrarse: señal de que la
gente vive bien, y tiene coche, y es feliz...
Me acordé la otra mañana de Fernando Motilla
con los apagones de, ojú, el de la luz. Desde Endesa, muy
cariñosamente, se me quejaba del apagado sinónimo un amigo de
amigos comunes, responsable de comunicación de la compañía. Me
explicaba el dineral que Sevillana se ha gastado en
multiplicar la capacidad de producción y transporte del
fluido. Y me hizo ver la cantidad de aires acondicionados que
se han puesto, aparatos que tapizan fachadas enteras de los
bloques. Pero no de Los Remedios, sino del Polígono, de Las
Candelarias, de Los Pajaritos. Y como mi amigable interlocutor
conocía a Fernando Motilla, cuando me hablaba del este aumento
del consumo le dije:
-- No sigas, sé lo que me dices: que estos
apagones sí que harían feliz a Fernando Motilla. Estaría
encantado de este signo de prosperidad. Cuanto más gordo fuera
el apagón, más contento se pondría Fernando, porque más gente
tendría aire acondicionado.
Como en los embotellamientos de la charlita
del Casinillo, si hay apagones es porque gracias a Dios en
materia de fresquito hemos pasado de la Sandia al Samsung. La
gente vive mejor y es más feliz. El marqués de la Motilla
quería que todo el mundo viviera como un marqués.
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