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Cuando
viene un matrimonio amigo a casa con los niños y, tras
muchos gritos y estropicios, la churumbelería visitante se
pierde por pasillos y rincones con la chiquillería local, y
se hace de pronto el más absoluto de los silencios
infantiles, siempre hay una madre que dice:
-¡Qué calladitos están esos niños! ¿Qué travesura estarán
tramando?
Y al cabo, ¡plas!, jarrón roto, cristal de ventana partido o
pobre perra que sale despavorida, vestida de flamenca con
una cortina vieja, una flor en el collar y el hocico
pintarraqueado con una barra de labios.
Como esa madre que teme lo que estarán haciendo los niños
calladitos he permanecido casi todo el verano, con respecto
a un personaje socorridísimo, fijo de plantilla en este
rinconcito: Carmen Calvo. Carmen Calvo ha estado guapísima,
calladísima, todo el verano:
-Será porque se estaba concentrando para cuando Manolo
Blahnik inaugure la franquicia que Nati Abascal y Marichalar
han puesto en Madrid. El sueldo entero se va a dejar allí,
en plan Imelda Marcos.
Quizá por eso, o porque estaba esperando que inaugurasen en
Barcelona la versión arquitectónica postmoderna del famoso
Cipote de Archidona, de Cela y Alfonso Canales, llamada
Torre Agbar.
-¿Este Agbar no es el yerno de Aznar, el que le trajo el mal
fario con la boda a lo Farruquito que le hizo montar al
hombre en El Escorial, y donde empezó su cuesta abajo?
No sé. Lo que sí sé es que Carmen Calvo ha estado
calladísima hasta el domingo, en que el boletín oficial del
polanquerío le dedicó la contraportada, en una entrevista.
¡Hala!, para que te hartes, hija. Si van hoy al súper y
advierten que ha subido el precio de las teleras de Alcalá y
de los molletes de Antequera, a ella se lo deben. Sabido es
que cuando Carmen Calvo habla, sube el pan.
Creo que la abuela de Carmen Calvo ha fallecido. O al menos,
no tiene abuela. Se ha dado a sí misma de nota en su gestión
ministerial un 7,5, cuando lo suyo es de cero zapatero. Y de
ponerse moños, más borlajes que los coches de caballos de
Gabriel Rojas. Ahí donde la tienen, sabe latín. Dice que que
hecho más cursos de latín que Rodríguez Adrados. Y ha
explicado lo del «dixit» famoso del Senado. Y lo ha puesto
mucho peor. Dijo lo de Dixie y Pixie -cito textualmente-
porque estaba hablando en andaluz. No en latín de la Bética
de Séneca, no. En andaluz. Será en el andaluz lamentable de
imitación y burla de nuestra bendita y culta habla que
tenemos que padecer en la TV, hija. Ya dije que Calvo era la
chacha andaluza en la teleserie del gobierno del zapatero
remendón y ella mismo lo confirma. Usa el andaluz para hacer
reír al resto de España, para la gracieta, el chiste. Hasta
quiere mandar a los albañiles a Chiquito de la Calzada e
inventa comparaciones populares. Sobre las criticas que
recibe dice: «Tengo más heridas que un legionario en el
Sáhara». ¿Pero qué sabe esta señora del Sáhara donde dejamos
al Polisario a los pies de la caballería mora, qué de las
gloriosas sardinetas de las heridas, qué del espíritu de la
Legión?
De Cultura dicen que es ministra. En Cabra dicen que nació.
Y toda una ministra de Cultura cordobesa perpetúa, ay, el
habla de Andalucía, madre y maestra del español de América,
exclusivamente para su triste papel ancilar del pitorreo
nacional. Cuando hizo el chiste de Pixie y Dixie, el gato
gitano y el ratón sevillano, Carmen Calvo dice que hablaba
en andaluz. La culta latiniparla Calvo deja el andaluz, la
lengua de Juan Ramón y de su paisano don Juan Valera, para
la charlotada. Para la parte seria del espectáculo reserva
el castellano. De menos hizo Dios a Los Morancos de Triana y
no son ministros de Cultura.
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