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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Yankees, go home to Plaza Nueva

De lo que fue la Exposición Iberoamericana de 1929 tiene Sevilla constancia cierta, pues quedan sus reliquias a este lado del río. Se puede ir andando y no hay que coger el coche, como ocurre con la Expo del 92. El 92 fue el 29 al revés en todos los sentidos. De la Exposición Iberoamericana nos quedan las dos grandes plazas que pese a su inmensidad nunca llegaron a ser «la Plaza», que por antonomasia es la de San Francisco: Plaza de España y Plaza de América, de recuerdos infantiles para todos, de arvejones para las palomas; remeros de la Universidad Laboral en las lanchas que evoca José Luis Perales; aquel coche tirado por un borriquito moruno que era conocido como «la calesita», donde todos los cincuentones y sesentones de Sevilla tienen una foto de niños, que guardan en el cofre del tesoro de una vieja caja de lata litografiada de carne de membrillo de Puente Genil.

A la Exposición del 29 le pasó como a Sevilla misma: qué cómo sería de grande, de rica, de monumental, que a pesar de lo muchísimo que se derribó nos queda bastante. De la Exposición se destruyeron todos los pabellones del Sector Sur, la Fuente de los Descubridores, el ferrocarril en miniatura, el parque de atracciones. Nos quedaron esas dos plazas y muchos pabellones en pie. Entre ellos, los que desde 1929 permanecen en las manos del mismo país extranjero, como consulados de esas naciones. Si no me equivoco, hay tres casos: Chile, en la calle Rábida; Colombia, en Las Delicias esquina a la Glorieta de México y Estados Unidos, junto al Costurero de la Reina. Estos tres casos pueden quedarse en dos. El pabellón de Estados Unidos puede dejar de ser consulado. Las barras y estrellas pueden dejar de ondear, símbolo de libertades, junto al Costurero de la Reina. ¿Por qué? Hay razones administrativas, de plazos de concesión de la propiedad por parte del Ayuntamiento y de consignación de fondos presupuestarios por el Departamento de Estado y el Congreso de los Estados Unidos. Pero hay una razón política que no se me escapa. No me lo ha dicho ese cubano de nación, un niño exiliado de Miami, nuevo embajador americano en Madrid, Eduardo Aguirre. No me lo ha dicho Jerry Johnson, el encargado de negocios americanos en Sevilla. Me lo ha dicho el sentido común. El consulado de Estados Unidos puede que deje el pabellón de la Exposición porque los americanos no tienen ningún interés en gastarse un duro para estar representados en países cuyos presidentes no se dignan levantarse cuando pasa la bandera de las barras y estrellas.

-O sea, que los americanos dicen que si no hay casera del respeto a su bandera nos vamos...

Aproximadamente. Se van del pabellón de Estados Unidos al menos. En ese pabellón, ciertamente, no funcionaba el Consulado General. Estaba Mister Johnson, haciendo de Mister Proper para los rotos y descosidos de mantener con escasos fondos pero con toda dignidad la presencia institucional de Estados Unidos en Sevilla. Los americanos, para celebrar adecuadamente el V Centenario del Descubrimiento, en vísperas de la Expo del 92 le quitaron a Sevilla el rango de consulado general: la degradaron a agencia consular. Ahora, claro, tras tantos desaires de unos gobernantes antinorteamericanos entusiasmados con la morisma, el Departamento de Estado ha dicho que ni un durito más para mantener en Sevilla el pabellón que hizo el arquitecto norteamericano William Timpleton. Que con una oficinita en un pisito en la Plaza Nueva vamos que chutamos. Al animoso y benemérito Jerry Johnson lo van a meter sus compatriotas de Washington en una solución habitacional. A los que admiramos a los Estados Unidos nos parece indigno. Pero mucho les parecerá a los que odian a los americanos, que no quieren ver ni en pintura la bandera de las barras y estrellas, y se quedan sentados cuando pasa. El «andaluces, levantaos» no tiene nada que ver con las barras y estrellas.



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