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En
plan Sudoku, ese juego de los barquitos sin barquitos, ese
crucigrama con numeros en vez de
letras, donde de nada vale saber cómo
se llama el yunque de platero, podríamos inventar para esta
coda agosteña un bonito pasatiempo: elegir la palabra
sevillana del verano, como en las ferias de los pueblos
proclaman a las misses catetas. (Tengo un amigo que se casó
con Miss Badolatosa, y estaba encantado de presentar a media
Sevilla a Miss Badolatosa.)
¿Cuál ha sido la palabra del verano en Sevilla? ¿Lolo acaso?
Del Lele al Lolo. Por lilas y lelos. Lolo trae enchampelada
otra palabra que me inquieta: brigadista. ¿Pero qué es esto de
brigadista? ¿Cómo aceptamos esta típica derrota del lenguaje?
Acabamos hablando el lenguaje de los enemigos de la
democracia. Pasa con la ETA. Hasta en el telediario oímos
comando, acción militar, impuesto revolucionario, liberado,
por cuadrilla de asesinos, crimen, extorsión o pistolero no
fichado.
Marcando la diferencia (la entrañable diferencia, diríamos con
lenguaje de Carlos Puebla sobre el Che, tan grato a estos
trincones de dinero público), hay que anotar que también hemos
entregado la cuchara ante el lenguaje de la izquierda
autotitulada progresista pero en realidad mangona. La que tira
de Visa Oro del cargo público para ir en gran clase a Chiapas
a solidarizarse con los zapatistas, alojándose en un cinco
estrellas. Yo me resisto a decir «brigadista», porque me suena
a cosas terribles: a dictadura castrista, a bando republicano
de la guerra civil. Serán todo lo pacifistas (de boquilla) que
quieran, pero les gusta una guerra más que una manguilla al
Mudo de Santa Ana. «Brigada» y «brigadista» son voces bélicas.
De guerra civil, fratricida. Brigada del Amanecer llamaban en
el Madrid republicano de la guerra a una pandilla de
pistoleros que les daba el paseo a los votantes de la CEDA. La
Komintern, que quería que España fuera una sucursal de la URSS,
envió las Brigadas Internacionales, rara mezcla de soñadores
utópicos y de gentuza aventurera mundial. Y de la Brigada
Social de la Policía española en la dictadura, como el otro de
la Mancha, no quiero ni acordarme, Martín, Martín, lagarto,
lagarto.
Por muchos esfuerzos que hago, no encuentro una versión
democrática, libre, pacífica de la voz Brigada. Palabra que
incluso en el Ejército español fue sustituida hace ya más de
cuarenta años por Agrupación. Y menos la hallo de la voz
Brigadista. Dices brigadista y te sale en la memoria sepia un
comunista polaco muriendo en el Jarama por una guerra que ni
le iba ni le venía. Ustedes hagan lo que quieran, pero yo me
niego a decir Brigadista. No estamos en la Cuba de Castro o en
el Madrid de Paracuellos para que los brigadistas anden por
los periódicos como si fueran el paredón de La Cabaña o los
tiros en la nuca de las cunetas del amanecer, ¿no queréis
memoria histórica? Pues ahí tenéis memoria histórica, hijos. Y
cuando queráis empezamos a hablar de San Julián y San Marcos
ardiendo, y del Mensaque que asesinaron en Triana.
Claro, llamándoles brigadistas parecen menos mangones de
dinero público en favor de las dictaduras. Empleando la
palabra a la que me niego, parece que tirasen menos nuestro
dinero para irse de vacaciones, en la reinvención del Frente
de Juventudes de los fachas. Pero los flechas de los fachas se
iban al campamento Batalla del Salado en la batea de un camión
y costaban cuatro perras gordas. Aquellos cantaban el «Cara al
sol» y éstos se van con nuestro dinero a la Costa del Sol del
Caribe. Se van a Caracas con las maracas y sacan una bandera
tan anticonstitucional y de antigualla como la del pajarraco:
la tricolor. Y enseñan carteles de la ETA para hacerle la
propaganda. Yo, la verdad, no puedo llamar brigadistas a unos
niñatos totalitarios que con nuestro dinero se van gratis
total a hacer las Américas y hacer la propaganda a los que
querían quitarnos del tabaco a Carlos Herrera y a servidor.
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