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Aquel
otoño de sol dorado y generoso llevé a mi nuera alemana a la
aldea del Rocío. Y cuando vio las puertas de las casas con los
palitroques para amarrar caballos, los sombrajos de foñico, el
arroyo de calles de arenales que no conocen husillo, con
caballistas lejanos y lentos, me dijo, boquiabierta:
-¡Pero si esto es como un poblado del Oeste...!
En la Saca de las Yeguas lo confirmé. No hay Lejano Oeste más
cercano y hondo que este Occidente andaluz donde dice el poeta
Toto León que el sol, al ponerse, condecora de malvas la
marisma. No evoco la polvareda de la mañana ante la concha de
la ermita, yegüerizos amparando el trote sin hierro ni bocado
de los potros y potrancas que han nacido y crecido en la
libertad del Coto. Evoco la llegada a Almonte de estos
ganaderos de gorra y pañuelo gris a la cabeza. ¿Cómo pueden
hacer tan macho y recio un trozo de tela de suyo tan delicado
y femenino? Estribo largo, vara al hombro, cada víspera de la
Feria de San Pedro recogen sus yeguas en la letanía gozosa del
Coto: Marismillas, Las Nuevas, La Vuelta de la Madre, La
Retuerta, Las Mogeas, El Lobo, El Lucio de las Yeguas. Desde
hace al menos medio milenio. Yo calculo que desde Tartessos.
Evoco la tarde, ya sin curiosos, en el sesteo de las yeguas de
la Saca. Por el cercado enorme del Camino de Los Llanos, ruedo
sin barreras de la marisma, horizonte de chopos del arroyo,
las yeguas y sus potrillos se acercan al abrevadero. ¿De qué
paisaje de una novela de Marcial Lafuente Estefanía, de José
Mallorquí ha salido este rodeo del Oeste almonteño? ¿De qué
Quijote estos caballeros en una mula torda, aparejada con
primor de talabarteros, los serones para el costo en la
madrugada de cabalgada en busca de los potros?
Volvemos al pueblo y los escalones de la Plaza del Bacalao son
como palcos del Liceo esperando la llegada de la caballería
rusticana de las tropas de yeguas y potros. Suenan los cascos
llegando desde El Chaparral, en la quietud de la tarde. En un
galope tendido de barbuquejos vienen unos caballistas que
parecen escoltar la diligencia de Wells Fargo, pero que dan el
estribo a otro oro: la vida nueva de los potrillos de pura
raza marismeña, lomos encenagados, belfos ya acostumbrados por
el instinto a meterse bajo el agua para buscar la yerba. Hay
algo de ceremonia moruna de correr la pólvora cuando suenan
los trabucazos de los escopeteros, impacientes ante la Venida
agosteña de la Virgen. Hay mucho de América en el sonido de
estos cascos. En la exquisita hospitalidad de Ana Díaz Guitar,
Manuel Angel López Taillefert, celoso guardador de historias
de la Virgen, del Coto y del pueblo, me habla de cuando el
Duque de Medina Sidonia, señor de estas almadrabas y
cazaderos, pedía a su Villa de Almonte caballos marismeños
para que el Rey de España hiciera la guerra de Flandes o la
conquista de América.
Escultura en el tiempo, fugacidad de hermosura, pasan las
tropas de yeguas. Y esa palabra «tropa» me descubre ahora en
el escritorio, cuando evoco la emocionante belleza de una
potranca alazana tostada de incansable raza marismeña, toda
nuestra América interior. Miro en el DRAE la voz «tropa»;
«Amér. Merid. Recua de ganado. Argent. y Urug. Ganado que se
conduce de un punto a otro». Los académicos, peor para ellos,
no han venido a la Saca de las Yeguas. No saben que de América
Meridional, nada: América interior nuestra. La palabra, como
el rodeo americano, fue de aquí hasta allí. La recua que
conducen de La Dehesilla a la Feria, tropa de yeguas y
potrancas, es Almonte puro. Aquí se inventó el rodeo
americano. La tuza se llevó allí desde aquí, en los galeones
del Rey del Palacio del Coto. Pasan trotando las tropas de
yeguas de la Saca y resuena en sus cascos la América de
nuestro cercano Oeste. Como un cante marismeño de ida y
vuelta.
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