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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Me niego a decir "brigadistas"

En plan Sudoku, ese juego de los barquitos sin barquitos, ese crucigrama con numeros en vez de letras, donde de nada vale saber cómo se llama el yunque de platero, podríamos inventar para esta coda agosteña un bonito pasatiempo: elegir la palabra sevillana del verano, como en las ferias de los pueblos proclaman a las misses catetas. (Tengo un amigo que se casó con Miss Badolatosa, y estaba encantado de presentar a media Sevilla a Miss Badolatosa.)

¿Cuál ha sido la palabra del verano en Sevilla? ¿Lolo acaso? Del Lele al Lolo. Por lilas y lelos. Lolo trae enchampelada otra palabra que me inquieta: brigadista. ¿Pero qué es esto de brigadista? ¿Cómo aceptamos esta típica derrota del lenguaje? Acabamos hablando el lenguaje de los enemigos de la democracia. Pasa con la ETA. Hasta en el telediario oímos comando, acción militar, impuesto revolucionario, liberado, por cuadrilla de asesinos, crimen, extorsión o pistolero no fichado.

Marcando la diferencia (la entrañable diferencia, diríamos con lenguaje de Carlos Puebla sobre el Che, tan grato a estos trincones de dinero público), hay que anotar que también hemos entregado la cuchara ante el lenguaje de la izquierda autotitulada progresista pero en realidad mangona. La que tira de Visa Oro del cargo público para ir en gran clase a Chiapas a solidarizarse con los zapatistas, alojándose en un cinco estrellas. Yo me resisto a decir «brigadista», porque me suena a cosas terribles: a dictadura castrista, a bando republicano de la guerra civil. Serán todo lo pacifistas (de boquilla) que quieran, pero les gusta una guerra más que una manguilla al Mudo de Santa Ana. «Brigada» y «brigadista» son voces bélicas. De guerra civil, fratricida. Brigada del Amanecer llamaban en el Madrid republicano de la guerra a una pandilla de pistoleros que les daba el paseo a los votantes de la CEDA. La Komintern, que quería que España fuera una sucursal de la URSS, envió las Brigadas Internacionales, rara mezcla de soñadores utópicos y de gentuza aventurera mundial. Y de la Brigada Social de la Policía española en la dictadura, como el otro de la Mancha, no quiero ni acordarme, Martín, Martín, lagarto, lagarto.

Por muchos esfuerzos que hago, no encuentro una versión democrática, libre, pacífica de la voz Brigada. Palabra que incluso en el Ejército español fue sustituida hace ya más de cuarenta años por Agrupación. Y menos la hallo de la voz Brigadista. Dices brigadista y te sale en la memoria sepia un comunista polaco muriendo en el Jarama por una guerra que ni le iba ni le venía. Ustedes hagan lo que quieran, pero yo me niego a decir Brigadista. No estamos en la Cuba de Castro o en el Madrid de Paracuellos para que los brigadistas anden por los periódicos como si fueran el paredón de La Cabaña o los tiros en la nuca de las cunetas del amanecer, ¿no queréis memoria histórica? Pues ahí tenéis memoria histórica, hijos. Y cuando queráis empezamos a hablar de San Julián y San Marcos ardiendo, y del Mensaque que asesinaron en Triana.

Claro, llamándoles brigadistas parecen menos mangones de dinero público en favor de las dictaduras. Empleando la palabra a la que me niego, parece que tirasen menos nuestro dinero para irse de vacaciones, en la reinvención del Frente de Juventudes de los fachas. Pero los flechas de los fachas se iban al campamento Batalla del Salado en la batea de un camión y costaban cuatro perras gordas. Aquellos cantaban el «Cara al sol» y éstos se van con nuestro dinero a la Costa del Sol del Caribe. Se van a Caracas con las maracas y sacan una bandera tan anticonstitucional y de antigualla como la del pajarraco: la tricolor. Y enseñan carteles de la ETA para hacerle la propaganda. Yo, la verdad, no puedo llamar brigadistas a unos niñatos totalitarios que con nuestro dinero se van gratis total a hacer las Américas y hacer la propaganda a los que querían quitarnos del tabaco a Carlos Herrera y a servidor.


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