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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Dos banderas en un balcón

En la tapia de cal, un mármol recordaba al poeta del patio y el limonero. Atardecer de otoño en la ciudad antigua de espadañas. Echada a la calle, la España del «share» y de la Chari que se sabe al dedillo las inexistentes obras completas de toda mindundi que vaya traficando con sus miserias de mostrador en mostrador por los platós de peaje, aguardaba la llegada de los famosos. Era ese momento en que la multitud aplaude todo lo que se mueve. Primero aplauden y después preguntan. Les llevaban a domicilio la España que sale en la tele. ¿En qué tele, en qué programa, por qué causa? Ah, da lo mismo: en la tele. Cuantos iban llegando eran reducidos a esa envidiada condición: «Este es uno que sale en la tele». Por salir en la tele hay quien muere y mata. Los aplausos, como la muerte, igualaban a todos. Al torero con el académico, a la grande de España con la actriz, al ministro con el futbolista. Cada cual se llevaba su ración de aplausos.

Y en esto, zas, en un balcón, dos niñatos van, se asoman y cuelgan dos banderas republicanas. Sobre un fondo de Historia, las dos tricolores. De fabricación casera. Hay banderas republicanas como las natillas de los restaurantes de barrio: de fabricación casera. Banderas rojigualdas a las que les han quitado una de las franjas coloradas y les han cosido la banda morada del pendón de Castilla. Un color tomado de oído. Un color desafinado. Era otro el respetable y constitucional morado de la bandera de don Diego Martínez Barrio. Un morado de orden, logia y utopía. No el morado fingido de estos provocadores artefactos de fabricación casera en forma de bandera. Más que la del 14 de abril les sale una enseña así como de república remotamente centroafricana con mangazos de Kofi Anan.

¿Y qué hizo la multitud cuando los dos niñatos sacaron su provocación de fabricación casera? Lo que está mandado: aplaudir. Dicen que algunos silbaron. Muy poco. Casi nada. No hubo abucheo, no. Para eso hubiera sido necesario, quizá, que se asomara al balcón el propio presidente de la demagogia del abuelo Cebolleta que defendía precisamente esa bandera. Ni vinieron los guardias a quitarla, ni nadie trepó al balcón para hacerlo, ni pasó nada. En cuanto aparece una tricolor, el paisaje se inunda de cobardía colectiva. Como el otro día, cuando el Mienmano de Ernesto Maragall también pasaba ante otro artefacto vexilológico tricolor de fabricación casera, y tampoco ocurrió nada. Como no pasa nada cuando llevan esa tela desafiante en toda cola de manifestación que se desmadra.

Estaba el balcón colgado con las dos provocaciones y al verlas pensé en la grandeza de todo cuanto estamos a punto de perder y nos lo estamos jugando a los chinos. Gracias a que España es la Monarquía Parlamentaria que trajo las libertades, o viceversa, los provocadores pueden ir por ahí con sus banderas republicanas, desafiando lo que les plazca. Durante la II República, la Guardia de Asalto desembarcaba de sus furgones descubiertos y se liaba a vergajazos con quien osara enarbolar la bandera monárquica rojigualda, poniéndole un ojo precisamente del color que le faltaba: morado.

¿Grandeza o claudicación? Imagino que ante la España que aplaude todo lo que se mueve hubieran sacado al balcón una bandera de las llamadas del pájaro: la rojigualda preconstitucional, con su águila de San Juan. ¿Se imaginan la que se hubiera liado? Tan anticonstitucional es una bandera como la otra, la republicana como la del pájaro. Sendas antiguallas de regímenes afortunadamente archivados en la Historia. Pero medidas con distintos raseros. Habrá más de un provocador que estará ya preparando su bandera tricolor de fabricación casera para cuando España celebre el nacimiento del futuro heredero de la Corona. Cómo va a sonreír el de la risita de sesión continua y el abuelo Cebolleta cuando la vea. Más o menos como el Mienmano de Ernesto Maragall.



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