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Este
Prado cuyo conserje va en el título no es el Prado de San
Sebastián, donde por el precio de un Centro de las Tres
Culturas y una parida de Moneo nos encontramos un precioso
Parque. Hay que ver cómo ha crecido su vegetación en un dos
por tres. ¡Qué árboles más altos y más frondosos en un
periquete! Se ve que por allí abajo pasaban las aguas del
Tagarete camino de la Torre del Oro. El Prado a que me refiero
es el Museo del Prado. Siempre me ha llamado la atención el
conserje del Prado. Un señor que está todo el día entre
cuadros, pasado de maracas de tanto Velázquez y tanto Goya, y
que ve las Meninas como usted la lámina rociera del almanaque
del súper que tiene en la cocina.
Cuando enseñamos Sevilla a un forastero, hay siempre un
momento en que sus exclamaciones de admiración ante lo que
contempla hacen que nos sintamos como el conserje del Prado,
al caer en la cuenta de que no valoramos lo que tenemos tan
cerca, por cotidiano y sabido. Verbigracia: el forastero que
está en la puerta del Patio de Banderas, y que, viendo las
murallas del Alcázar, la Casa Lonja, la Catedral, la Giralda,
la casa de la Diputación, el convento de Santa Marta, la
fuente de Lafita y el Palacio Arzobispal, exclama:
-¡Qué maravillas tenéis aquí!
Pues sí, piensas, avergonzado. Como el conserje del Prado
cuando elogian Las Lanzas. No valoramos lo que tenemos. ¿Usted
se imagina que los catalanes tuvieran sólo la mitad de esta
Carrera Oficial de la Historia, de la Catedral al Alcázar, que
recorren los turistas boquiabiertos y a la que nosotros no le
damos la menor importancia? Si con la Sagrada Familia, y sin
terminar, lían la que lían, imagínense si Carod cogiera la
Giralda, el dinero que sacaba chantajeando con ella a Madrid.
Por eso me ha alegrado que en la apertura de la ampliación del
Archivo de Indias (que no «inauguración»), el alcalde
recordara en su discurso esto que olvidamos: la maravilla que
don Santiago Montoto llamó «la Acrópolis de Sevilla». El
alcalde conectó al Archivo de Indias (vamos, la Casa Lonja de
toda la vida) con ese conjunto monumental, en la cita del
cronista Luis Peraza que Domínguez Ortiz hizo clásica: «El
mejor cahíz de tierra, la Iglesia Mayor de Sevilla, el Alcázar
Real, la Casa de la Contratación, el almacén de Aceite, el
Aduana, la Tarazana, la Casa del Cabildo de la Ciudad, la
Lonja de los Mercaderes, las Gradas y el Audiencia Real.»
Cualquier cosa ese cahíz de tierra... ¡Mantillo pá las
macetas! Y recordó también el alcalde en su discurso algo que,
por cercano, tampoco consideramos. El conserje del Prado no
valora la restauración de Las Lanzas. Nosotros, que todo ese
conjunto monumental esté sacado de brillo, cuidadísimo...
salvo cuando ponen allí la Calle del Infierno de los camiones
de una promoción turística de por ahí, como si no hubiera
descampados donde llevarla. Hay que tener muy poca
sensibilidad para no quedar deslumbrados al pasar del Patio
Banderas a Matacanónigos... aunque seamos conserjes del Prado.
Y gracias al alcalde en el Discurso de la Acrópolis que
comento se enteró por fin Carmen Calvo de quién fue don José
de la Peña y Cámara, el demócrata director del Archivo que
ignoró en su rueda de prensa del «disfrute democrático y
participativo del Archivo». Fredy (porque si el otro es
oficialmente Lolo en las placas inaugurales, éste será Fredy,
¿no?) hizo justicia a aquel gran señor y gran investigador,
socialista histórico, que dirigió el Archivo con toda
excelencia, citando su figura y su obra, y su «Guía del
visitante», y los años de su dirección: de 1953 a 1968.
¡Total, cuatro días! Por eso no tenía la Calvo el gusto de
conocer a su correligionario. Al que conoce es al otro, a
Zerolo, su compañero de pancarta cuando preside el palco de
las ninfas en la final del lamentable Carnaval Gay...
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