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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los tartajas salimos del armario

AUNQUE me gusta contemplar el fuego, como un mar en llamas, nunca quise ser bombero. (Ni pirómano, como los que le han metido fuego a la Constitución para ponerse la medalla de apagar el incendio.) Al contrario que mis compañeros de colegio, nunca quise ser policía ni militar. Y aunque hubiera querido, no hubiera podido ser ninguna de esas cosas: soy tartamudo. Sí, ya sé que usted me ha escuchado por la radio, y no recuerda que me atrancara. Mi tartamudez es como el catalán de Aznar: sólo tartajeo en la intimidad. Con un micrófono por delante, Castelar. Pero con los amigos, Juan Belmonte, que paraba y templaba el tartamudeo. Tengo además un tartajeo nada elegante. No es esa duda en forma de repetición de sílabas iniciales que bordan los ingleses, el elegantísimo y leve tartamudeo de Oxford, un no sé qué que queda... El mío es hispánico. La española cuando besa es que besa de verdad y el tartamudo español cuando se atranca, espera sentado a que acabe la frase.

El Consejo de Ministros ha eliminado la tartamudez del cuadro médico de causas de exclusión para el acceso a la condición de funcionario o miembro de las Fuerzas Armadas y de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. De modo que un tartamudo puede ya llegar a jefe de la JUJEM, que es una sigla completamente tartaja. ¡De lo que se entera uno! Ni los perjudicados sabíamos que sufríamos esta discriminación. Así tenía yo esa sensación de minoría perseguida, de grupo oprimido y desposeído de sus derechos. No era por creer en España, en la Libertad, en la Constitución, en la Institución Monárquica y en otras antiguallas. ¡Era por tartaja! Que nos clasificamos en dos grandes grupos: los que no nos avergonzamos de serlo, a mu...mu...mucha honra, y los que o... o...ocultan que lo sean. Pertenezco al grupo de los que sentimos el Orgullo Tartaja. Muchas veces he pedido que se celebre oficialmente nuestro Día anual. Cuando alguien cuenta un chiste de tartamudos en mi presencia, hago valer nuestros derechos de minoría oprimida y le digo:

-Calla, déjame que cuente yo el chiste, que lo haré mucho mejor. Ten en cuenta que yo soy tartamudo profesional y tú, un simple aficionado.

Con mi habla abelmontada, como me la reseñó un día Manolo Camará, digo que no basta con lo que ha aprobado para nosotros el Gobierno. En pura igualdad con otras minorías hasta ahora oprimidas, tenemos muchas reivindicaciones pendientes. Verbigracia: si hay cuota femenina obligatoria en las listas electorales y en los gobiernos, ¿por qué no va a haber cuota de tartamudos en los empleos públicos? Exijo que haya un cupo obligatorio de tartajas en los locutores de RNE y en las presentadoras de TVE. ¿Que el telediario dura un poquito más? ¡Pues que dure! ¿Pero por qué, ya igualados todos los derechos en este Reino, van a cerrarnos ese camino a los que nos atrancamos más que los ejes de mi carreta? Y el asociacionismo. Debemos constituir la Asociación Democrática de Tartajas, que sería la de progre, y la Asociación Profesional de Tartajas, que sería la conservadora. Y ese carné de tartamudo. No debemos seguir tartamudeando sin carné. En esta España donde tantos viven del carné, debemos exigir el nuestro. Tenemos que ponernos un eufemismo políticamente correcto. Por ejemplo, decir que somos Disminuidos Locucionales, para que nos reconozcan derechos por nuestra minusvalía, nos rebajen el IRPF y esas cosas. Y nos den el carné. Cada vez que llego a un aparcamiento y veo que los mejores sitios son para los minusválidos, pienso para mis adentros, sin atrancarme nada:

-¿Tú no ves? Si yo tuviera mi carné de Disminuido Locucional, ahora aparcaba divinamente donde los minusválidos, y no tenía que bajar a buscar sitio hasta la tercera planta, me ca...ca...ca... en los mu...mu...mu... de Za...Za...Za...



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