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EL
profesor don Guillermo Jiménez Sánchez aún no era
vicepresidente del Tribunal Constitucional. Preparaba
oposiciones a cátedra de Derecho Mercantil. Cuando las
cátedras se ganaban por concursos que garantizaban la
calidad de cinco jotas de los discentes y no como ahora, que
te las dan en el Todo a 100 de los amiguetes del partido.
Daba sus últimos coletazos la dictadura, que creíamos que
íbamos a derribar leyendo «Cuadernos para el Diálogo» y
escribiendo en «Triunfo». Éramos compañeros de la recova de
querer traer las gallinas de la libertad para nuestra
patria. E íbamos a alguna inútil reunión para derribar la
dictadura, en mi Seiscientos de segunda mano. Me detuve ante
un semáforo en rojo. Y con la maestría de su gracia,
Guillermo Jiménez Sánchez me dijo:
-Si no les haces caso a las Leyes Fundamentales del
Movimiento, ¿vas a respetar un semáforo? Anda, tira para
adelante, que vamos a llegar tarde para salvar a España...
Y nos saltamos el semáforo. Al excelentísimo y muy
constitucional señor doctor don Guillermo Jiménez Sánchez
pongo por testigo de que me parece que estamos como
entonces. Sólo que ahora la gente respeta los semáforos. Y
hasta el carril bus-VAO. Es un milagro. Si no le hacemos
caso a la Constitución, virtualmente derogada, y los que
tenían que hacerla cumplir no abren la boca, y los que
tenían que defender la integridad territorial de la nación
callan, ¿cómo es que respetamos los semáforos? Le hacemos
mucho más caso al Código de la Circulación que a la
Constitución. En Cataluña y en las Vascongadas se le hace
más caso a la norma de no hablar por teléfono mientras se
conduce que al artículo 2 de la Constitución. Observo el
incumplimiento de las normas de la Dirección General de
Tráfico sólo en un lema. Aquel que dice: «Si bebes, no
conduzcas la reforma del Estatuto».
Estatuto, ojo: e, ese, te, a, te, u, te, o; Es-ta-tu-to. No
Estatut. Habremos de perder muchas otras guerras en materia
de la integridad nacional para que nos demos ya por
derrotados en la batalla de la lengua española. Suele
ocurrir. En materia de terrorismo, el marcador de la lengua
señala un resultado a lo San Marino: ETA, 6; Telediario, 0.
Los locutores hablan como los etarras: lucha armada,
comando, liberado, acción militar. Y en materia de
separatismo, aunque la Constitución está aún en vigor, por
más que muchos se la salten sin que el guardia de la porra
les multe, y aunque el Estatuto de Autonomía está aún en
vigor, es como si Cataluña hubiera ya alcanzado, al modo de
los Entes Preautonómicos de la transición, la pretendida
condición de «ente pre-estatal». Ya hemos aceptado y
aprobado sin necesidad del pasemisí de las Cortes lo que
pone en materia de lenguas esa papela que nos quieren meter
doblada con la complicidad y el empujoncito del de la
sonrisa de sesión continua. El catalán parece ya lengua
oficial en toda España. De ahí que hayamos roto todos a
naquerar en catalán, llamando Estatut, en una lengua ajena,
a lo que debe ser Estatuto.
Si en Lérida me insultan porque me niego a escribir «Lleida»
en la hermosa lengua española y si en Gerona me acusan de
catalanofobia porque no cometo la cursilada de decir
«Girona», imagínense lo que pueden llamarnos si nos negamos
a decirle al Estatuto ese mote de «Estatut». Eso será allí.
Aquí es Estatuto de todas, todas. Ni el Estatuto ha sido
aprobado ni la Constitución, por más que lo disimulen
algunos, ha sido derogada. Por tanto, el catalán no es
lengua oficial en todo el Reino de España, sino sólo en una
parte, la que no quiere ser España. Y si yo escribo en
español tengo que decir Estatuto y no esa puñalada trapera
de Estatut. Como digo Londres y no London.
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