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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Qué pasión de gavilanes

Confieso que nunca he visto «Pasión de Gavilanes». En cuestión de gavilanes, me quedé en El Gavilán, un bar clásico de la plaza de la Cruz Verde de Cádiz, donde paraban los antiguos chirigoteros. Exactamente debajo de la pizarra donde cada día apuntaban el número premiado en el cupón de los ciegos, se sentaba Gustavo Rosales «Agüillo», un auténtico genio popular, que engrandeció el cuarteto carnavalesco. ¿Se acuerdan ustedes de «La boda del siglo», en que El Peña y El Masa iban de Príncipe Carlos y de Lady Di? Pues ese cuarteto histórico lo escribió Agüillo precisamente en El Gavilán.

Nunca he visto los Gavilanes, ni cuando era una zarzuela que traía al teatro San Fernando la compañía de Sagi Vela. Ni he visto en el «Cuéntame» a nuestra vecina María Galiana. Ni capítulo alguno del «Aquí no hay quien viva». Sé que hago mal. Si no se ven las series de impacto y las comedias de situación que levantan a pulso aliviado los chares de las cadenas, puede llegar a sentirse uno extraterrestre. Por ejemplo, si usted no ve los Gavilanes, no se entera ni de papa en una conversación sobre los hermanos Reyes. Usted lo oye y dice:

-Ah, los hermanos Reyes... ¡Qué sevillanas más bonitas cantaban!

-¿Pero qué sevillanas ni qué niño muerto? ¿Tú no sabes que los hermanos Reyes son tres hombres guapísimos, honrados y de buen corazón, a los que una tragedia los motiva a lanzarse en busca de venganza, y sus planes toman otro rumbo cuando se encuentran con las hermanas Elizondo?

¿Eli...qué? Ya digo: ni de papa. Extraterrestre. Mientras que usted no sepa que Jorge Cao es Martín o que Michael Brown es Franco, no está preparado para la vida moderna. Si no conoce aunque sea una sinopsis argumental de los Gavilanes, por más que haya leído las obras completas de Cervantes es un cenutrio. Debe tomar precauciones. Por ejemplo, las de mi recordado Jaime García Añoveros cuando fue ministro de Hacienda. Como estaba ocupadísimo toda la semana en Madrid y no veía la tele, cuando venía a Sevilla el sábado se encontraba con que sus amigos hablaban de algo que, por más que dominara el PIB y el IPC, desconocía en absoluto: la serie «Dallas». Añoveros no sabía quién era el malvado que les amargaba a todos la vida en el rancho. Por lo que tomó una decisión: pedir a su jefe de prensa que, junto con el resumen de los periódicos, le pasara cada semana una sinopsis argumental de «Dallas». En su inmediato fin de semana, Añoveros quedó como un señor hablando de «Dallas» en Pineda.

No me ha ocurrido a mí así con los Gavilanes, especie que no corre riesgo alguno de extinción. Entre otras cosas porque ando cortito de gastos generales y no tengo jefe de prensa que me haga el resumen. Menos mal que el otro día no tuve que ir al Cortinglés del Duque cuando estaba allí la efervescencia del mujerío aclamando al guaperas de Michel Brown, Franco Reyes en los Gavilanes, que estaba firmando discos. Este Reyes, como todos los Reyes de la alcándara de los Gavilanes, es por lo visto guapísimo. De mojar pan, dicen. Vale. Y enfervorizadas las masas femeninas con la presencia del actor, gritaban como posesas. La Policía, desbordada. El tráfico, cortado. Loquitas con el que hace de Franco Reyes en los Gavilanes. Podían haberlo aclamado como Reyes o como Michel. Pero no. Lo aclamaban como Franco. Cual en el Patio de la Montería antaño cuando venía el Generalísimo con la Guardia Mora, Sevilla se desgañitaba gritando «¡Franco, Franco, Franco!». Ojú. Menos mal que no aporté por la Campana. Porque con la que está cayendo en la unidad de España y en la Constitución, yo voy al Duque, veo aquello tomado por la Policía y oigo lo de «¡Franco, Franco, Franco!», y como soy liberal del Gavilán de Cádiz, se me ponen las piernas temblonas, y... ¡hasta las trancas, María, hasta las trancas!



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