|
-
De
lo que fue la Exposición Iberoamericana de 1929 tiene Sevilla
constancia cierta, pues quedan sus reliquias a este lado del
río. Se puede ir andando y no hay que coger el coche, como
ocurre con la Expo del 92. El 92 fue el 29 al revés en todos
los sentidos. De la Exposición Iberoamericana nos quedan las
dos grandes plazas que pese a su inmensidad nunca llegaron a
ser «la Plaza», que por antonomasia es la de San Francisco:
Plaza de España y Plaza de América, de recuerdos infantiles
para todos, de arvejones para las palomas; remeros de la
Universidad Laboral en las lanchas que evoca José Luis
Perales; aquel coche tirado por un borriquito moruno que era
conocido como «la calesita», donde todos los cincuentones y
sesentones de Sevilla tienen una foto de niños, que guardan en
el cofre del tesoro de una vieja caja de lata litografiada de
carne de membrillo de Puente Genil.
A la Exposición del 29 le pasó como a Sevilla misma: qué cómo
sería de grande, de rica, de monumental, que a pesar de lo
muchísimo que se derribó nos queda bastante. De la Exposición
se destruyeron todos los pabellones del Sector Sur, la Fuente
de los Descubridores, el ferrocarril en miniatura, el parque
de atracciones. Nos quedaron esas dos plazas y muchos
pabellones en pie. Entre ellos, los que desde 1929 permanecen
en las manos del mismo país extranjero, como consulados de
esas naciones. Si no me equivoco, hay tres casos: Chile, en la
calle Rábida; Colombia, en Las Delicias esquina a la Glorieta
de México y Estados Unidos, junto al Costurero de la Reina.
Estos tres casos pueden quedarse en dos. El pabellón de
Estados Unidos puede dejar de ser consulado. Las barras y
estrellas pueden dejar de ondear, símbolo de libertades, junto
al Costurero de la Reina. ¿Por qué? Hay razones
administrativas, de plazos de concesión de la propiedad por
parte del Ayuntamiento y de consignación de fondos
presupuestarios por el Departamento de Estado y el Congreso de
los Estados Unidos. Pero hay una razón política que no se me
escapa. No me lo ha dicho ese cubano de nación, un niño
exiliado de Miami, nuevo embajador americano en Madrid,
Eduardo Aguirre. No me lo ha dicho Jerry Johnson, el encargado
de negocios americanos en Sevilla. Me lo ha dicho el sentido
común. El consulado de Estados Unidos puede que deje el
pabellón de la Exposición porque los americanos no tienen
ningún interés en gastarse un duro para estar representados en
países cuyos presidentes no se dignan levantarse cuando pasa
la bandera de las barras y estrellas.
-O sea, que los americanos dicen que si no hay casera del
respeto a su bandera nos vamos...
Aproximadamente. Se van del pabellón de Estados Unidos al
menos. En ese pabellón, ciertamente, no funcionaba el
Consulado General. Estaba Mister Johnson, haciendo de Mister
Proper para los rotos y descosidos de mantener con escasos
fondos pero con toda dignidad la presencia institucional de
Estados Unidos en Sevilla. Los americanos, para celebrar
adecuadamente el V Centenario del Descubrimiento, en vísperas
de la Expo del 92 le quitaron a Sevilla el rango de consulado
general: la degradaron a agencia consular. Ahora, claro, tras
tantos desaires de unos gobernantes antinorteamericanos
entusiasmados con la morisma, el Departamento de Estado ha
dicho que ni un durito más para mantener en Sevilla el
pabellón que hizo el arquitecto norteamericano William
Timpleton. Que con una oficinita en un pisito en la Plaza
Nueva vamos que chutamos. Al animoso y benemérito Jerry
Johnson lo van a meter sus compatriotas de Washington en una
solución habitacional. A los que admiramos a los Estados
Unidos nos parece indigno. Pero mucho les parecerá a los que
odian a los americanos, que no quieren ver ni en pintura la
bandera de las barras y estrellas, y se quedan sentados cuando
pasa. El «andaluces, levantaos» no tiene nada que ver con las
barras y estrellas.
Recuadros de días
anteriores
Correo
Biografía de Antonio Burgos
Libros
de Antonio Burgos en la libreria Online de El Corte Inglés
|