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A
Paloma le pasa como quizá le ocurra a usted. Y a mí. Sigo
echando de menos a Jaime Campmany. Me sigo acordando de Jaime,
querida Conchita. La columna de entrada de esta página me
parece varal de luto por el hermano mayor de la Cofradía de la
Columna. Nos faltan en estas fechas sus artículos desde el
lago italiano, que le llamaban Mayor porque Jaime engrandecía
cuanto tocaba. Y mi lectora Paloma añora las lecciones
campmanianas sobre lo que dominaba como pocos: la Estultología
o ciencia de los tontos. Y su conexa Estulticiología, la
Estultología aplicada. La Estulticiología es a la Estultología
como la Sociometría a la Sociología: la técnica de aforar
tontos, de clasificarlos, de observar su comportamiento, de
comprobar cómo suben el ITC (Índice de Tontos Contemporáneos)
y el PIT (Producción Interior de Tontos). Tanto el ITC como el
PIT han subido muchísimo en España. Hasta tal punto, que los
catedráticos de la asignatura han consultado bibliografía y
recordado la máxima del profesor Santiago Amón:
-En España es que no cabe ni un tonto más...
Paloma me tiene como metadona para el mono de su enganche a
aquella irrepetible, bendita droga dura que era Campmany, y me
dice:
-Leo sus artículos y me da mucha rabia tener que darle la
razón. A ver si escribe usted del tonto entusiasta que tenemos
que padecer.
-¿El tonto entusiasta?
-Sí, el que cada día hace una tontería mayor, pero con mucho
mayor entusiasmo que el día precedente. El que está tan
encantado de ser tonto, que a nadie oculta su entusiasmo. El
tonto entusiasta sonríe tanto por eso: por lo entusiasmado que
está con ser tan tonto. Una persona normal sonríe cuando vive
una situación agradable, cuando alguien hace una gracieta,
cuando le dicen que le ha tocado el combote. En cambio, cuando
le dan una mala noticia, le reclaman el pago de una factura o
su mujer le dice que le han dado un golpe en el coche, deja de
sonreír y pone la cara que hay que poner. El tonto entusiasta,
no. El tonto entusiasta, por muy desastrosa que sea la
situación, sigue sonriendo.
Y aquí aplicó Paloma, en los más puros cánones campmanianos,
su conocimiento de la Estulticiología:
-Por eso te queda la duda de si el tonto es tan entusiasta
como tonto o más entusiasta todavía que tonto. Cuanto mayor es
la desgracia, más sonríe. Sonríe por tierra, mar y aire,
demostrando el profundo entusiasmo de su tontería. Una máxima
de la Estultología dice que «el que es tonto aquí, es tonto en
todas partes». El tonto entusiasta lo confirma. Cuanto más
lejos de España está, más sonríe. El tonto entusiasta está por
ahí, junto a los que dedican su entusiasmo a otros asuntos
porque no tienen un pelo de tontos. Y a él, ni lo miran. ¿Que
no lo saludan? A él la da igual. Sigue sonriendo. Desde los
albores de la Humanidad la ciencia trata de descubrir el
movimiento continuo. Problema que la Estultología Hispánica ha
resuelto. El tonto entusiasta, de momento, ha descubierto la
sonrisa de sesión continua (con la percha dentro de la
chaqueta).
Mas a pesar de la importancia científica de estos
descubrimientos, ninguna Universidad de Verano ha organizado
un curso de Estultología, con la falta que hace. El tonto de
curso de verano (otra especie importantísima) podría aportar
mucha luz sobre el tonto entusiasta. Que no, que no es el
tonto del yate. El tonto del yate es otra clase de tonto. Es
aquel que aunque se hunda el mundo, cuando llega la hora
estival, a él nadie le quita de irse a su yate a pegar
barcazos. Hablo, por supuesto, del tonto de yate de Marbella.
Que como todos los tontos de yate, al yate le dice barco. Con
mucho entusiasmo. Ahí el tonto de yate rompe en tonto
entusiasta. Ya lo creo. Pero de los socorridos tontos «yalocreos»
hablaré otro día.
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