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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Y al Oeste, la Saca de las Yeguas

 

Aquel otoño de sol dorado y generoso llevé a mi nuera alemana a la aldea del Rocío. Y cuando vio las puertas de las casas con los palitroques para amarrar caballos, los sombrajos de foñico, el arroyo de calles de arenales que no conocen husillo, con caballistas lejanos y lentos, me dijo, boquiabierta:

-¡Pero si esto es como un poblado del Oeste...!

En la Saca de las Yeguas lo confirmé. No hay Lejano Oeste más cercano y hondo que este Occidente andaluz donde dice el poeta Toto León que el sol, al ponerse, condecora de malvas la marisma. No evoco la polvareda de la mañana ante la concha de la ermita, yegüerizos amparando el trote sin hierro ni bocado de los potros y potrancas que han nacido y crecido en la libertad del Coto. Evoco la llegada a Almonte de estos ganaderos de gorra y pañuelo gris a la cabeza. ¿Cómo pueden hacer tan macho y recio un trozo de tela de suyo tan delicado y femenino? Estribo largo, vara al hombro, cada víspera de la Feria de San Pedro recogen sus yeguas en la letanía gozosa del Coto: Marismillas, Las Nuevas, La Vuelta de la Madre, La Retuerta, Las Mogeas, El Lobo, El Lucio de las Yeguas. Desde hace al menos medio milenio. Yo calculo que desde Tartessos.

Evoco la tarde, ya sin curiosos, en el sesteo de las yeguas de la Saca. Por el cercado enorme del Camino de Los Llanos, ruedo sin barreras de la marisma, horizonte de chopos del arroyo, las yeguas y sus potrillos se acercan al abrevadero. ¿De qué paisaje de una novela de Marcial Lafuente Estefanía, de José Mallorquí ha salido este rodeo del Oeste almonteño? ¿De qué Quijote estos caballeros en una mula torda, aparejada con primor de talabarteros, los serones para el costo en la madrugada de cabalgada en busca de los potros?

Volvemos al pueblo y los escalones de la Plaza del Bacalao son como palcos del Liceo esperando la llegada de la caballería rusticana de las tropas de yeguas y potros. Suenan los cascos llegando desde El Chaparral, en la quietud de la tarde. En un galope tendido de barbuquejos vienen unos caballistas que parecen escoltar la diligencia de Wells Fargo, pero que dan el estribo a otro oro: la vida nueva de los potrillos de pura raza marismeña, lomos encenagados, belfos ya acostumbrados por el instinto a meterse bajo el agua para buscar la yerba. Hay algo de ceremonia moruna de correr la pólvora cuando suenan los trabucazos de los escopeteros, impacientes ante la Venida agosteña de la Virgen. Hay mucho de América en el sonido de estos cascos. En la exquisita hospitalidad de Ana Díaz Guitar, Manuel Angel López Taillefert, celoso guardador de historias de la Virgen, del Coto y del pueblo, me habla de cuando el Duque de Medina Sidonia, señor de estas almadrabas y cazaderos, pedía a su Villa de Almonte caballos marismeños para que el Rey de España hiciera la guerra de Flandes o la conquista de América.

Escultura en el tiempo, fugacidad de hermosura, pasan las tropas de yeguas. Y esa palabra «tropa» me descubre ahora en el escritorio, cuando evoco la emocionante belleza de una potranca alazana tostada de incansable raza marismeña, toda nuestra América interior. Miro en el DRAE la voz «tropa»; «Amér. Merid. Recua de ganado. Argent. y Urug. Ganado que se conduce de un punto a otro». Los académicos, peor para ellos, no han venido a la Saca de las Yeguas. No saben que de América Meridional, nada: América interior nuestra. La palabra, como el rodeo americano, fue de aquí hasta allí. La recua que conducen de La Dehesilla a la Feria, tropa de yeguas y potrancas, es Almonte puro. Aquí se inventó el rodeo americano. La tuza se llevó allí desde aquí, en los galeones del Rey del Palacio del Coto. Pasan trotando las tropas de yeguas de la Saca y resuena en sus cascos la América de nuestro cercano Oeste. Como un cante marismeño de ida y vuelta.
 


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