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Como
los periódicos traen profusas secciones de cotilleos en
bañador que llaman refrescantes, así las instituciones también
deberían tener su paginación de verano. ¿No existen Los
Veranos de ABC? ¿Por qué no han de existir Los Veranos de la
Presidencia del Gobierno? Y así pasa lo que pasa, que no
sabemos nada de ZP mangando veraneo gratis total en La Mareta
y nos tenemos que conformar con los Janeiro desembarcando en
Sotogrande, según leo a Beatriz Cortázar. Asunto gravísimo
para los que se sienten en esa posesión de la verdad en forma
de escritura de propiedad llamada Sotogrande. Ni los indios de
Guanahaní mostraron tal pánico cuando vieron llegar las
carabelas de Colón como Sotogrande ve acercarse («qué horror,
Crista, qué espanto, Bea») a los Janeiro. Para los guardadores
de las zobelianas esencias finas y filipinas de Sotogrande, la
venida de los Janeiro debe de ser algo así como la llegada de
las lanchas americanas de desembarco para los nazis que
vigilaban la costa de Normandía desde otro bunker, el de la
playa Omaha.
Así cayó Nínive, dicen en Sotogrande. Cuando a tu cerrado
paraíso para pocos que cercas de brezo para mantenerte a
cubierto de vista llegue el primer Janeiro, es señal de que
esto no ya es lo que era. A Sotogrande pueden llegar los
argentinos mercenarios del polo, que misericordiosamente
ayudan a ganar al que no sabe, pero paga; mas para el resto
del personal se reserva el derecho de admisión. En Guadalmina
puede ocurrir una desgracia así; aquello se ha llenado de
nuevos ricos horteras, forretas. En Sotogrande, no. Puede que
los Janeiro lleguen a Sotogrande. Se pueden comprar medio
Sotogrande, a entrambos lados de la carretera. Pero nunca
entrarán en Sotogrande. Entrar, entrar, lo que se dice entrar,
es dificilísimo. Antes entra el camello evangélico por el ojo
de la aguja que un hortera en Sotogrande. Conozco yo a unos
nuevos ricos que va para diez años que tienen allí pedazo de
chalé. Aunque van y están, aún no han entrado. Ni entrarán. Se
gastan un pastón en dar cenitas simpáticas. Tienen que
importar invitados de Marbella, de Estepona, de Guadalmina
incluso. Porque de Sotogrande, del mismísimo Sotogrande, no
les va nadie. Más fácil es que la Reina de Inglaterra te haga
lord a que Garrigues te invite a la Oda. Entrar en la Real
Academia es más fácil que entrar en Sotogrande. Cela entró en
la Academia, pero nunca Sotogrande, con lo que le hubiera
gustado a Marina. Se tuvo que conformar con el Coral Beach de
Marbella y las noches de Menchu y La Meridiana.
Dudo que los Janeiro entren nunca en Sotogrande. A pesar de
que la suya es una casa importantísima. Los españoles saben
bastante más de la Casa de Janeiro que de la Casa de Sajonia-Coburgo
o de la Casa de Saboya. Se codea de tú a tú con la Casa de
Alba. ¿Qué tiene Eugenia que le falte a Jesulina, qué prenda
Cayetano que no posea Víctor? Nos sabemos el árbol genealógico
completo de la Casa de Janeiro. Pregúntenme lo que quieran de
las novias de Humberto. ¿Humberto de Saboya, dice usted? No,
Humberto de Janeiro, el más importante de los Humbertos,
famoso precisamente por algo que rima con Saboya. Si estuviera
en la Ecija de los años 60 ya le habrían puesto aquel
celebrado mote: Pichajierro. Humberto es muy afamado pintor.
Pintor de monas, naturalmente. Vano empeño en Sotogrande. Ir a
querer pintar la mona a Sotogrande, donde están los máximos
especialistas estivales en la pintura y decoración de simios,
es como pretender llevar bacalao a Escocia. No caerá esa
breva. Los oídos de Sotogrande no están hechos para la
estética refinadísima de «Andreíta, coño, cómete el pollo.»
Para los que creen que el polo es eso como de plástico, largo,
helado y con fuchina color fresa que chuperretea Andreíta. En
Sotogrande dicen como en Cádiz-Cádiz, la capital de la
provincia: me río de Janeiro.
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