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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Las monjas de las aladas tocas

Decía Santiago Amón que el Concilio Vaticano II, antes de ponerse a actualizar la Iglesia, le tenía que haber consultado a la Unesco. Con el Concilio y la adopción litúrgica de las llamadas lenguas vernáculas, desapareció el uso del latín, que de lengua muerta pasó a lengua putrefacta. Y si la Unesco no fue consultada para darle el canuto al latín, tampoco pidieron la opinión de las academias de Bellas Artes para el cambio del aliño indumentario de curas y monjas. Sobre la supresión de las sotanas y tocas tenía que haber opinado la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría. Los pintores perdieron muchísimo. No es lo mismo pintar un cura de sotana y teja de García Ramos pasando por la capillita de la Puerta Jerez, que pintar un cura sin siquiera cléryiman, en mangas de camisa, con un niqui del montón de las rebajas de Carrefour. Y de las monjas, ídem de lienzo al óleo. No es lo mismo pintar una escena hospitalaria con tocas de monjas, con blancas, aladas, extensas, protectoras, casi aeronáuticas tocas de monjas, que con unas beatas que van vestidas con una falda ni corta ni larga, sino todo lo contrario, destocadas y con un peinado barra pelado con cuello rasurado tipo excursionista del Imserso en Benidorm. Como decía El Beni, así no se puede cantar saetas. Así no se puede pintar el cuadro de las monjas, ni sacarlas en el cine, ni filmar la infancia de Currito de la Cruz, ni nada.

A pesar de que no consultaron a la Academia de Bellas Artes para quitarse las aladas tocas con las que parecía que iban a levantar el vuelo hacia el cielo que se ganan día a día con su entrega a los demás (a la parte más desvalida de los demás), a las azules Hijas de la Caridad de San Vicente Paúl les han dado el premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Traduzco: se lo han dado a las monjas del recuerdo sepia del Hospital Central de las Cinco Llagas, en la Macarena; a las monjas de aladas tocas que curaron a los heridos en la explosión del polvorín del Cerro del Aguila, de la avioneta de la Operación Clavel, del camión de rocieros que se cayó por la Cuesta de las Doblas. Las beatas (eso, beatas es como las llamamos siempre aquí), las beatas de San Vicente Paúl sí que saben de eso que ahora se llama «ayuda humanitaria», qué cursilería. Las beatas de San Vicente Paúl, vestidas como la monja de la botella del jerez quina o la del azul paquete de algodón, sí que saben de hambres, de miserias, de enfermos en los corrales, de muertecitos de hambre, de tísicos en las chabolas de Villalatas. Ahora nos creemos que aquella Sevilla de la miseria no existió, la ciudad con una sanidad decimonónica en la sala del Cardenal del Hospital Central, que parecía que iba a visitar de un momento a otro Isabel II. Que le pregunten ahora mismo, hoy, a las herederas de aquellas beatas, a las monjas de azul hábito de San Vicente Paúl, en la Cruz Roja de Triana, en el Hospital de San Lázaro, si existió o no aquella Sevilla donde ellas quitaron tanto dolor, tanta hambre, tanta miseria y a las que por cierto echaron del Hospital Virgen del Rocío como una victoria de la libertad.

Las monjas de San Vicente Paúl, sin tanto cuento, sin subvenciones ni monsergas «humanitarias», hicieron a lo largo de la Historia siete mil millones de veces más bien a la Humanidad que muchas ONG que presumen de beneficencia... poniendo la mano del presupuesto y colocando paniaguados en la oficina. Ya era hora que nos dejáramos de cuentos progresistas y reconociéramos los valores de la solidaridad en estas mujeres que, por amor de Dios (e incluso por Trajano, camino de las miserias de las Lumbreras), no han hecho más que dar lo que necesitaban a los olvidados. Pienso ahora en el «pin» de esta ONG a lo divino. Isabel mi mujer tiene uno. Es una medallita de la Milagrosa, atada a un cordoncito de seda. Es el «pin» que las benditas activistas de esta ONG les siguen poniendo en la muñeca a los que entran en los quirófanos desde donde, aunque no las lleven, sus aladas blancas tocas siguen levantando el vuelo para ganarse el cielo cada día.




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